Lo tenemos claro. Ya lo sabemos y no es ninguna noticia: el utilizar cualesquiera de estas herramientas no es suficiente para cubrir una clase universitaria. Tampoco lo es “subir” PDF al sitio web, o mucho menos “enviar” por correo electrónico largas guías de trabajo que deben ser contestadas por los estudiantes
Por Ricardo Chacón
Están de moda y forman parte del lenguaje común los nombres de las diferentes plataformas de comunicación que nos sirven para sostener reuniones a distancia, particularmente clases en los diferentes niveles educativos. Por ejemplo: Zoom, la herramienta que permite realizar video conferencias, utilizar el chat e impartir webinar de forma rápida y sencilla en la que participan decenas de personas.
También existe GoToMeeting que nos permite comunicarnos en directo con decenas de personas a través de una pantalla compartida y, por supuesto con el chat. Por si fuera poco, esta plataforma también permite hacer presentaciones. Se usa mucho Hangouts de Google que se facilita si se tiene una cuenta de correo con esta empresa. No se diga Join.me, Uber conferencia, Skype o el mismo Facebook.
Lo tenemos claro. Ya lo sabemos y no es ninguna noticia: el utilizar cualesquiera de estas herramientas no es suficiente para cubrir una clase universitaria. Tampoco lo es “subir” PDF al sitio web, o mucho menos “enviar” por correo electrónico largas guías de trabajo que deben ser contestadas por los estudiantes.
Las clases a distancia, o virtuales, como se les denomina hoy en día, han surgido ahora no sólo en El Salvador sino en todo el mundo, que ha continuado durante casi dos meses en cuarentena domiciliar a causa de la pandemia del coronavirus. Muchas cosas de la vida cotidiana del hombre del siglo XXI se han modificado profundamente, incluida la educación en sus diversos niveles. Debido a estos acontecimientos, hemos de transitar de lo presencial, clases en un aula situada en un campus, a clases a distancia haciendo uso de las herramientas propias del internet.
Lo he dicho desde el inicio de la crisis: la educación a distancia, aunque venía creciendo aceleradamente en los últimos años, ha sacado las castañas del fuego a la educación formal de tipo presencial. Y qué bien que lo haya hecho, de lo contario no solamente se hubiese “perdido” el año escolar, sino que millones de jóvenes en todo el mundo hubiesen estado “encerrados” sin hacer nada más que “ver televisión”, aumentando así el estrés propio del “acuartelamiento”.
Las ventajas de la educación a distancia han salido a flote en esta emergencia educativa y sin duda alguna las ventajas tecnológicas han hecho su aparición, sin embargo, he aquí un punto que genera no solo confusión sino malas interpretaciones sobre la educación virtual.
El uso de la tecnología no es suficiente para satisfacer las expectativas de la educación actual y futuro, hacerlo requiere al menos, tal como lo he dicho en otras ocasiones, replantear de base el tema de la educación y ponerla en línea con las demandas de la sociedad del conocimiento
En este sentido el uso de las diferentes herramientas de comunicación que nos permiten reunirnos colectivamente vía internet en vivo, con posibilidades de ver exposiciones magistrales, participar en el debate, e incluso grabar la sesión para luego compartirla y revisarla, no es suficiente para garantizar una clase universitaria, mucho menos que sea un aval de que estamos en el mundo de la educación a distancia y que hemos dejado atrás la presencialidad. El no entender esto a cabalidad, nos puede llevar a errores garrafales que lejos de avanzar nos puede hacer retroceder y que volvamos al mundo más nefasto de lo presencial, nada más que ahora a través de la tecnología, de manera remota.
La mediación tecnológica es clave, pero se trata de “instrumentos” que tienen que ponerse al servicio de una estrategia de educación; es hacer caso omiso que lo esencial de la educación presencial o no, es que la enseñanza-aprendizaje es un proceso dinámico donde los énfasis pueden hacer la diferencia, de tal forma que si la fuerza se pone en el profesor, en la persona que sabe y que difunde “su sabiduría” a través de la exposición, en el tiempo, espacio, horarios, etc, no estamos avanzando mucho y estamos reproduciendo lo más tradicional de la educación en los últimos siglos.
Si ponemos el énfasis en el profesor que todo lo sabe y que lo difunde en un espacio (el aula), en un tiempo específico (horarios de clases), teniendo a plena ocupación al estudiante (a tiempo parcial o completo) y organizado por niveles a los estudiantes (tal grado o curso), estamos perdidos y muy perdidos. Y parece que estamos perdidos, porque tanto el profesor como el alumno, ahora espera que las clases virtuales sean un sustituto tal cual de lo que “reciben” en el aula de manera presencial.
Ahora resulta, y esto muestra las diferentes investigaciones fácticas que se están llevando a cabo, que las principales quejas son relacionadas a cuatro realidades puntuales: uno, no se respeta los horarios de las clases inscritas; dos, los profesores únicamente suben textos en PDF a la web o “suben” largas guías de trabajo; tres, la excesiva carga de trabajo que no mide la situación de emergencia a causa de la pandemia; y cuatro, la preocupación por los exámenes, por la evaluación, que se busca por sobre todo, “pasar para el próximo curso” o no “perder el ciclo”.
Amén de estas nimiedades de lo inmediato, reflejan cada vez con más crudeza, dos dinámicas mucho más de fondo que muestran nuestra precaria realidad nacional: uno, la brecha digital es enorme y una gran parte de los estudiantes no tienen ni las herramientas ni los recursos para mantener una comunicación en línea estable y permanente (el ancho de banda, la interconectividad y la falta de equipo) hacen más caótica la situación. Y dos, el sistema en su conjunto, las instituciones, los profesores, los alumnos, los padres de familia y en general el Estado apenas dan abasto en satisfacer la educación básica en el país, tradicional, presencial, sin posibilidades ni de entender ni poner en marcha una nueva educación no presencial, que de respuesta a los problemas de la sociedad del conocimiento.
No nos perdamos, la educación a distancia que ahora llevamos a cabo, principalmente a causa de la pandemia del COVID 19, no es más que un remedo de lo que deberá ser la educación del mañana. Tal como lo dice Carmen Heedy Martínez Uribe, en el artículo La educación a distancia: sus características y necesidad en la educación actual, el aprendizaje es un proceso dialógico, que, en educación a distancia, se desarrolla con mediación pedagógica, que está dada por el docente que utiliza los avances tecnológicos para ofrecerla”.
La mediación tecnológica es clave y fundamental, como un medio que permite compartir, no solo conocimientos sino aprendizajes, y esto se está logrando en muchos casos en la situación actual, pero esta debe tener como centro de las actividades el alumno que tiene como fundamento el autoaprendizaje y el profesor como el guía y orientador, no como el sabio que sabe todo y que lo transmite a través de clases.
Resumiendo, y siguiendo a Martínez Uribe, “para que exista interactividad es necesario que existan contenidos procesados didácticamente con los que el participante/ estudiante interactúa, acciones tutoriales y trabajo didáctico personal y colaborativo/ grupal. Tanto en la interacción como en la interactividad se considera a la retroalimentación (feedback) como un elemento indispensable”.
Esta es la parte que requiere ser potencializada, la interacción en las clases, sin embargo, esto requiere o supone el replantear de fondo el sistema educativo y entenderlo de manera diferentes, modificar y cambiar las posiciones de sus actores (los profesores, los alumnos, la comunidad, las empresas, etc.), pero sobre todo, tener una visión diferente, distintas, de mediano y largo plaza donde la sociedad está modificándose profundamente y, por lo tanto, la educación debe responder y dar respuesta a estos acelerados cambios. Es otra cosa…