De la prehistoria de la televisión en El Salvador

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Hasta entonces sólo habíamos escuchado las famosas frases: “Jaque Mate Rey Dos, aquí Torre Blanca” en la casa de la vecina de al lado, cuando dejaba entrar a todos los niños del pasaje para que viéramos cómo el sargento Chip Saunders, con la barbilla partida que le prestaba Vic Morrow, y el teniente Gil Hanley, encarnado por Rick Jason, talegueaban implacablemente a una bola de alemanes en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial.

Era la época cuando Ajax Triclorín Súper Poderoso se anunciaba con un caballero de blanca armadura que, lanza en ristre, se aprestaba a atravesarnos justo antes de comenzar a ver Corona de lágrimas o la inefable Las momias de Guanajuato, primera oportunidad en que Ernesto Alonso dio rienda suelta a esa tendencia oscura y macabra que tendría su momento más sonado muchos años después, en el capítulo final de El Maleficio y que, con bastante antelación, nos daría la obra maestra de humor negro que fue Doña Macabra, donde una juvenil Julissa alternaba sin desmedro con los monstruos sagrados Amparo Rivelles, Ofelia Guilmain y Carmen Montejo. El guionista fue nadie menos que el escritor, director y dramaturgo mexicano Hugo Argüelles (1932-2003).

Parece mentira que aquel armatoste Sylvania que entró por la puerta del número 126 del pasaje 3 de la Colonia El Roble durara veinte años y sobreviviera a la aparición de la televisión a color, a los primeros y peores días de la guerra y al advenimiento de la época del cable. Por supuesto, nunca supo lo que era el betamax ni el vhs, ni mucho menos el dividí, similares ni conexos. Pero aun así nos dio acceso a lo mejor y peor de la cultura de masas.

Antes de su llegada nos conformábamos con los viejos radios de tubos al vacío, del que yo tuve un ejemplar. Después llegaron los primeros a transistores, en los que sonaban al atardecer Las rancheras que dan cólera de la Radio Cadena Sonora y las interminables radionovelas del Circuito YSR, que en paz descansen. Así conocimos al clásico de la literatura de masas que fue El derecho de nacer, de Félix B. Caignet, un señor cubano con el que Gabriel García Márquez platicó cuando el segundo trabajó en las oficinas habaneras de Prensa Latina. Ahora, con el auxilio del Internet, versión moderna del El Aleph borgeano, vengo a enterarme de que Félix Benjamín Caignet nació en San Luis, Santiago de Cuba, el 31 de marzo de 1892. De origen francés y formación autodidacta, fue actor, pintor, poeta, narrador y músico. Hizo las primeras armas en el periodismo, allá por 1914, pero su éxito indiscutible fue la obra maestra del folletín, al más puro estilo decimonónico, que tituló El derecho de nacer.

Además de esta novela, de enorme éxito radial y luego televisivo, compuso numerosas piezas de música popular, entre ellas la canción Te odio, que se hizo famosa en las voces del trío Matamoros, así como el pregón Frutas del Caney. Pionero de la producción radial, sacó provecho de la experiencia de los cuenteros de Santiago de Cuba para escribir una serie de programas infantiles. Después dio vida a un detective chino, Chan Li Po, en el que introdujo por primera vez el rol del narrador en los radioteatros.

La primera versión de El derecho de nacer constó de 314 capítulos y se transmitió durante casi un año, de 1948 a 1949, por la radioemisora habanera CMQ. Desde entonces la historia fue transmitida innumerables veces por radio y televisión. En el cine las más recordadas versiones son la de Jorge Mistral, con Gloria Marín, dirigida por Zacarías Gómez Urquiza en 1951 y filmada en blanco y negro, y la de Julio Alemán, ya en color, que dirigió Tito Davison en 1966, con la gran actriz Aurora Bautista en el papel de María Elena del Junco.

Igual de inolvidable fue la versión salvadoreña de los años sesenta protagonizada por un Albertico local: Guillermo Hernández, locutor vicentino fallecido en San Salvador el 19 de noviembre de 1971. Según Ricardo Hernández Pereira, el “Albertico” local inspiró el personaje principal de la novela Los años marchitos, del fallecido escritor salvadoreño Rafael Menjívar Ochoa (1959-2011). Dicha novela fue publicada en Costa Rica, por EDUCA, en 1990, al obtener el Premio Latinoamericano de Novela «Ramón del Valle Inclán».[1]

En México, Enrique Lizalde también encarnó al doctor Albertico Limonta en 1966. En aquella ocasión, María Elena fue encarnada por la actriz catalana María Rivas. En 1982 Humberto Zurita asumió el papel de Limonta, ya adulto, en una improbable versión en la que el papel de María Elena fue desempeñado por Verónica Castro y Albertico niño por su hijo Christian. Félix B. Caignet murió en La Habana el 25 de mayo de 1976. Tenía ochenta y cuatro.

Heredera directa del folletín y de la novela por entregas del siglo XIX, la telenovela persiste aún en la imaginación popular latinoamericana. Ya lo dijo Gabriel García Márquez: “Lo malo del folletín y de la telenovela es el tratamiento literario, el melodramatismo demagógico, digamos. Pero esos autores trabajan con elementos de la vida real que son útiles para un escritor. A mí no me preocupa manejar esos elementos, siempre que pueda darles un valor literario, porque al fin y al cabo son cosas que le suceden a la gente. Estuve a punto de publicar la novela (El amor en los tiempos del cólera) como un folletín, por entregas, como se hacía antes. La telenovela influye sobre las costumbres domésticas. Hay casas donde se cambia el horario de las comidas para que puedan ver la telenovela las señoras y las criadas. Es la fascinación de los hechos de la vida real. Poder hacer eso, con valor y calidad literaria, sería una maravilla…”2

Pago tributo, pues, con estas líneas, a ese género literario al que pertenecen las radio y las telenovelas, y a la cultura de masas de la que forman parte. Mi generación y yo les debemos bastante más que una educación sentimental. Críticas al margen de la calidad y del estilo, siguen teniendo un arrastre imparable, aunque ahora ya no aparezca el caballero de la brillante armadura anunciando el Ajax Triclorín Súper Poderoso en los intermedios comerciales.

Bibliografía

[1] http://memoriasguanacas.blogspot.com/2011/11/recordando-al-genial-albertico.html, consultado el 5 de enero de 2018.

[2] García Márquez, Gabriel (2000). Periodismo, telenovelas y computadoras. Publicado en la Revista Latinoamericana de Comunicación Chasqui, septiembre, número 071. Quito, Ecuador. ISSN 1390-1079 (de la versión impresa). Hay versión digital: http://www.redalyc.org/pdf/160/16007102.pdf, consultada el 5 de enero de 2018

Datos de la columnista

Carmen González Huguet. Escritora y docente investigadora a tiempo completo en la Escuela de Ciencias de la Comunicación. Es miembro de la Real Academia de la Lengua salvadoreña. Recientemente, obtuvo el 37 Premio Mundial Fernando Rielo de Poesía Mística.