En plena pandemia y con miras hacia la activación de la economía, hay estudiantes que les toca salir de sus casas y exponerse a la COVID-19 en busca de una señal de WiFi y hacer sus tareas. Ante este escenario hay que responder la siguiente interrogante: ¿está lista la educación salvadoreña para afrontar los retos del Siglo XXI?
Por Kevin Salazar Recinos
El 11 de marzo de 2020 puede ser considerado como un punto de quiebre en la educación convencional en El Salvador. La emergencia sanitaria ocasionada por el COVID-19 volcó a todos los docentes de Educación Superior a zambullirse en la modalidad online. Esto ocasionó una vuelta de tuerca en la planificación didáctica tras el mandato de cierre de aulas presenciales para prevenir el contagio de la pandemia coronavirus. Una decisión que requirió un replanteamiento de los ciclos académicos de las Universidades. El punto por discutir, desde una reflexión teórica-práctica, es ¿la educación salvadoreña responde a las necesidades de la sociedad del siglo XXI?, una interrogante que iremos respondiendo a lo largo de este texto, cuya respiración es larga y profunda.
En la práctica de la mediación y el pensamiento pedagógico, vale la pena cuestionarse: ¿estamos o no estamos preparados para la educación virtual y/o educación a distancia? No, no lo estamos. Sin embargo, no nos queda de otra que lanzarnos al agua y comenzar a nadar. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO, 2000), el concepto de la educación a distancia no es nuevo, pues con la extensión e implementación de las nuevas tecnologías en el sector educativo, este formato de acto de intervención educativa ha tomado una nueva dimensión, volcando a experimentar con nuevas estrategias pedagógicas e instrumentos de evaluación efectivas para garantizar el aprendizaje significativo de los profesionales en formación.
En los inicios de la educación a distancia, se transmitían los conocimientos a través de los servicios postales, pero sin ninguna regulación por una entidad que validara lo adquirido por el estudiante. En 1939, la Universidad de Iowa, en Estados Unidos, implementó un sistema de enseñanza basado en el contacto telefónico y estaba dirigido a alumnos con algún tipo de discapacidad o enfermedad (García Artero, 1999). Siguiendo la línea de cómo los medios de comunicación masivos fueron incorporándose a los procesos de enseñanza, la irrupción de la televisión y la radiodifusión también cambió la forma de impartir la docencia.
En El Salvador, el Ministerio de Educación (MINEDUCYT, en la actualidad) inició el programa piloto llamado El maravilloso mundo de los números, se estima que un promedio de 2 mil 292 centros escolares (un aproximado de 300 mil estudiantes para primer, segundo y tercer grado) (Martínez, s.f.) se beneficiaron de este recurso analógico. Durante la existencia de este producto mediático educativo, a lo que Mario Kaplún denomina: educomunicación (1999), fue utilizado en salones de clase y en los hogares. Yo recuerdo, que, durante mi paso por segundo grado, yo encendía la radio y practicaba la lección vista en mi centro educativo. Claro, cuando la lección era nueva y no se tenía la intervención del docente, había confusión en la realización de los ejercicios, pero resultó ser un material de refuerzo de lo visto en las clases presenciales.
Con la llegada de la tecnología, la educación dio un paso hacia la educación remota. Se agregaron, no solamente nuevas técnicas con la llegada de Internet en sus primeras ediciones, sino que el educando empezó a “manejar” con mayor libertad los objetivos de aprendizaje, usando el tiempo disponible (Chacón Andrade, 2020). En cambio, el uso del e-learning rompe lo tradicional y, en este ámbito, se explotan más los recursos de la Internet 2.0, explorando una interacción ya no solo con el profesor, sino con sus compañeros de clases. De acuerdo con José Lozano, en su libro: El triángulo del e-learning, hay que considerar tres elementos claves para la formación virtual: uno, las tecnologías informáticas de soporte de las actividades de clase (redes, hardware, software y herramientas), dos, los contenidos didácticos; y tres, los servicios conformados por los tutores y docentes (2004).
Por consiguiente, la multiplicidad de los programas, enfoques y conceptos sobre la educación a distancia, surgida por la experiencia de las entidades responsables de la educación en cada país, hace difícil una base teórica sólida. La propuesta hecha por Keegan (1990), en su aporte la Fundación de la Educación a distancia, ha sido implementada y complementada por otros investigadores de educación. Dicho aporte propone tres líneas teóricas: una, la independencia y la autonomía del estudiante; dos, la industrialización de la enseñanza; y tres, la interacción y la comunicación. Abodaré la línea 1 y 3 apegadas al reto mayúsculo que enfrenta Educación Superior tras el COVID-19 para cumplir los artículos 53, 55, 57 y 59 de la Constitución de la República de El Salvador y los incisos 1, 2 y 3 de la política de Tecnología e Innovación Educativa estipulados en el Plan Cuscatlán (2019).
La independencia y la autonomía bloqueadas por la brecha digital
El primer punto de partida de Keagen (1990) es la independencia y la autonomía del estudiante, cuyo postulado afirma que su éxito depende de la independencia de aprendizaje por parte de los alumnos y que las condiciones, sobre todo las tecnológicas, se lo permitan. En educación a distancia, al no contar con un maestro al frente, el profesional en formación debe aceptar una mayor responsabilidad en el aprendizaje del programa y el docente se vuelve un facilitador del proceso. En cuestiones de practicidad, ¿qué implica ser facilitador de un proceso? En la Escuela de Ciencias de la Comunicación (ECC), de la Universidad Dr. José Matías Delgado (UJMD), los 82 profesores recurrieron a sus conocimientos y experiencias de plataformas como Google Classroom, Meet, Conscius (plataforma institucional), ZOOM, LOOM, así como usar la técnica “video directo” a través de redes sociales, Facebook e Instagram (Callejas, 2020) para culminar el ciclo 1-2020.
Durante junio-julio se trabajó una propuesta de innovación educativa para apostar por el aula invertida y enfrentar con lo que se tenga a la brecha digital. Para el ciclo 2-2020 la La respuesta inmediata para la continuación de la formación fue emplear metodologías e-learning como foros, conversaciones o discusiones a distancias, grabación y distribución de videos, tutoriales, creación de carpetas en DRIVE, envío de tareas por correos electrónicos y diseños de laboratorios en línea. ¿Es suficiente para saber si el estudiante tiene la competencia actitudinal de independencia de aprendizaje? No, no es lo suficiente todavía, porque hay que superar la brecha digital.
Erick Palacios, de 20 años, estudiante de la ECC, de la Matías Delgado, le toca dejar su casa y caminar cerca de dos cuadras para llegar a un lugar despejado donde no haya árboles que obstruyan la señal. El becario residen en el cantón Ojo de Agua, del municipio de Huizúcar, en La Libertad, donde la señal de internet no es la mejor. Pero hace todo lo que puede para cumplir con sus responsabilidades.
“Desde que inició la cuarentena, tuve que enfrentarme a esto. Cuando comenzó, realmente, me preocupé porque pensé que desde la casa no iba a poder hacer nada, porque hasta un mensaje de WhatsApp es difícil enviar. Por eso decidí salir e intentar afuera, porque, aunque sea lento, acá me carga el internet”, explicó Palacios a El Diario de Hoy, reportaje que salió publicado el 26 de junio de 2020, escrito por Karina García.
En la publicación, quien fue Embajador centroamericano en Estados Unidos, se enfrentó a otras dificultades. “Me conecto desde el celular y la batería se me terminaba súper rápido, porque las clases comenzaban de las 6:30 o 7:30 de la mañana hasta las 9:30. Así que me tenía que salir a mitad de una clase porque ya no tenía carga, y me perdía el final”, agregó. “Así tengo que hacerlo siempre. También he tenido que soportar el calor del sol, porque, si bien tengo una sombrilla, ha sido bastante insoportable. Y hace poco iniciaron las lluvias y aquí es completamente de tierra. Hay demasiados charcos. A veces, tengo que ponerme un suéter para cubrirme y batallar con zancudos y mosquitos. Por eso es que traigo el repelente”, añadió. Palacios indicó que “en la zona donde yo resido ninguna compañía tiene cobertura”. Y agregó que en el lugar varios estudiantes universitarios y niños de educación básica experimentan el mismo problema.
Óscar Picardo, director de investigación de las Universidades: José Matías Delgado y Francisco Gavidia, define la brecha digital como: “la separación que existe entre las personas (comunidades, estados, países…) que utilizan las nuevas tecnologías de la información como una parte rutinaria de sus vidas cotidianas y aquellos que no tienen accesos a las mismas, o que, aunque las tengan, no saben cómo utilizarlas”, es decir, que la brecha digital se puede definir en términos de desigualdad de posibilidades que existen para acceder al conocimiento y la educación a través de las nuevas tecnologías de la información. Otro aspecto clave sobre la brecha digital, es que esta no es exclusiva de un carácter tecnológico, también responde a los factores socioeconómicos y, en particular, a la limitada y falta de estructura de las telecomunicaciones e informática.
La integración de las TIC en la formación universitaria: aún pensamos con lógica presencial en el segundo semestre
Keagen (1990) señala como tercer postulado: la comunicación y la interacción es fundamental para la efectividad de los programas a distancia. Holmberg (1985) asume que la enseñanza es la interacción entre las partes que enseñan y aprenden, que el involucramiento de las emociones y sentimientos en las relaciones personales entre las partes que construyen el placer del aprendizaje e influyen en su motivación. Ante esta situación, la educación en línea exige la escucha atenta para acompañar el aprendizaje de universitarios.
Mario Kaplún sostiene que “la verdadera comunicación no comienza hablando, sino escuchando”. Ahora más que nunca, el estudiante solicita la presencia del docente para guiarlo en este proceso de aprendizaje que para muchos es nuevo, a veces estresante por verse frente a una computadora solo o sola sin la facilidad de ir y tocar a la sala de profesores para transmitir directamente sus consultas. Esto resalta la importancia de la comunicación en la educación, es decir, seleccionar mecanismos que dentro y fuera de un tiempo programado fomenten la conversación entre docente y estudiante para asegurarse que los objetivos educacionales se están cumpliendo, debido a que “la educación en línea exige activar y mantener dinamismos comunicativos” (Méndez, M: 2015, citada por Callejas, 2020).
Hay que ser autocríticos, pese a que nos formamos en Google Classroom, aún no hay una puesta en marcha de una secuencia pedagógica clara. Todos estamos experimentando con las pocas o nulas habilidades tecnológicas a programar material asincrónico y realizar acciones sincrónicas. Y esta percepción no solo es en la labor docente, también los estudiantes consideran que la videollamada sigue siendo la opción sustituible de una clase presencial. Meet ya no está para alumnos tengan micrófonos apagados y solo el docente dicte la clase, ese debería ser un espacio de discusión para problematizar, crear ese significado tras la exploración de conceptos y la experimentación. Resolver problemas es una de las competencias del siglo XXI y tenemos que reestructurar el espacio de clase para forjar ciudadanos que hagan futuros viables (Morín, s.f.).
A lo anterior también se le suma el ofrecer un acompañamiento más cálido al estudiante fuera de lo académico, que permita ser más empáticos y solidarios entre todos; especialmente, en el momento de crisis que vive nuestro país. Es decir, el docente se transforma en un escucha atento, consejero, orientador no solo desde la perspectiva académica, sino desde la humana para preguntar sobre el estado de ánimo de sus estudiantes, conocer su situación, apoyar desde la distancia y acortar esa barrera para conectar con el interlocutor. Por lo que es necesario apelar a una actitud empática que permita escuchar las necesidades del estudiante y permitir que el proceso de enseñanza y aprendizaje desde lo virtual sea más fluido, rico en aprendizaje, participativo.
Quiero finalizar con idea que abarca el propósito de este ensayo: ¿la educación salvadoreña responde a las necesidades de la sociedad del siglo XXI? No, aún gateamos, falta mucho por recorrer; por lo que se debe trabajar en las condiciones para resolver el problema en conjunto: reducir la brecha digital, apostar por la alfabetización digital y garantizar estrategias metodológicas e-learning propias de la cuarta revolución industrial para fortalecer las habilidades blandes del siglo XXI y que todo sea un aprendizaje cooperativo que fomente el intercambio de ideas, integre aspectos cognitivos, procedimentales y actitudinales para seguir articulados al mundo laboral actual.
Referencias cibernéticas
García Arieto, L. (1999). Historia de la Educación a Distancia. RIED. Revista Iberoamericana de Educación a Distancia 2 (1), p. 8-27.
Callejas, S. (2000). La educación en tiempos de coronavirus. Tu Espacio, periódico académico-experimental de la Escuela de Ciencias de la Comunicación, Universidad Dr. José Matías Delgado. Disponible en: https://tuespacioujmd.com/2020/03/26/la-educacion-en-los-tiempos-del-coronavirus/ (Consultado el 13 de abril de 2020)
Chacón, R. (2000). Efectos del COVID-19: Lanzarnos al agua, no nos queda de otra. Eso sí, con cierta racionalidad. La educación a distancia no basta. Tu Espacio, periódico académico-experimental de la Escuela de Ciencias de la Comunicación, Universidad Dr. José Matías Delgado. Disponible en: https://tuespacioujmd.com/2020/03/25/efectos-del-covid-19-lanzarnos-al-agua-no-nos-queda-de-otra-eso-si-con-cierta-racionalidad-la-educacion-a-distancia-no-basta/ (Consultado el 13 de abril de 2020)
Holmberg, B. (1985). The feasibility of the theory of teaching for distance education and a pro-posed theory. ERIC Document Reproduction Service No. ED 290013.
Keegan, D. (1990). Foundations of distance education: frameworks for the future, First, London: Routledge.
Lozano Galera, J. El triángulo del e-learning. Disponible en: http://noticias.com
Martínez, N. (s.f.). Educación a distancia en El Salvador, ¿Por qué no?. Revista REDICCES. Disponible en: http://www.redicces.org.sv/jspui/bitstream/10972/2174/1/2.%20Educacion%20a%20Distancia%20en%20El%20Salvador.pdf (Consultado el 13 de abril de 2020)
Peters, O. (1988). Distance teaching and industrial production: a comparative interpretation in outline. In D. Sewart D. Keengan, & B. Holmberg (EDS). Distance education: international perspectives. New York: Routledge.
UNESCO (2000). Informe final. Foro Mundial de la Educación (Dakar, Senegal). París, UNESCO.
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