También ahora hay nuevos peligros. Hay instancias que buscan convertir al ser humano, al hombre libre, pensante y creativo, en una “máquina”, en un número más, en un ente de consuma y que forme parte de una cadena social. Continuamos.
Por Ricardo Chacón
Hoy cierro la disertación sobre la vinculación entre el autor ruso Yevgueni Zamiatin y su novela: Nosotros, y el escritor inglés George Orwell y las dos obras del segundo: 1984 y Rebelión en la Granja. Aquí me comprenderán porque digo que estos dos intelectuales son almas rebeldes, gracias a la imaginación.
Zamiatin y Orwell, el estilo de las novelas que anuncian el fin de la libertad (Entrega 2/3)
No nos referimos al concepto espiritual-religioso o moral, sino a la dimensión “no material” del hombre: del hombre que piensa, genera ideas, es crítico y tiene la capacidad de pensarse a sí mismo. Como lo dice Aristóteles: “todos o casi todos distinguen el alma por tres de sus atributos: el movimiento, la sensación y la incorporeidad”. O más simple, parafraseando a Marco Aurelio: “el objetivo de la vida no es estar en el lado de la mayoría, sino para escapar de encontrarse a sí mismos en las filas de los locos”. Y esta es la dinámica en la que viven y transmiten sus ideas Zamiatin y Orwell.
Sus obras son una oda a la rebeldía, a la rebeldía de los hombres capaces de sublevarse ante la prepotencia y omnipotencia del poder, del poder de la dictadura y de la tiranía.
En una de sus biografías, se dice de Zamiatin: “No obstante, bajo esa apariencia de contención y equilibrio bullía incesantemente ese espíritu artístico de un hombre dotado de una profunda vida interior, una constante preocupación por los impulsos irracionales del ser humano, una romántica pasión por la libertad del individuo y, en consecuencia, un firme y vigoroso rechazo de las doctrinas dogmáticas y las convenciones morales que impedían el libre desarrollo del espíritu”.
En su novela Nosotros, D-503, en su afán de mostrar el deterioro “libertario” que está padeciendo internamente y que le lleva a cuestionar el statu quo, incluso del Gran Bienhechor, llega a plantear que debe haber una operación para “extirpar el alma” y con ella “la imaginación”. Sí, el alma y la imaginación que hacen que el hombre —sí, el hombre— sea además de libre, creativo e innovador. Eso que nos permite dejar de ser un número y convertirnos en seres pensantes.
Orwell también lo plantea con claridad, por ejemplo, al referirse a la relación amorosa entre Winston y Julia, una relación distinta a lo que el Estado ordenaba. En la página 63 lo explica:
“La finalidad del Partido en este asunto no era sólo evitar que hombres y mujeres establecieran vínculos imposibles de controlar. Su objetivo verdadero y no declarado era quitarle todo placer al acto sexual. El enemigo no era tanto el amor como el erotismo, dentro del matrimonio y fuera de él. Todos los casamientos entre miembros del Partido tenían que ser aprobados por un Comité nombrado con este fin y —aunque al principio nunca fue establecido de un modo explícito— siempre se negaba el permiso si la pareja daba la impresión de hallarse físicamente enamorada. La única finalidad admitida en el matrimonio era engendrar hijos en beneficio del Partido. La relación sexual se consideraba como una pequeña operación algo molesta, algo así como soportar un enema. Tampoco esto se decía claramente, pero de un modo indirecto se grababa desde la infancia en los miembros del Partido”.
No nos equivoquemos en un punto: ni Zamiatin ni Orwell eran resentidos sociales, críticos del comunismo y ni de la revolución que este planteaba. Es más: conocieron y vivieron a fondo estas ideas. Incluso fueron militantes y propagandistas de la revolución que estaba por venir: Zamiatin, en Rusia; y Orwell, primero como indigente en Londres y París; y luego, como combatiente en la Guerra Civil Española.
La Guerra Civil española contada de forma escueta, objetiva y rigurosa, sin clichés partidarios ni etiquetas fáciles, en textos de Arturo Pérez-Reverte. Una muestra de megustaleer.com
Esta experiencia “revolucionaria” les permitió, por un lado, entender sus realizaciones concretas y específicas, como también, por otro, prever los peligros que se estaban gestando al interior de estas ideas revolucionarias. En una introducción, supuestamente escrita por Orwell a su obra Rebelión en la granja, dice amargamente: “Ante todo, un aviso a los periodistas ingleses de izquierda y los intelectuales en general: recuerden que la deshonestidad y la cobardía siempre se pagan. No vayan a creerse que por años y años puedan estar haciendo de serviles propagandistas del régimen soviético o de otro cualquiera y después puedan volver repentinamente a la honestidad intelectual. Eso es prostitución y nada más que prostitución”.
Semejante posición muestra Zamiatin en su obra teatral Los fuegos de Santo Domingo, donde el autor toma como excusa a la Inquisición española para “asestarle un mandoble a la política represiva del soviet leninista y pasó de su adhesión incondicional, a la disidencia más feroz, motivado por el rechazo que le generaban las tendencias totalitarias de la revolución bolchevique”.
Es más, en las múltiples discrepancias de Zamiatin con el régimen comunista ruso, y bajo el amparo del escritor Máximo Gorki, decidió pedir directa y oficialmente a Iósif Stalin una solicitud para salir de la Rusia. En su misiva hay un famoso párrafo que muestra esta dimensión: “nunca he ocultado lo que pienso sobre la servidumbre literaria, la obsequiosidad y el cambio de chaqueta. Siempre he pensado, y sigo pensando, que esas cosas son tan humillantes para los escritores como para la Revolución”.
Después de muchas idas y venidas, Zamiatin y su esposa de trasladaron a Francia donde el escritor falleció el 10 de marzo de 1937 en más completo abandono y olvidado por la sociedad rusa. Esto explica que sus obras fueran traducidas y publicadas en ruso hasta los tiempos de la caída del régimen soviético, a finales de los años ochenta del siglo XX. Por su parte, Orwell murió en Londres, el 21 de enero de 1950, a la edad de cuarenta y seis años. Falleció de tuberculosis, enfermedad que contrajo en la época en que reunió las experiencias que relata en su libro Sin blanca en París y Londres, de 1927 a 1929. Zamiatin también influyó en el escritor británico Aldous Huxley (1894-1963), autor de la novela, también distópica, Un mundo feliz. Pero esa es otra historia.