Segunda entrega «Cuando simasito pasamos a formar parte de EUA»

En esta segunda entrega de "Cuando simasito pasamos a formar parte de EUA… O la terrible historia de la anexión de Centroamérica a México", es una investigación narrada para principiantes, que busca ser un aporte a la divulgación de dicho proceso histórico. La importancia de esos dieciocho meses, entre 1821 y 1823, es fundamental para comprender los cimientos de nuestra nacionalidad.

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Por Carmen González Huguet

  1. Contexto histórico y antecedentes

Siquiera someramente, es necesario referirnos al contexto en el que ocurrieron los hechos históricos que nos ocupan. Es obvio que nada sucede en el vacío, sino en unas circunstancias espaciales y temporales muy concretas. La anexión a México fue un proceso que se debe ubicar dentro de la situación en que, tanto España como América, se encontraban en aquellos años de comienzos de la década de 1821. Intentaremos trazar, con rapidez, un panorama de dicha situación.

2.1. El siglo XVIII

    Sería demasiado extenso, y supera los límites de este ensayo, desarrollar el tema de los principales acontecimientos históricos ocurridos durante la segunda mitad del siglo XVIII, aun a manera de antecedentes, de modo que intentaremos sintetizar el tema lo más posible, y aclaramos de entrada el propósito de no hacer un análisis exhaustivo. Sin embargo, claro está, algo hay que decir. El siglo XVIII (para que nos entendamos de manera específica: los cien años que van del 1 de enero de 1701 al 31 de diciembre de 1800), es llamado “el Siglo de las Luces”, y en él se desarrolló un movimiento intelectual conocido como la Ilustración. Este fue un movimiento cultural primordialmente europeo que estuvo activo sobre todo en Inglaterra, Francia y Alemania desde mediados del siglo XVIII a principios del XIX. La Ilustración inspiró profundos cambios sociales y el principal de estos cambios fue, sin duda, la Revolución Francesa.

    Este fue, además, el contexto en el que surgió la Enciclopedia, proyecto intelectual nacido en la Francia prerrevolucionaria. El producto esperado de los esfuerzos de un notable grupo de sabios fue la Encyclopédie o el Dictionnaire raisonné des sciences, des arts et des métiers, esto es: la Enciclopedia o diccionario razonado de las ciencias, las artes y los oficios. En esta empresa diversos filósofos y escritores trabajaron bajo la dirección de Denis Diderot (1713-1784). Este autor escribió en estrecha colaboración con Jean le Rond d’Alembert (1717-1783). La Enciclopedia fue una obra colectiva, en la que participaron, entre otros muchos autores, Louis de Jaucourt (1704-1779), Jean-Jacques Rousseau (1712-1778), Anne Robert Jacques Turgot (1727-1781), Voltaire (nombre con el que era conocido Francois-Marie Arouet, 1694-1778), Paul Henri Thiry d’Holbach (1723-1789) y Montesquieu (1689-1755).

    De Jaucourt fue uno de los más prolíficos autores que participaron en esta empresa, habiendo escrito cerca de dieciocho mil artículos, del total de casi setenta y dos mil que contenía la Enciclopedia. Aunque la calidad es irregular en un universo tan grande, se debe destacar sobre todo la serie de artículos acerca de los derechos de los ciudadanos, la persecución religiosa, la libertad de conciencia, o el de la esclavitud, en el que se pide sin ambages su abolición.

    Foto/Agustín de Iturbide

    El siglo XVIII es fundamental para entender el mundo moderno, porque muchos de los acontecimientos políticos, económicos, culturales e intelectuales que ocurrieron en esta época tuvieron consecuencias que todavía hoy continúan afectando las vidas de millones de personas. Entre estos acontecimientos pueden señalarse:

    • la invención de la máquina de vapor de James Watt, patentada en 1769, que posibilitaría la primera revolución industrial.
    • el ya mencionado desarrollo de la Enciclopedia,
    • la Ilustración,
    • la independencia de los Estados Unidos y
    • la Revolución Francesa.

    Si bien es cierto que el siglo XVIII no careció de conflictos, es también verdad que se produjeron grandes avances en el campo de las diferentes ciencias y de la tecnología. En este siglo se reafirmó el poder de la razón humana por encima de la fe y de la superstición. Se cuestionaron los principios de la autoridad monárquica y continuó el colapso de las antiguas estructuras sociales feudales basadas en el vasallaje y en la servidumbre de grandes capas de la población, declive que había empezado desde el fin de la Edad Media.

    Fue en Inglaterra donde se desarrolló inicialmente la llamada primera revolución industrial, que marcó el comienzo del despegue económico europeo. Con esto, la civilización occidental afianzó su predominio tecnológico, cultural y económico, y extendió su influencia al resto del planeta.

    1. España en el siglo XVIII y comienzos del XIX

    En la Península Ibérica, el comienzo del siglo XVIII estuvo marcado por la muerte del último rey de la casa de Austria. En efecto: en 1700 falleció en Madrid el rey Carlos II, llamado “El Hechizado”. A pesar de las indudables limitaciones físicas del monarca, algunas fuentes consideran que el gobierno de Carlos II no fue tan negativo como se había creído hasta ahora[1]. Hijo de Felipe IV, fue proclamado rey en 1665 a los tres años de edad. Mientras fue menor, de 1665 a 1675, la regencia la ejerció su madre: la reina Mariana de Austria (1634-1696), segunda esposa del rey Felipe IV. Algunas fuentes sugieren que las minusvalías del rey se debieron al síndrome de Klinefelter, y atribuyen este problema a la frecuente endogamia ocurrida entre los miembros de la dinastía Habsburgo. En todo caso, es probable que Carlos II fuera estéril, no habiendo concebido hijos ni con su primera esposa, María Luisa de Orleáns, ni con la segunda: Mariana de Neoburgo. Además, tenía débil tono muscular, no pudo hablar hasta los cuatro años, y no caminó hasta los ocho. Había nacido el 6 de noviembre de 1661 en Madrid, ciudad donde falleció el 1 de noviembre de 1700, a punto de cumplir los treinta y nueve años de edad. A su muerte lo sucedió en el trono español su sobrino nieto, el rey Felipe V (1683-1746). Fue así como la Casa de Borbón, nueva dinastía reinante, pasó a ocupar el lugar de la anterior Casa de Austria.

    El reinado de Felipe V duró cuarenta y cinco años y tres días, dividido en dos períodos, y ha sido el más prolongado en la historia de España. Su muerte abrió una espinosa cuestión sucesoria, ya que el emperador de Austria, Leopoldo I, consideraba que su hijo, el archiduque Carlos, biznieto de Felipe III, tenía más derechos que Felipe V a ocupar el trono español. Esta diferencia de opinión dio pie a la Guerra de Sucesión Española que se prolongó de 1701 a 1713. Mientras Castilla y Navarra se mantuvieron fieles al candidato borbónico, Aragón apoyó al austríaco. En 1711, el archiduque Carlos fue nombrado emperador del Sacro Imperio. Temerosas las potencias europeas del poderío de Austria, retiraron sus tropas del conflicto y firmaron el Tratado de Utrecht. España perdió sus posesiones europeas fuera de la península ibérica, además de Menorca y Gibraltar, que pasaron a dominio británico. A cambio, Felipe V fue reconocido como legítimo rey de España y conservó las posesiones españolas en el resto del mundo, si bien otras naciones europeas, como Inglaterra, Francia y Holanda, no dejaron de hostilizar a las colonias hispánicas a través de los piratas, los corsarios y el contrabando. Por su parte, el archiduque Carlos, ya emperador, continuó reclamando sus derechos al trono español. A lo largo del siglo XVIII fueron reyes de España:

    • Felipe V: Versalles, 1683-Madrid, 1746. Como dijimos, gobernó en dos períodos: de 1701 a 1723 y de 1724 hasta su muerte. Se casó dos veces: primero con María Luisa Gabriela de Saboya, quien le dio cuatro hijos, de los cuales solo dos llegaron a adultos y a ocupar el trono español (ver abajo). Felipe V enviudó de su primera esposa y se casó con Isabel de Farnesio, quien le dio siete hijos. De estos, solo seis llegaron a la edad adulta. El primogénito de este matrimonio reinó con el nombre de Carlos III. Hay que hacer notar que Carlos III era biznieto del rey de Francia: Luis XIV.
    • Luis I: Madrid, 1707-Madrid, 1724. Hijo de Felipe V y de su primera esposa, reinó del 16 de enero hasta el 5 de septiembre de 1724. A la muerte de Luis I, Felipe V reasumió sus deberes reales hasta que, en 1746, falleció.
    • Fernando VI: Madrid, 1713-Villaviciosa de Odón, 1759. Hijo de Felipe V y de su primera esposa, Fernando VI reinó durante trece años, de 1746 hasta su muerte, ocurrida en 1759.
    • Carlos III: Madrid, 1716-Madrid, 1788. Hijo de Felipe V y de su segunda esposa, Isabel de Farnesio, fue rey de España durante veintinueve años, desde 1759 hasta su muerte. Se casó con María Amalia de Sajonia, con quien procreó trece hijos. El más importante fue el séptimo, después de varias niñas, quien reinó con el nombre de:
    • Carlos IV: Portici, 1748-Nápoles, 1819, fue rey de España desde la muerte de su padre Carlos III, en 1788, hasta el 19 de marzo de 1808. Reinó durante diecinueve años. Con él comienza en España el final del llamado Antiguo Régimen. El liberalismo triunfaría durante el reinado de la nieta de Carlos IV e hija de Fernando VII, la reina titular Isabel II.

    Durante su largo reinado, Felipe V logró cierta reconstrucción interior en lo que respecta a la Hacienda, el Ejército y la Armada, prácticamente recreada por exigencias de la explotación racional de las Indias y en constante asedio por parte de las fuerzas británicas. Su logro fundamental, no obstante, fue el de la centralización y unificación administrativa del gobierno español, así como los intentos de creación de un Estado moderno.

    Felipe V y sus descendientes se esforzaron por crear una monarquía absoluta centralista y uniformista, y por intentar poner al día la administración de un Estado que no terminaba de salir de la Edad Media. El reinado de Carlos III, sobre todo, “…se caracterizó por el fuerte impulso que dio a las reformas inspiradas en las ideas ilustradas, siempre que estas no pusieran en peligro su poder absoluto y el orden social tradicional, y por ello Carlos III es considerado como el máximo exponente del llamado despotismo o absolutismo ilustrado. En un escrito dirigido a su hijo, el futuro Carlos IV, el rey le dijo: «Quien critica los actos de gobierno comete un delito, aunque tenga razón». Para llevar adelante estas políticas, el rey se rodeó de un equipo de ministros reformistas, entre los que destacó José Moñino y Redondo, primer conde de Floridablanca (1728-1808). Sin embargo, a los pocos años de haber iniciado su reinado, Carlos III vivió su peor crisis, que puso en evidencia las contradicciones del reformismo que propugnaba”.[2] El hombre fuerte del gobierno de Carlos III, y quien echó a andar muchas reformas en la “villa y corte” de Madrid fue Leopoldo de Gregorio y Masnata, marqués de Esquilache (1699-1785)[3]. Este miembro de la nobleza italiana se convirtió en la mano derecha del rey y, junto con Zenón de Somodevilla y Bengoechea, primer marqués de la Ensenada (1702-1781) y figura clave en el diseño y aplicación de la llamada Gran Redada, intento de exterminar a los gitanos que vivían entonces en España, acometió un trabajo reformista que se extendió hasta las medidas de control, que incluían la vestimenta de la época. Esquilache y estos personajes, sin embargo, se fueron haciendo de enemigos cada vez más peligrosos. Entre ellos se contaba la nobleza, que no veía con buenos ojos el poder acumulado por un extranjero, en el caso de Esquilache, y la iglesia católica, celosa de la política anticlerical del ministro, que intentaba reducir la enorme influencia de la religión en la sociedad española de su tiempo.

    “Su buena administración fue bien acogida en las reformas de la villa de Madrid, que incluyeron saneamiento y alumbrado, además de mejoras notables en el trazado urbano que han perdurado y permitieron que a Carlos III se le llamase con el transcurrir del tiempo «el mejor alcalde de Madrid». Estableció por vez primera la administración de rentas y aduanas en América”.[4] Los descontentos con la administración de este ministro, sin embargo, consiguieron levantar al pueblo de Madrid, que se sublevó del 23 al 26 de mayo de 1766 en el llamado “motín de Esquilache”. La insurrección fue imitada por algunas ciudades. Sin embargo, poco después, sofocada la rebelión, el ministro fue sacrificado por el rey Carlos III, quien lo despidió, y fue sustituido por el conde de Aranda[5]. Este personaje se había distinguido en las acciones que pretendían controlar la situación. Aranda, junto con otro político, Campomanes[6], encontraron un chivo expiatorio en los jesuitas, que mediante la “pesquisa secreta”, realizada entre la mayoría de los obispos españoles, fueron hechos responsables de haber inspirado el motín.

    Foto/Vicente Filísola

    “La Compañía de Jesús fue expulsada de España a principios de abril de 1767, entre la noche del 31 de marzo y la mañana del 2 de abril. Fue una operación tan secreta, rápida y eficaz como la del extrañamiento de los moriscos en 1609, o incluso más. La práctica totalidad de los historiadores están de acuerdo en afirmar el carácter sorpresivo y drástico de la expulsión. Pese a que corrían malos tiempos para la Compañía… nadie en su seno podía imaginar que iba a producirse tamaño acontecimiento”.[7]

    La expulsión de los jesuitas se extendió no solo al territorio de la península ibérica, sino que abarcó todas las posesiones del Imperio Español en el resto del mundo. Fue así como, de Guatemala y demás territorios, los jesuitas fueron expulsados en 1767. Entre ellos iba el poeta Rafael Landívar (1731-1793), quien terminaría sus días en Bolonia, Italia, sin volver jamás a su natal ciudad de Santiago de los Caballeros, hoy Antigua Guatemala. En el exilio, Rafael Landívar habría de escribir, en hexámetros latinos, su intenso poema Rusticatio mexicana, cuyo primer verso dice: “Salve Cara Parens, Dulcis Guatimala, Salve…”. La orden de expulsión se cumplió el 2 de abril de 1767. “Luego de la expulsión de los jesuitas, la corona reformó los planes de estudio tanto en las universidades como en los seminarios. La mayoría de los obispos, en aquellos lugares donde no se había cumplido el decreto de Trento —como había sido el caso del Reino de Guatemala—, erigieron seminarios aprovechando las casas de los jesuitas para instalarlos. En estos nuevos seminarios el rey obligó a seguir las líneas doctrinales que había impuesto en las facultades de Teología y de Cánones de las distintas universidades reales y pontificias, que tenían gran influjo jansenista y, por ende, en las que habían sido prohibidos los autores jesuitas.

    Inicialmente se pensó que aquella orden real había sido el inicio de la expansión del espíritu ilustrado, supuestamente reprimido por la poderosa acción reaccionaria de los jesuitas, pero eventualmente las órdenes religiosas beneficiadas a corto plazo con la expulsión y con los bienes de los jesuitas no fueron ni más abiertas ni progresistas que los expulsados. Es más, para hacer cumplir la orden que prohibía la difusión de las “perniciosas” doctrinas jesuíticas, el rey incrementó la censura y la aplicó desde entonces en otros temas. Casi medio siglo después, en el contexto de la Restauración de 1814, el papa Pío VII emitió la bula “Solicitudo omnium Ecclesiarum”, que restauraba la Compañía de Jesús y en España, el rey Fernando VII —nieto de Carlos III— autorizó inmediatamente su retorno a los territorios del Imperio”.[8]

    Carlos III murió en 1788 y lo sucedió en el trono español su hijo Carlos IV. Con la muerte del primero acabó la historia del reformismo ilustrado en el imperio español. Al año siguiente estalló la revolución francesa, de manera que durante el período cuando Carlos IV gobernó España, del 14 de diciembre de 1788 al 19 de marzo de 1808, esto es, durante diecinueve años, la política estatal se volvió mucho más conservadora.

    ¿Cómo era España a finales del siglo XVIII? Pues era una nación gobernada por una monarquía absoluta, muy semejante a la francesa. Algunos autores describen al Antiguo Régimen imperante entonces como un conjunto de prácticas, usos, costumbres, formas de vida e instituciones, entre otros, cuyo período de formación abarcó toda la Edad Media, hasta la madurez de la Edad Moderna. Como límites temporales de la Edad Media se establecen: a) Límite inicial: la caída del Imperio Romano de Occidente marcada en el año 476 cuando el último emperador, Rómulo Augústulo, fue depuesto por Odoacro, jefe del pueblo de origen germánico de los hérulos. b) Límite final: aquí los historiadores dan dos fechas: b.1) la caída de Constantinopla en poder de los turcos otomanos, ocurrida en el año 1453. b.2) la llegada de Cristóbal Colón a las islas Bahamas, el 12 de octubre de 1492. En todo caso, la Edad Media se considera que abarcó desde el siglo V hasta el XV después de Cristo.

    La Edad Moderna, por consiguiente, empieza con el fin de la Edad Media y concluye el 14 de julio de 1789, con la toma de la Bastilla y el estallido de la Revolución Francesa. En España, el Antiguo Régimen se caracterizó por una demografía estancada por el bloqueo malthusiano (exceso de población y escasez de recursos) sacudida periódicamente por catástrofes cíclicas. Las tasas de natalidad y de mortalidad eran altas, la esperanza de vida al nacer era baja y la sociedad estamental permitía muy poca movilidad social. Aun así, se estima que hubo un aumento poblacional del cuarenta por ciento. Además, las jurisdicciones territoriales y estamentales condenaban a la mayor parte de la población al trabajo en el campo, miserable y en condiciones muy difíciles. Tampoco había muchas posibilidades de emigrar en busca de una situación más favorable. Y, aun en tan precarias condiciones, eran los estamentos que trabajaban con sus manos los que sostenían a los grupos sociales privilegiados: nobleza y clero, que ni trabajaban, ni pagaban impuestos.

    La monarquía absoluta significó que el rey gobernara por derecho divino, mediante sus decisiones personales, con total discrecionalidad. Aunque algunos reyes contaban con un conjunto de ministros o de consejeros, quien tenía la última palabra era el monarca. No había nada semejante a la división de poderes, ni al sistema de pesos y contrapesos que ahora son inherentes a las democracias modernas y a las monarquías constitucionales. Es evidente que esta situación dio lugar a muchos abusos, amén de ineficiencia y corrupción.

    Por otra parte, la aristocracia repudiaba el trabajo manual y el comercio, y basaba su prestigio social en la posesión de la tierra, pero como grupo social no estaba en capacidad ni en disposición de trabajar, ni de hacerlas producir. El pueblo, ignorante, condenado a trabajar y subsistir en condiciones miserables, era supersticioso y estaba a merced de la manipulación ejercida por el clero, quien se lucraba de los jugosos diezmos y primicias que pagaban los campesinos. La economía, poco desarrollada, era fundamentalmente agrícola, con tendencia a la autarquía, y poco susceptible a los cambios, con escaso intercambio comercial. La mayor parte de la población residía en el área rural. Pero, por otra parte, la vida en las ciudades no ofrecía tampoco alicientes al progreso económico o social de importancia. Y en el ámbito cultural, de igual forma, los cambios y avances no eran bienvenidos. La Iglesia, que durante siglos ejerció su control sobre las universidades, las escuelas y los colegios, desconfiaba de los avances científicos. Con iguales recelos eran vistos los intentos de cambio en cualquier otra área de la actividad humana, bajo la permanente sospecha de herejía. Durante los gobiernos de la Casa de Austria, la Inquisición conservó todo su poder y reprimió con dureza toda muestra, real o supuesta, de pensamiento heterodoxo.[9]

    Carlos IV de España había nacido en Portici, Nápoles, el 11 de noviembre de 1748, cuando su padre, el futuro Carlos III, gobernaba el sur de Italia. Fue hijo de la única esposa del rey: María Amalia de Sajonia, y aunque subió al trono español poco después de cumplir cuarenta años, de él se decía que: “…ha pasado a la Historia como un hombre manipulable, sin más voluntad que la de su mujer, María Luisa de Parma, y la de su hombre de confianza, Manuel Godoy. Los sucesos de 1807 y 1808, que lo llevaron a ser el primero de los diez monarcas de la Edad Moderna española que no murió como rey, y que supusieron la invasión de la Monarquía Hispánica por parte de otra potencia, parecen confirmar a posteriori estos prejuicios. Desde el mismo marzo de 1808, los enemigos del monarca (fernandinos y liberales) escribirían la Historia de su reinado, insistiendo en esta línea e implantando una imagen que se antoja inamovible. Afortunadamente, esta visión estereotipada viene siendo matizada por estudios que demuestran que Manuel Godoy fue mucho más que un advenedizo, que el reinado de Carlos IV supuso el culmen de la particular Ilustración española o que el Estado borbónico de principios del XIX anticipa muchas de las características del Estado liberal en materias como el fomento o la educación. En definitiva, se trata de un reinado aún por conocer en muchos aspectos, quizá por su complejidad, por estar a medio camino entre dos épocas y por presentar características de ambas; una dualidad que hace que nos enfrentemos a un periodo fascinante de la Historia de España, coprotagonizado por un monarca al que se ha rebajado demasiadas veces a la categoría de secundario o incluso de extra”.[10]

    Los hechos básicos son como sigue: Carlos IV contrajo matrimonio con su prima hermana María Luisa de Parma, tres años menor que él, en diciembre de 1765. Estuvieron casados durante casi cincuenta y cuatro años, hasta 1819, cuando ambos fallecieron con solo diecisiete días de diferencia. Ella murió primero, el 2 de enero, y él falleció el 19 del mismo mes. Durante esos años la reina estuvo embarazada veintitrés veces. Diez de tales embarazos terminaron en abortos espontáneos. De los catorce hijos que nacieron vivos (entre ellos unos gemelos), solo siete llegaron a la edad adulta. El más relevante para la historia fue el futuro rey Fernando VII, quien nació el 14 de octubre de 1784 en el monasterio de San Lorenzo del Escorial.

    La muerte de María Amalia de Sajonia, esposa de Carlos III, ocurrida en 1760, y de la reina madre Isabel de Farnesio, segunda esposa de Felipe V, en 1766, un año después de la llegada de María Luisa de Parma a España, eliminaron a las posibles rivales de esta última y la convirtieron en la mujer más poderosa de la corte. La misma fuente afirma que “…Carlos y María Luisa formaron un matrimonio unido. Como príncipes y como reyes compartieron los asuntos de la Corte y del Estado, lo que dio lugar a buena parte de los rumores sobre el poder efectivo de la parmesana. Sin lugar a dudas, María Luisa tenía una fuerte personalidad y una influencia indudable en los asuntos cortesanos”.

    No obstante, muchos rumores han circulado en torno al presunto adulterio de la reina María Luisa de Parma con el favorito de los reyes: Manuel Godoy. Pero hasta la fecha no existen pruebas de que la amistad entre ella y este último se convirtiera en una relación adúltera. Algunas fuentes sostienen que el rey se apoyó en este militar de origen hidalgo que debió su encumbramiento a las más altas esferas del poder a la deferencia y los deseos expresos de la pareja real.

    El padre de Godoy, natural de Badajoz, Extremadura, se preocupó de que sus hijos tuviesen una educación esmerada desde el punto de vista intelectual, así como físico. El futuro valido del rey Carlos IV recibió clases de matemáticas, humanidades y filosofía, además de equitación y de esgrima. Godoy había llegado a Madrid en 1784, y el rey Carlos III lo admitió en la Guardia de corps. Estudió también francés e italiano. Conoció a los reyes por una casualidad debida a un accidente, cuando su caballo lo tiró al suelo, y gracias al apoyo que le demostró el monarca, en 1792 llegó a ser nombrado en el cargo equivalente a primer ministro.

    El ascenso relativamente rápido de Godoy al poder puede explicarse, en primer lugar, por la época tan singular que le tocó vivir. La revolución francesa, así como la ejecución de Luis XVI y de su esposa, María Antonieta, fueron acontecimientos que influyeron, sin duda, en la política española, tanto interna como externa. El ministro Floridablanca, encargado de las relaciones internacionales, adoptó una actitud vacilante hacia la revolución. Esta contención se demostró un fracaso. El rival de Floridablanca, el conde de Aranda, tomó entonces el poder, pero no supo mejorar la delicada situación de Carlos IV, ni la del monarca francés, quien a partir de octubre de 1789 se encontraba prisionero de los revolucionarios. Fue entonces cuando el rey español nombró a Godoy para que se hiciera cargo de los asuntos políticos. El extremeño era un hombre ajeno a los partidos de Floridablanca y de Aranda. Godoy solo debía lealtad al rey y a la reina, quienes le habían dado todos los cargos y honores que llegó a detentar. Pero eso también obró en su contra, pues toda la nobleza veía a Godoy como un oportunista.

    Así las cosas, el 21 de enero de 1793, la Convención Revolucionaria condenó a muerte y ordenó la ejecución del rey de Francia, Luis XVI. Las acciones bélicas no se hicieron esperar. El año anterior, la Convención había declarado la guerra a Austria. En 1793 el ejército español llegó hasta la ciudad francesa de Perpiñán. Sin embargo, el empuje inicial se vio frenado por la defensa francesa y, en diciembre de 1794, ingleses y españoles levantaron el cerco bloqueaba el puerto de Tolón. En la defensa de esta plaza fuerte se distinguió un joven militar de apellido Bonaparte que habría de convertirse, al final de esa década, en el gobernante de facto de Francia. Estabilizados los frentes, el 22 de julio de 1795 se firmó la Paz de Basilea. España cedió a Francia su parte de la isla de La Española, es decir, el territorio de la actual República Dominicana, y ciertas ventajas económicas a cambio de la retirada francesa de los territorios ibéricos.

    España y Francia firmaron el primer Tratado de San Ildefonso el 18 de agosto de 1796. Godoy necesitaba aliarse con Francia para evitar que Gran Bretaña atacara los territorios hispánicos en América. Además, Carlos IV y María Luisa necesitaban el apoyo francés para proteger el ducado de Parma, ya que su hija, también llamada María Luisa, estaba casada con el heredero de dicho territorio, su primo hermano Luis, quien llegaría a ser rey de Etruria por breve tiempo bajo la protección de Napoleón Bonaparte. Mientras tanto, en España la oposición contra Godoy fue creciendo. El 23 de noviembre de 1795 fue descubierta una conspiración en la que participó el navegante Alejandro Malaspina (1754-1810). Este personaje participó con José de Bustamante y Guerra (1759-1825), quien posteriormente llegó a ser Capitán General del Reino de Guatemala, en una expedición científica que dio la vuelta al mundo de 1789 a 1794. Por su intervención en la conspiración antes mencionada, Malaspina fue condenado el 20 de abril de 1796 a diez años de cárcel en el castillo de San Antón en La Coruña. Sin embargo, fue puesto en libertad en 1802.

    Juan Fermín de Aycinena e Irigoyen, fundador del Clan de Aycinena

    En el segundo Tratado de San Ildefonso, firmado en octubre de 1800, Napoleón, en su calidad de primer cónsul de la República Francesa, ofreció a la duquesa de Parma, hija de Carlos IV, el recientemente creado reino de Etruria. A cambio, España prometió el territorio de Luisiana a Francia y unir su flota a la francesa, así como abrir hostilidades contra Portugal para obligarle a renunciar a su alianza con Gran Bretaña. Este conflicto se denominó la “Guerra de las Naranjas” y duró del 16 de mayo al 6 de junio de 1801. Sin embargo, por el Tratado de Badajoz, Portugal cedió a España la localidad de Olivenza, que hasta el día de hoy forma parte del territorio español, y se comprometió a cerrar sus puertos a los ingleses.

    Necesitado de una tregua, Napoleón firmó la paz de Amiens con Inglaterra en 1802. España recuperó Menorca y cedió a los ingleses la isla de Trinidad, en el mar Caribe. Sin embargo, pretextando que Godoy estaba a favor de los ingleses, Napoleón obligó a Carlos IV a firmar un convenio de neutralidad y una nueva alianza en 1805. Fue entonces cuando la flota franco-española fue derrotada por los británicos en la batalla de Trafalgar, ocurrida el 21 de octubre de 1805. En ella perdieron la vida el brigadier guipuzcoano Cosme Damián Churruca (1761-1805) y el vicealmirante inglés Horatio Nelson (1758-1805). La batalla de Trafalgar ocurrió frente al cabo del mismo nombre, en los Caños de Meca, localidad del municipio gaditano de Barbate.

    Godoy comprendió entonces que su suerte estaba a punto de terminar. Entre tanto, alrededor del príncipe de Asturias, el futuro Fernando VII, se habían congregado poco a poco los descontentos con las políticas del valido. Este decidió que lo mejor que podía hacer, dadas las circunstancias, era apoyarse en el emperador francés. En efecto: Napoleón Bonaparte se había coronado emperador en la basílica de Notre Dame, el 12 de diciembre de 1804.

    Aunque Napoleón apreciaba a Godoy como hombre y como ministro, fomentó los recelos y ambiciones de este para conseguir sus propios fines. Godoy le había propuesto repartir el territorio portugués. El valido quería que una de las porciones fuese para sí. Además, le planteó cambiar el orden de sucesión a la Corona española para eliminar al futuro Fernando VII, quien lo odiaba profundamente. Pero Napoleón tenía sus propios planes. El 30 de marzo de 1806 el emperador francés expulsó a Fernando IV de Nápoles y puso en el trono español a su hermano José Bonaparte. Fernando IV era hijo de Carlos III de España y, por lo tanto, hermano de Carlos IV. La hija de Fernando de Nápoles, María Antonia, estaba casada con el príncipe de Asturias, el futuro Fernando VII. Solo entonces Godoy conoció las intenciones de Napoleón, y quiso alejarse de su influencia, pero la victoria napoleónica en la batalla de Jena (14 de octubre de 1806) lo obligó a disimular. En esta batalla, así como en la de Auerstadt, librada en la misma fecha, el ejército prusiano fue derrotado por el ejército francés. Esto dejó a Prusia fuera de las guerras napoleónicas hasta 1813.

    En la cúspide de su poder y de su gloria, Napoleón planteó demandas exorbitantes a Godoy, mientras conspiraba secretamente con Fernando VII. España debió plegarse al Bloqueo Continental contra Inglaterra el 19 de febrero de 1807. La partición de Portugal se estableció en el tratado de Fontainebleau el 27 de octubre de 1807. Portugal quedaría, así, dividido en tres partes: el norte para compensar a los destronados reyes de Etruria. Como dijimos arriba: Luis de Borbón-Parma, marido de María Luisa de Borbón, hija de Carlos IV de España y de María Luisa de Parma. Este soberano era, por lo tanto, cuñado de Fernando VII. Pero Luis murió en 1803, a los treinta años, de modo que esta compensación llegaría, hipotéticamente, a su hijo Carlos Luis Fernando (1899-1883, quien, en efecto, llegó a ser rey de Etruria y luego duque de Parma. La porción central de Portugal se destinaría a los ingleses, a fin de cambiarla por Gibraltar. El sur sería para Godoy, convertido en príncipe de los Algarves. A Carlos IV, Napoleón le garantizó sus posesiones en Europa y el título de emperador de las Américas. El ejército francés penetraría en territorio de la península ibérica con el objetivo de invadir Portugal, seguido del ejército español. Lo que Godoy no fue capaz de prever fue que, en realidad, lo que Napoleón pretendía era apoderarse del territorio de España.

    Entre tanto el príncipe Fernando también estaba en pláticas secretas con Napoleón, con quien había pretendido emparentar a la muerte de su primera esposa, María Antonia de Nápoles. Esta princesa fue, igual que su marido, el futuro Fernando VII, nieta de Carlos III de España. Los reales consortes eran, pues, primos hermanos, se habían casado en Barcelona en 1802, pero no tuvieron descendencia y María Antonia murió de tuberculosis el 21 de mayo de 1806. El príncipe de Asturias quería derrocar a su padre, Carlos IV, y acabar con el valimiento de Godoy. Sin embargo, el complot fue descubierto y el príncipe heredero sometido al proceso de El Escorial que se llevó a cabo de octubre de 1807 a enero del año siguiente. El príncipe fue perdonado por su padre, el rey, pero el proceso contribuyó a aumentar el desprestigio de Godoy.

    Así las cosas, las tropas francesas invadieron el territorio de España el 18 de octubre de 1807 y se dirigieron, como estaba previsto, hacia Portugal, mientras Napoleón guarnecía las principales ciudades españolas. Sin embargo, el emperador exigió un camino militar hasta Portugal o la línea del Ebro como frontera con Francia. Carlos IV y María Luisa, residentes entonces en Aranjuez, decidieron dirigirse al sur, al puerto de Cádiz, para dejarse una vía libre en caso de que se vieran forzados a viajar a América para quedar lejos del control de Bonaparte. Este viaje, sin embargo, no habría de llevarse a cabo nunca porque, como suele suceder, los acontecimientos se precipitaron de un modo imprevisto. En efecto: ante los rumores ocasionados por la ocupación francesa, el pueblo de Madrid se alarmó y culpó a Godoy de la desacertada política de alianzas con Napoleón. Entre el 17 y 18 de marzo de 1808 una turba dirigida por los nobles descontentos con Godoy asaltó la residencia del favorito dando lugar al motín de Aranjuez, durante el cual la casa de Godoy fue saqueada. El antiguo ministro fue destituido de sus cargos, honores y privilegios. El precio que pagó el rey Carlos IV por la vida de su antiguo protegido fue la abdicación. En efecto, el 19 el rey abdicó a favor de su hijo Fernando y luego fue recluido en el castillo de Villaviciosa de Odón, en la comunidad de Madrid.

    Después del motín de Aranjuez, el 24 de marzo de 1808 Fernando VII arribó a Madrid en calidad de nuevo rey. El pueblo celebró su llegada y la caída de Godoy. Las muchedumbres esperaban que el cambio de gobierno mejorara la situación. El nuevo rey formó un gobierno con sus partidarios y marginó a los funcionarios afectos a Godoy. Sin embargo, el 23 de marzo el ejército francés, al mando del general Joaquín Murat, ya había llegado a España. Perdido el poder, Carlos IV y María Luisa se pusieron bajo la protección de Napoleón y, custodiados por las tropas del general Murat, fueron conducidos a Francia.

    El emperador francés envió al general Savary a comunicar a Murat su intención de otorgar el trono español a uno de sus propios hermanos Bonaparte. Savary también comunicó la orden de llevar a la familia real, poco a poco, a suelo francés, junto con Godoy. Savary convenció a Fernando VII para que saliera al encuentro del emperador francés quien, supuestamente, viajaba hacia Madrid. Pero lo cierto es que el lugar del encuentro fue cambiando sobre la marcha: primero Madrid, luego el palacio de la Granja de San Ildefonso, después Burgos, más tarde San Sebastián…

    El 10 de abril, deseando contar con el beneplácito de Napoleón, Fernando VII salió de Madrid dejando el gobierno en manos de una Junta Suprema presidida por su tío, el infante Antonio, y se dirigió a Burgos, donde llegó el 12. Sin noticias de Napoleón, el general Savary convenció a Fernando VII de continuar su viaje hasta Vitoria. Llegó el 13, mientras Napoleón arribaba a Bayona dos días más tarde. El día 20, Fernando VII cruzó la frontera. No lo sabía aún, pero acababa de caer prisionero de Napoleón. Tampoco sabía que aquella prisión y aquel exilio durarían seis años. Entre tanto, Carlos VI y su esposa llegaron a Bayona el 30. Napoleón retrasó la llegada de Godoy todo lo más posible para que el valido no pudiese aconsejar ni al antiguo rey ni al nuevo.

    Afirma Sánchez Mantero: “Napoleón obligó a Carlos IV a cederle sus derechos al trono a cambio de asilo en Francia para él, su mujer y su favorito, Godoy, así como una pensión de 30 millones de reales anuales. Como ya había abdicado antes a favor de su hijo, consideró que no cedía nada. Cuando llegaron a Bayona las noticias del levantamiento de Madrid y de su represión, Napoleón y Carlos IV presionaron a Fernando para que reconociese a su padre como rey legítimo. A cambio recibiría un castillo y una pensión anual de cuatro millones de reales, que nunca cobró en su totalidad. Aceptó el 6 de mayo de 1808, ignorando que su padre ya había renunciado en favor del emperador. Finalmente, Napoleón otorgó los derechos a la corona de España a su hermano mayor, quien reinaría con el nombre de José I Bonaparte. Esta sucesión de traspasos de la corona española se conoce con el nombre de «abdicaciones de Bayona».[11]

    Mientras tanto, el 2 de mayo el pueblo madrileño se sublevó contra los ocupantes franceses y fue duramente reprimido, hechos plasmados por Francisco de Goya en sus dos famosas obras: El 2 de mayo de 1808 en Madrid, también llamado La carga de los mamelucos. Los rebeldes arrestados con las armas en las manos fueron condenados a muerte sin derecho a defensa y fusilados de inmediato. El óleo El 3 de mayo en Madrid, conocido por Los fusilamientos en la montaña del Príncipe Pío, narran este sangriento episodio. Fue el vacío de poder (poder legítimo, se entiende, ya que muchos españoles no reconocieron como rey auténtico a José I) el que dio origen, tiempo más tarde, a las Cortes de Cádiz y a la promulgación de la Constitución de 1812, así como a las Juntas parroquiales, de partidos y de provincias, abriendo una inédita experiencia de autogobierno al que las diferentes naciones hispanoamericanas habrían de aferrarse, hecho que prepararía el camino hacia los procesos de independencia de las antiguas provincias de la corona castellana en América.

    Carlos IV y su esposa permanecieron cautivos en Valençay, propiedad rústica cuyo dueño era el exobispo Talleyrand, a unos trescientos kilómetros de París. La actitud de Fernando VII hacia Napoleón no pudo ser más servil en los seis años que duró su cautiverio. Sin embargo, en España no se discutieron sus derechos al trono y surgió el mito de Fernando VII como “el Deseado”: una víctima “inocente” de las maquinaciones de Bonaparte. La guerra de independencia en España, que se prolongó de 1808 a 1812, fue muy sangrienta. Goya ha dejado plasmadas algunas de esas violencias en su serie de grabados titulada Desastres de la guerra. En junio de 1812 Arthur Wellesley, duque de Wellington, al frente de un ejército formado por ingleses y españoles derrotó a las fuerzas napoleónicas en la batalla de Arapiles, a las que expulsó de Andalucía y amenazó el dominio francés sobre Madrid.

    Hubo un contraataque, pero Napoleón se vio forzado a desviar sus fuerzas hacia el este, ya que emprendió la campaña de Rusia a finales de 1812. Esto dio lugar a que ingleses y españoles expulsaran a José I de Madrid. Los franceses fueron derrotados en Vitoria y San Marcial. Por el tratado de Valençay, el 11 de diciembre de 1813 Napoleón reconoció a Fernando VII como rey de España con todos los dominios y privilegios de que gozara en 1808, a cambio de la paz con Francia, el desalojo de los británicos y la neutralidad para el resto de la guerra.

    “Aunque el tratado no fue ratificado por la Regencia, Fernando VII fue liberado, se le concedió pasaporte el 7 de marzo de 1814, salió de Valençay el 13, viajó hacia Toulouse y Perpiñán, cruzó la frontera española y fue recibido en Figueras por el general Copons ocho días después, el 22 de marzo. Fernando VII regresó a España sin un plan político claro, expectante ante la situación que encontraría tras su larga ausencia, pero con una actitud netamente contraria a las reformas plasmadas en la Constitución de 1812 que, si bien le reservaban el ejercicio del poder ejecutivo, lo privaban del legislativo —que quedaba reservado a las Cortes— y de la soberanía —que se atribuía a la nación y no al monarca—“.[12]

    “El Deseado” entró en Madrid el 13 de mayo de 1814. Afirma Sánchez Mantero: “Durante la primera etapa del reinado, entre los años 1814 y 1820, el rey restableció el absolutismo anterior al periodo constitucional. La tarea que aguardaba a Fernando VII era extremadamente compleja. La economía del país había sufrido grandes estragos y a ello había que añadir la división política de la población. El país se hallaba en la miseria y había perdido toda su importancia internacional. La nación, que había perdido un millón de habitantes de los doce con los que contaba por entonces, estaba arrasada por los largos años de combates. 

    A las difíciles comunicaciones con América, que se sufrían ya a finales del siglo anterior, se unió una honda deflación[13], causada fundamentalmente por la guerra contra los franceses y la de la independencia de los territorios americanos. La pérdida de estos tuvo dos consecuencias principales: agudizar la crisis económica (por la pérdida de los productos americanos, del metal para moneda y del mercado que suponían las regiones americanas para los productos ibéricos) y despojar al reino de su importancia política, relegándolo a un puesto de potencia de segundo orden en el concierto de las naciones europeas. 

    Pese a haber contribuido sustancialmente a la derrota de Napoleón, España tuvo un papel secundario en el Congreso de Viena y en los tratados de Fontainebleau y París. Fernando VII habría tenido que contar con unos ministros excepcionalmente capaces para poner orden en un país devastado por seis años de guerra, pero apenas contó con un par de estadistas de alguna talla. Tampoco él mismo demostró estar a la altura de los gravísimos problemas que aquejaban al país. La inestabilidad del gobierno fue constante, y los fracasos a la hora de resolver los problemas determinaron los continuos cambios ministeriales”. [14]

    Por lo demás, en los primeros seis años de gobierno (1814-1820), fiel a su carácter vengativo, Fernando VII se dedicó a perseguir a los liberales, quienes intentaron sublevarse varias veces para restablecer la Constitución de Cádiz. En enero de 1820 se produjo la llamada “sublevación de Riego” que, aunque no tuvo el éxito esperado, tampoco pudo ser reprimida de manera eficaz. Una serie de insurrecciones estallaron en Galicia y se extendieron por la península ibérica. El rey fue obligado a jurar la constitución en Madrid, el 10 de marzo de 1820. Comenzó así el llamado Trienio Liberal o Constitucional. Y sería en esta época cuando, en América Central, se firmaría el Acta de Independencia del 15 de septiembre de 1821, sucedería el intento de anexión a México y empezaría a conformarse la República Federal de Centroamérica. Una nueva etapa se abría en la historia del istmo.

    1. Pronunciamiento de Riego y Trienio Liberal

    En efecto: el 1 de enero de 1820 Rafael del Riego y Flórez, junto con Antonio Quiroga, Arco Agüero y Mendizábal, entre otros, alientan a la insurrección del segundo batallón del Regimiento de Asturias acantonado entonces en el municipio de Las Cabezas de San Juan, comarca del bajo Guadalquivir perteneciente a la provincia de Sevilla. No hay que olvidar que Quiroga fue el militar de mayor rango entre los sublevados. Rafael del Riego era teniente coronel, pero Quiroga era coronel, y sería ascendido a general poco tiempo después.

    Antes del pronunciamiento, la realidad era que el estado del ejército reunido en torno a la bahía de Cádiz, unos veinte mil hombres, era muy desfavorable. Estaban mal equipados, los oficiales recibían la paga con retraso y la moral de todos era muy baja.[15] La razón principal por la que estas tropas aún no habían sido enviadas a América fue la falta de barcos, pero a ello también contribuyó la crisis económica.

    En un principio, la revolución iniciada en Las Cabezas de San Juan fue un fracaso. Las tropas de Riego peregrinaron por Andalucía durante dos meses sin conseguir que otras guarniciones militares se sumaran a la insurrección. Pero a principios de marzo de 1820 les llegó la noticia de que el rey Fernando VII había jurado la Constitución de Cádiz el 9 de ese mes, empujado a ello por las sublevaciones de otras guarniciones militares que se habían hecho eco del pronunciamiento de Riego. Sin embargo, aunque nominalmente el rey había acatado la Constitución, nunca dejó de conspirar en secreto para que el proyecto político de los liberales fracasara.

    El 22 de marzo de 1820 Fernando VII convocó a las Cortes, y en abril se vio obligado a jurar el primer gobierno liberal. Algunos de sus miembros habían estado encarcelados en el período anterior, en el que pretendió gobernar como en el Antiguo Régimen, como rey absoluto. El 26 de abril se ordenó a los párrocos explicar la constitución a los ciudadanos desde los púlpitos en los días festivos. Que obedecieran y que cumplieran de modo eficiente y honrado con esta obligación es harina de otro costal. Por su parte, el gobierno liberal se apresuró a reinstaurar las libertades consagradas en la Constitución de Cádiz, comenzando por la libertad de imprenta, la abolición de la Inquisición y la incorporación de los señoríos a la Corona, entre otros cambios.

    El 9 de julio de 1820, mientras en Madrid las Cortes comenzaban su período de sesiones, en Nápoles, gobernada en aquel momento por otra rama de la familia Borbón, estalló una revuelta instigada por una sociedad secreta: los carbonarios, liderada por el político Guglielmo Pepe (1783-1855), quien buscaba la unificación de la península itálica bajo un gobierno constitucional. En efecto: el pronunciamiento de Riego fue como una piedra lanzada a un estanque. Tuvo repercusiones en el resto de Europa que fueron extendiéndose, especialmente hacia el sur. La revolución de Nápoles fue la primera, pero no la última. Un mes después, el 9 de agosto, en la Península Ibérica fueron desamortizados los bienes eclesiásticos, el 14 fue expulsada la Compañía de Jesús[16] y el 24 estalló otra revolución, esta vez en la ciudad de Oporto, en Portugal. Posteriormente, entre el 9 y el 10 de marzo de 1821 un grupo de militares se insurreccionó en la localidad de Alessandria, cerca de Turín, en el norte de Italia, en el Piamonte, territorio que formaba parte, en ese entonces, del reino de Cerdeña. El rey Víctor Manuel I, de la casa de Saboya, incapaz de controlar la situación, abdicó a favor de su hermano: Carlos Félix. Este firmó su adhesión a la constitución redactada por los revolucionarios y comenzó así un breve período liberal en la región. Sin embargo, ambos experimentos, el de Nápoles y el de Piamonte, acabaron fracasando por culpa de la injerencia extranjera. En efecto, el 19 de noviembre fue firmado el Protocolo de Tropau para reprimir la revolución de Nápoles. Los monarcas de Rusia, Prusia y Austria se habían confabulado en la Santa Alianza para impedir que nuevas revoluciones liberales turbaran la relativa “paz” de los gobiernos absolutistas.

    Así las cosas, ya vimos cómo el 24 de febrero ocurrió en México la proclamación del Plan de Iguala. Al día siguiente, en Madrid, ignorante todavía la población de lo que sucedía al otro lado del Atlántico, se inauguraba la nueva legislatura de las Cortes. El 1 de marzo, mientras Fernando VII pronunciaba su discurso de apertura, criticó al gobierno cuyos ministros, de los que desconfiaba, decidieron dimitir. Se formó un nuevo gobierno y las Cortes continuaron su labor legislativa. Mientras tanto, en América del Sur, Simón Bolívar (1783-1830) emprendió su campaña por la liberación definitiva de Venezuela. Por su parte, y concatenada con la serie de revoluciones mencionadas arriba, el 25 de marzo de 1821 Grecia se proclamó independiente del Imperio Otomano. Sería la única de las revoluciones liberales de esos años que terminó triunfando. Las otras fueron, de momento, sofocadas por el absolutismo.

    Así también los procesos independentistas de las naciones latinoamericanas continuaron avanzando sin pausa. El 24 de junio de 1821 el ejército de Simón Bolívar derrotó a los realistas en la batalla de Carabobo, victoria que selló la independencia de Venezuela. Por su parte, en México, el 5 de julio el virrey Juan Ruiz de Apodaca fue depuesto por las tropas realistas y en su lugar se nombró a Francisco Novella como virrey interino de la Nueva España. Poco tiempo después, el 21 de julio, Juan de O’Donojú y O’Ryan juró el cargo de virrey a su llegada al puerto de Veracruz. Fue el último virrey español de México. Dos días antes, en Londres, había sido coronado el rey británico Jorge IV (1762-1830), quien fue monarca del Reino Unido y de Hannover, y el 28 de julio, en Lima, el general argentino José de San Martín proclamó la independencia del Perú, que se consolidaría en 1824 con la batalla de Ayacucho.

    Como vimos, el 24 de agosto de 1821 Iturbide y O’Donojú firmaron los Tratados de Córdoba que reconocían la independencia de México. En España, sin embargo, después de haber sido ascendido a general y nombrado capitán general de Aragón, el 4 de septiembre Rafael del Riego fue destituido de su cargo. Eran tiempos revueltos. Las luchas ideológicas entre monárquicos, liberales moderados y exaltados estaban a la orden del día. Se creía ver conspiraciones en todas partes y, en secreto, hasta el propio Fernando VII conspiraba contra el gobierno liberal. A pesar de todo, Riego se casó el 15 de octubre de ese año, por poderes, con su sobrina: María Teresa del Riego y Bustillos, dieciséis años más joven que él, y a fines de 1821 fue electo diputado por Asturias. La joven esposa terminaría exiliándose en el Reino Unido en agosto de 1823. Falleció el 19 de junio de 1824 en Londres, a los veinticuatro años de edad.

    Cuando las Cortes abrieron su período de sesiones el 1 de marzo de 1822, Rafael del Riego fue nombrado presidente de la Cámara, cargo que ostentó solo durante un mes. En poco más de un año había pasado de ser un oscuro teniente coronel, a ser nombrado general, a gobernar la región de Aragón y luego a presidir uno de los órganos legislativos del Estado. Pero esa carrera fulgurante, a pesar de todos los esfuerzos de Riego y de las muestras de honradez que dio en aquellos meses, acabó muy mal. En efecto, el 7 de abril de 1823 España fue invadida por segunda vez por un ejército francés: llegaron los Cien Mil Hijos de San Luis, enviados por el rey Luis XVIII y comandados por Luis Antonio de Borbón, duque de Angulema. Ante esta invasión, Riego se aprestó a defender a España y a la constitución con las armas en la mano. Sin embargo, después de varios meses de lucha, finalmente este héroe liberal fue apresado por fuerzas realistas en Jaén y conducido prisionero a Madrid, donde fue juzgado, condenado y ejecutado en la horca en la Plaza de la Cebada, el 7 de noviembre de 1823. Fernando VII no quiso entrar en Madrid hasta después de la muerte del patriota de Las Cabezas de San Juan. El llamado “rey felón” llegó seis días después: el 13, montado en un carro triunfal. La ejecución de Riego causó honda conmoción en el Reino Unido y en la Europa liberal. Hasta el día de hoy, en el extranjero sigue siendo considerado un héroe de las libertades civiles de España. Con la muerte de Riego y el regreso de Fernando VII al poder se abrió la llamada “Década Ominosa” o segunda restauración del absolutismo, que se prolongó de 1823 a 1833, y que corresponde a la última etapa del reinado de este monarca. Hasta un autor tan conservador como Marcelino Menéndez y Pelayo calificó esta etapa de “absolutismo feroz, degradante y sombrío”. Otros historiadores han querido ver en esos diez años un “intento de renovación institucional del régimen”. Sin embargo, fiel a su carácter vengativo y rencoroso, tan pronto Fernando VII se vio encumbrado de nuevo al poder, el 1 de octubre de 1823, promulgó un decreto que derogaba toda la legislación del Trienio Liberal. En cuanto a los políticos constitucionalistas, los que pudieron marcharon al exilio desde Gibraltar, seguros de que el rey perseguiría a quienes se oponían al absolutismo. Y no se equivocaban. La represión fue mayor que en 1814, cuando el rey regresó de Francia. Entre otras razones, porque para 1823 había muchos más liberales que nueve años atrás. Pero abordar ese tema escapa a los alcances del presente trabajo.

    • Conclusiones finales

    La anexión a México, si bien fue una etapa muy breve de nuestra historia, constituye sin duda un importante proceso durante el cual la incipiente democracia salvadoreña recibió su bautismo de fuego. Fue esta una prueba en la que el pueblo de San Salvador y sus líderes demostraron una voluntad libertaria inquebrantable y una decisión muy firme de defender dicha libertad con su sangre y con sus vidas. Los hombres y mujeres de San Salvador estuvieron dispuestos a unirse a los Estados Unidos antes que someterse al gobernante imperialista mexicano y a sus incondicionales aliados constituidos por la élite comerciante de Guatemala. Fue durante la etapa en estudio cuando los patriotas derramaron por primera vez su sangre. Y, quizás por eso mismo, y por la gravedad de las acciones que ocurrieron en esos meses, debería tal vez tener mayor relevancia para nosotros el período de la anexión a México que el de la firma del Acta del 15 de septiembre.

    Sin embargo, en la memoria colectiva esta etapa no se conoce, o se conoce poco y mal. Debería ser labor de los maestros profundizar en el estudio de nuestra historia patria para que no siguieran en la relativa oscuridad en que hoy se encuentran aquellos hechos que son la base de nuestra identidad y la raíz de la vida libre y soberana de la nación. Y también, debería ser parte de su misión compartir con sus educandos el conocimiento y análisis de estos hechos para arrojar más luz sobre nuestra historia. Pero esto, como muchas otras cosas, debería ser fruto de un proyecto de patria genuinamente interesado en iluminar y conocer la verdadera identidad de El Salvador. Ojalá, en el futuro, podamos contar con un proyecto tan importante como este.


    Bibliografía:

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    Anexo: Lista de miembros del clan Aycinena detallados por José Cecilio del Valle en el número 3 de El amigo de la patria[i], periódico publicado en 1820[1]

     NombresCargoSueldo
    1José Aycinena, hijo de Juan Fermín[2]Consejero de estado, Madrid6,000
    2Marqués de Aycinena y Piñol, hijo del anterior[3]Promotor fiscal en esta Curia*[ii]
    3El mismoCura interino del Sagrario*
    4Manuel Beltranena, Aycinena y Nájera, cuñado del segundo y sobrino del primeroAsesor de la Intendencia de León1,500
    5Pedro Beltranena Llano Aycinena y Nájera, hermano del anteriorAsesor de la Intendencia de Sonora1,500
    6Tomás de Beltranena Llano Aycinena, hermano de los precedentesPromotor fiscal de esta Curia*
    7José María de Aycinena y BarrutiaGuarda de Acajutla360
    8Manuel Arzú y Nájera, tío de los Beltranena y primo político del señor AycinenaComandante del cuerpo de Artillería2,800
    9Pedro Nájera y Barrutia, primo del anteriorContador de estas Cajas2,500
    10Xavier Barrutia Cróquer y MuñozCónsul de este Consulado300
    11El mismoSecretario de la Junta de Censura*
    12Manuel Barrutia Cróquer y MuñozCura de San Sebastián en la Antigua*
    13José Nájera Batres y Muñoz, primo del anterior y de don José AycinenaAlcalde Mayor de Sonsonate1,200
    14Miguel Nájera Batres y Muñoz, hermano del anteriorAsesor de Popayán1,300
    15Juan Batres y Nájera, primo del anteriorIntendente de Chiapas4,000
    16Antonio Batres y Nájera, hermano del anteriorAlguacil Mayor de esta Audiencia2,757
    17Diego Batres y Nájera, hermano del anteriorVocal de esta Junta de Gobierno*
    18Ignacio Batres y Muñoz, primo de los anterioresAlcalde Mayor de Chimaltenango2,100
    19Miguel Batres y Muñoz, hermano del precedentePrior de este Consulado500
    20Antonio Batres y Muñoz, hermano del precedenteTesorero de México6,000
    21Salvador Batres y Muñoz, hermano del precedenteAdministrador de alcabala de Guadalajara6,000
    22José Mariano Batres y Asturias, primo de los antecedentes y casado con una Montúfar[iii]Contador de San Salvador1,500
    23Manuel Antonio Batres y Asturias, hermano del anteriorEscribiente de las Cajas de San Salvador300
    24Ignacio Batres y Asturias, hermano de los anterioresEscribiente de la Aduana300
    25Miguel Saravia, casado con Concepción Batres y NájeraIntendente de León3,000
    26Manuel Pavón y Muñoz, casado con Micaela AycinenaTesorero de diezmos1,500
    27José María Pavón y Aycinena, hijo del anteriorEscribiente de diezmos300
    28Bernardo Pavón y Muñoz, hermano del precedente y tío del anteriorChantre de esta Santa Iglesia3,000
    29Antonio Cróquer y Muñoz, primo del anteriorMagistral de esta Santa Iglesia2,400
    30El mismoRector del Colegio Seminario700
    31Antonio Palomo Manrique y Muñoz, primo de los anterioresChanciller de esta Audiencia200
    32Fernando Palomo y Muñoz, hermano del precedenteContador de Propios1,500
    33Miguel Palomo Enrique y Muñoz, hermano del precedenteFactor de tabacos en Quetzaltenango1,500
    34José Ignacio Palomo Enrique y Muñoz, hermano del precedente y viudo de Magdalena MontúfarOidor de esta Audiencia3,300
    35Felipe Romaña y Manrique, primo de los anterioresPortero del Consulado300
    36Rafael Montúfar y Coronado, cuñado de Batres y PalomoSargento Mayor de Chiquimula1,200
    37José María Montúfar y Coronado, hermano del anteriorOficial 3o de Correos600
    38Manuel Montúfar y Coronado, hermano del anteriorAyudante de estas Milicias600
    39El mismoEscribiente de sección del Gobierno300
    40Juan Montúfar, hermano de los anterioresEscribiente de la Contabilidad de Propios300
    41Pedro Arrivillaga y Coronado, primo de los MontúfaresAlcalde Mayor de la Verapaz2,594
    42Antonio Larrazábal y Arrivillaga, primo del anterior y pariente de los Aycinena[4]Penitenciario de esta Santa Iglesia2,400
    43José Ignacio Larrazábal y Arrivillaga, hermano del anteriorSargento Mayor de esta Plaza1,000
    44Francisco Larrave Arrivillaga, hermano del anteriorInterventor de Correos de Oaxaca600
    45Micaela y Clara, hermanas de los anterioresPensión en Correos500
    46Juan Sebastián Micheo, cuñado de José Aycinena y primo de NájeraTesorero de Bulas1,500
    47Joaquín Letona y BetetaOficial Real de Comayagua1,500
    48Manuel Letona y MontúfarOficial 1o. de Alcabalas700
    49Mariano Letona y MontúfarInterventor de Quetzaltenango600
    50Pablo MatuteAlcalde Mayor de Suchitepéquez1,346
    51Antonio Aguado, casado con Teresa Cróquer y MuñozOficial Real de León1,500
    52Manuel Zepeda, cuñado de ArrivillagaOficial de estas Cajas500
    53José del Barrio, cuñado de los LarrazábalOidor de esta Audiencia3,300
    54Manuel Olaverri, pariente de los Aycinenas y NájerasVista de esta Aduana1,500
    55Luis Aguirre, casado con Isabel Asturias y cuñado de Pedro ArrivillagaAsesor de este Consulado500
    56El mismoId. De Cruzada50
    57El mismoPresidente de la Junta de Censura*
    58Juan José Batres y Muñoz, hermano de los expresados BatresCura de San Sebastián2,000
    59El mismoVocal de la Junta de Censura*
    60Manuel Manrique y BarrutiaTesorero de Fábria500
    61Francisco Pacheco, casado con María Josefa Arzú y NájeraAlcalde Mayor de Sololá1,501
    62Manuel Lara, casado con Mercedes Pavón y MuñozId. De Totonicapán1,670
    63Juan José Echeverría, casado con Ignacia ArrivillagaId. De Quetzaltenango1,247
    64José Gabriel Vallecillo, yerno de Manuel Pavón y deudo de José de AycinenaOidor de Santa Fe3,300
     T O T A L sin incluir derechos 89,025

    [1] Esta lista aparece en el libro de Ramón Arístides Salazar Barrutia (1952): Mariano de Aycinena (Hombres de la Independencia), publicado en la ciudad de Guatemala por el Ministerio de Educación Pública. Ver arriba, Bibliografía.

    [2] Se trata de Vicente Anastasio José de Aycinena y Carrillo (1766-1814), segundo Marqués de Aycinena, primogénito de Juan Fermín de Aycinena y de su primera esposa: Ana Carrillo y Gálvez, dato confirmado por el historiador guatemalteco José Cal Montoya, el 10 de agosto de 2022, vía Facebook.

    [3] El único probable “Marqués de Aycinena y Piñol” es Juan José de Aycinena y Piñol (1792-1865), tercer Marqués de Aycinena, hijo de Juan Vicente de Aycinena y Carrillo (ver arriba), y por lo tanto, nieto de Juan Fermín. Juan José de Aycinena y Piñol fue un clérigo guatemalteco, intelectual conservador, rector de la Universidad de San Carlos Borromeo y de la Universidad Nacional. Fue muy afín al caudillo conservador Rafael Carrera. El marquesado quedó extinto en 1821 a raíz de la Independencia de Centroamérica.

    [4] Antonio de Larrazábal y Arrivillaga: nació en Santiago de los Caballeros de Guatemala (hoy Antigua) el 8 de agosto de 1769 y murió en la Nueva Guatemala de la Asunción el 2 de diciembre de 1853, a los ochenta y cuatro años. Es muy conocida su participación ante las Cortes de Cádiz, donde representó al Reino de Guatemala. Sufrió prisión tanto en España como en Guatemala debido a su participación política. Fue rector de la Universidad de San Carlos. Con el tiempo, su ideología se volvió cada vez más conservadora.


    [1] Fuente: Salazar, Ramón A. (1952) Mariano de Aycinena (Hombres de la Independencia). Guatemala, Biblioteca de Cultura Popular, Ministerio de Educación Pública. Sin ISBN.

    [2] Los empleos marcados con asterisco no gozaban de sueldo fijo, sino que percibían derechos por razón del mismo empleo.

    [3] Se refiere, probablemente, a los padres del poeta guatemalteco José Batres Montúfar, nacido en San Salvador, el 18 de marzo de 1809, hijo de José Mariano Batres y Asturias y de su legítima esposa: Mercedes Montúfar y Coronado. El poeta falleció en la ciudad de Guatemala el 9 de junio de 1844 cuando contaba treinta y cinco años de edad.


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