Efectos del COVID-19: Lanzarnos al agua, no nos queda de otra. Eso sí, con cierta racionalidad. La educación a distancia no basta, pero es el inicio

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Existen tres elementos claves en cualquier proceso de educación: los estudiantes, los maestros y los instrumentos pedagógicos dentro de un sistema de gestión. Dependiendo de cómo se entienda, jerarquice y ordene estos elementos, así tendremos uno u otro modelo educativo

Por Ricardo Chacón, director de la Escuela de Ciencias de la Comunicación

Para no darle tanta vueltas a la cuestión, y quiero ir al grano, la educación presencial pone énfasis en la relación entre docente y estudiante, de tal manera que el primero “trasmite” sus conocimientos en un tiempo y espacio determinados al segundo. Por lo general, el proceso está ordenado desde el “maestro”.

En cambio, en la educación a distancia es el estudiante el motor que, entre otras cuestiones, impulsa y desarrolla el aprendizaje independiente, por supuesto asistido tanto por el docente con los medios que le ayudan a seguir el proceso de aprendizaje.

No me interesa adentrarme por los senderos de algunos debates teóricos, filosóficos, ni pedagógicos, sobre qué es la educación presencial y la educación a distancia. Tampoco pretendo desarrollar el tema de manera académica. Solo quiero señalar algunos puntos claves que nos ayuden a entender de mejor manera lo que estamos viviendo en El Salvador, y en general en todo el mundo, en estos días.

Tal como lo decíamos en una nota anterior, a raíz del llamado Convid-19, de la noche a la mañana se cierran las escuelas, colegios y universidades y se traslada lo que venía siendo una educación presencial, aunque con una intervención cada vez más frecuente de los recursos tecnológicos, hablándose, óigase bien, hablándose de que nos dirigimos a una educación virtual, a desarrollar una educación a distancia, remota de las aulas escolares e, incluso, denominada virtual.

Al pensar en este fenómeno, tres cuestiones aparecen de inmediato en la discusión:

  • Uno, la docencia presencial se interrumpe de pronto y miles de docentes y alumnos, en todos los niveles, comienzan a desarrollar a plenitud lo que venían utilizando con cierta timidez: las llamadas clases a distancia que, repito, algunos denominan virtuales (en otra ocasión nos referiremos al tema).
  • Dos, con este cambio abrupto, la pedagogía y, en general, la educación con características presenciales, sufre un hematoma de grandes dimensiones del que no sabemos si se repondrá.
  • Y tres, en esta debate tanto maestros como alumnos entran en una crisis no solo de identidad sino de practicidad. Debido a ello, sus roles debe recomponerse a mediano plazo.

Hay otras consecuencias y aristas del problema, como también las hay en otras áreas de la vida, como lo son el teletrabajo, la telecompra, las operaciones bancarias a distancia, amén de toda una serie de teleservicios, entre otros tele… No sabemos en qué y cómo vamos a terminar, pero… Bien, permítanme referirme a vuelo de pájaro a estas tres cuestiones sobre educación.

Comencemos por los fundamentos, por el mismo modelo pedagógico y educativo que ha sufrido una contusión de gravedad. Sí. Sin ser dramáticos, se han trastocado las proposiciones teóricas de la pedagogía, de la realidad educativa centrada en la educación formal presencial, donde el pivote es el maestro, el eje de acción se da en los programas y el espacio de aprendizaje es el aula.

Y, de la noche a la mañana, hay que trabajar en la “nube” con herramientas de la web que nos comunican con los estudiantes. De pronto nos vemos utilizando las redes como instrumento del proceso educativo. Y, para variar y complicar las cuestiones, los jóvenes son más diestros que los mayores en el uso de las herramientas de la web.

Pero lo más dramático resulta que, de la noche a la mañana, los horarios se alargan, los espacios de atención dados en el aula se resquebrajan y hay que estar frente a la computadora, junto al televisor y, probablemente, compitiendo con el uso y consumo de redes sociales.

Y los maestros, muchos de ellos curtidos por una experiencia presencial en la que sus clases son orales, sustentadas en escritos bibliográficos, han hechos el esfuerzo y han puesto mucha dedicación para continuar su labor de manera remota.

Por si fuera poco, y esto es una realidad en nuestro El Salvador, la conectividad no es universal, y tampoco la calidad es tan buena como para permitir que las sesiones en la web sean estables. Es más, muchos de los 1.3 millones de estudiantes que hay en el país no tienen acceso a una computadora, ni a Internet. Incluso, y esto sí es dramático, hay hogares donde los estudiantes no cuentan con energía eléctrica.

Sin embargo, y lo digo con propiedad, estas dificultades y deficiencias de fondo han sido tomadas con seriedad, valentía e intensidad por la gran mayoría de profesores y alumnos que están dispuestos a continuar con el año escolar sin importar las dificultades y deficiencias.

Veo a mi nieta aplicada frente a la computadora de lunes a viernes, no solamente llenando guías, sino conversando con sus maestros y compañeros que siguen un trabajo virtual muy interesante. Observo a estudiantes de la universidad, empeñados en sacar adelante sus materias en teleclases montadas con visión de educación virtual, centrada en el estudiante y sus necesidades y utilizando las herramientas propias de la web.

También observo a universitarios interesados en solventar las dificultades cuando se enfrentar a profesores que únicamente suben los PDF de las clases, invitan a un chat para leer el PDF y luego piden envían una guía de preguntas para ver sí han “aprendido”. Veo a verdaderos maestros y estudiantes que han decidido aprovechar la crisis y dar un aporte al desarrollo de la educación y ponen énfasis en aprender a SER para desarrollar una personalidad creativa y para actuar de la mejor manera, a fin de enfrentar con responsabilidad los desafíos que enfrentamos.

Veo a profesores y estudiantes que quieren aprender para SABER y así lograr de mejor manera colaborar en la resolución de los graves problemas de la sociedad y del país.

Veo a hombre y mujeres, muchos de ellos jóvenes, pero también maduros, interesados en aprender a HACER para enfrentar situaciones difíciles como la que actualmente estamos padeciendo no solo en El Salvador, sino en el mundo entero a raíz del coronavirus.

Observo a salvadoreños deseosos de aprender a CONVIVIR con sus semejantes para salir adelante y hacer de El Salvador un mejor país, aun con las deficiencias y dificultades que todos conocemos.

Apostarle a la educación es fundamental, pero debemos movernos y dejar de lado, aprovechando el momento de crisis, los fundamentos de la educación presencial y formal.

La educación formal y presencial, por su parte tiene un oportunidad, en esta crisis, de repensarse y de abrirse para dar respuesta a los nuevos problemas que plantea la sociedad del conocimiento, la sociedad virtual, ahora regida por el teletrabajo, la teleeducación y los teleservicios.

La educación presencial tiene para rato, no obstante la crisis, pero debe repensarse si realmente quiere dar respuesta a las necesidades del hombre de hoy y del mañana. No le queda otra opción que transformarse y que, por ejemplo, convertir al estudiante y su mundo en el centro de la pedagogía y de la educación nueva.