Senso de Camillo Boito, Senso de Luchino Visconti y otras hierbas

Sí, estoy de acuerdo: las obras de arte son incomparables. Cuántas veces nos han dicho: “Prefiero el libro”, o “prefiero la película”. Sin embargo, se trata de obras distintas, de géneros diferentes, y debemos tomarlo en cuenta. Aun así, en esta ocasión quiero concentrarme en la trama, en la historia que cuenta cada obra, porque eso sí creo que es posible compararlo. O, al menos, me atreveré. De modo que doy comienzo:

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Por Carmen González Huguet

Sí, estoy de acuerdo: las obras de arte son incomparables. Cuántas veces nos han dicho: “Prefiero el libro”, o “prefiero la película”. Sin embargo, se trata de obras distintas, de géneros diferentes, y debemos tomarlo en cuenta. Aun así, en esta ocasión quiero concentrarme en la trama, en la historia que cuenta cada obra, porque eso sí creo que es posible compararlo. O, al menos, me atreveré. De modo que doy comienzo:

Para Alma Rivera, amiga querida, sin cuya colaboración este artículo no existiría

Senso (1866), la novela y el autor

Como narración o texto escrito, Senso es una novela corta o relato, como gusten, obra de Camillo Boito. Dicho documento fue publicado por primera vez en 1883 como parte del volumen Senso e altre storielle vane (Senso y otras pequeñas historias vanas), cuyo título alude a una publicación anterior: Storielle vane (Pequeñas historias vanas), aparecida en 1876.

Camillo Boito nació en Roma, el 30 de octubre de 1836, y murió en Milán el 28 de junio de 1914. Se destacó sobre todo por su labor como arquitecto, crítico de arte y restaurador de edificios, actividad esta última en la que siguió de cerca las ideas y prácticas del arquitecto y teórico de la restauración francés Eugène Viollet-le-Duc (1814-1879), famoso por sus restauraciones y añadidos no históricos en conjuntos medievales como la Ciudadela de Carcasona y el Castillo de Roquetaillade, ambos sitios en Francia. En cuanto a su actividad literaria, Camillo Boito fue seguidor del movimiento literario de La Scapigliatura, equivalente milanés a La Bohéme parisina de aquella época. Precisamente sus Storielle vane se inscriben dentro del estilo de dicho movimiento.

Sin embargo, conviene matizar: Camillo Boito no puede, en puridad, considerarse un “bohemio”, tal como dicho estilo de vida fue descrito en la novela de Henry Murguer (1822-1869): Escenas de la vida bohemia[1], obra publicada como folletín en publicaciones seriadas entre 1847 y 1849, y aparecida después en libro. Camillo Boito se desempeñó primero como profesor adjunto en la Academia de Venecia a partir de 1856. Y luego, como catedrático de la muy prestigiosa Accademia delle Belle Arti de Brera, en Milán, en la que desarrolló una fructífera carrera, de 1860 a 1908. Y desde 1865, por cuarenta y tres años, fue también docente del Politécnico de Milán. De modo que la “vida bohemia” de seguro poco tuvo que ver con los quehaceres cotidianos de este profesor de educación superior, actividad que combinó con la arquitectura y con la restauración de edificios antiguos.

Camillo Boito

En sus obras literarias, Camillo Boito se manifiesta inclinado al tema de la belleza en todas sus formas: tanto la belleza femenina, como aquella expresada en obras musicales, literarias y, en general, artísticas. En sus Storielle vane se perciben, además, temas fantásticos y macabros que recuerdan las obras de E. T. A. Hoffmann, Edgar Allan Poe e Iginio Ugo Tarchetti. Su última obra fue El maestro del setticlavio, colección de cuentos impresa en 1891, una antología de textos en la que también estaba incluido Senso.

Por su parte, Iginio Ugo Tarchetti, menos conocido que los otros modelos de Camillo Boito, fue un escritor italiano nacido en San Salvatore Monferrato, Alexandria, una provincia de la región del Piamonte, en 1839, y muerto en Milán, en 1869. Escritor, poeta y periodista, Tarchetti formó parte, también, del movimiento de la Scapigliatura. Una vida tan corta, marcada (la suya, sí) por la bohemia, la pobreza y la enfermedad, ya que padecía de tuberculosis, le bastó a Tarchetti para dejar una obra en la que se manifiestan los temas oscuros del romanticismo alemán. Dicha obra se caracteriza por su predilección por lo fantástico, lo anormal, lo patológico y la muerte. Compuesta por el libro de poemas I canti del cuore (Los cantos del corazón), las novelas Paolina y Una nobile follia (Una noble locura), esta última un alegato contra la guerra, así como sus Cuentos fantásticos, entre los escritos de Tarchetti destaca la novela Fosca. Póstumamente, en 1879, fue publicado un libro de versos titulado Disiecta. Esta palabra viene de la expresión latina membra disiecta (o a veces, disiecta membra), que significa literalmente “miembros dispersos” o “restos dispersos”. Se utiliza para designar las partes o fragmentos de un todo arrancadas de su orden orgánico original.

Por otro lado, las ideas de Camillo Boito sobre la restauración del patrimonio arquitectónico tuvieron una enorme influencia, aunque tardaron algún tiempo en difundirse por Europa. Su hermano menor, Arrigo, fue un poeta, narrador y compositor, quien trabajó como libretista del célebre músico parmesano Giuseppe Verdi (1813-1901). Arrigo Boito nació en Padua, el 24 de febrero de 1842 y murió en Milán el 10 de junio de 1918. Con su ópera Mefistófeles intentó introducir el estilo wagneriano en la música italiana. Él y su hermano Camillo fueron hijos de Silvestro Boito (1802-1856), pintor y miniaturista de origen campesino, y de la condesa polaca Jozefina Radolinska (fallecida en 1859).

La novela

Senso es una novela corta, o cuento largo, como quieran, que nos presenta el contenido del diario de la condesa Livia Serpieri. La narración está escrita en primera persona, echando mano a lo que llamamos “narrador protagonista”. El estilo es directo, diáfano, y más que describir, muestra, con las acciones de los personajes, el verdadero carácter de estos.

Antes de empezar, coloco aquí la consabida advertencia: Spoiler alert!  En la novela, Livia Serpieri es una mujer, a la vez, muy hermosa y muy consciente de serlo. Sabemos que es una persona bastante ególatra y narcisista, a juzgar por la forma caprichosa, a ratos piadosa, a ratos despótica, en que trata a su infortunado adorador, el “abogadito” Gino. Cuando comienza la novela, su protagonista tiene el cabello oscuro y treinta y nueve años de edad. Recurriendo a la figura retórica llamada racconto (recuerdo), la narradora retrocede, dice ella, a lo sucedido dieciséis años atrás. Por simple aritmética, ella tendría veintitrés años cuando los hechos sucedieron, pero luego nos aclara que, no, que tenía veintidós. Esto hace suponer que Livia habría nacido en 1843. Da igual. Era una mujer joven, ya casada con un marido de sesenta y dos años, es decir, nacido hacia 1803. En el texto, la historia comienza en julio de 1865, en Venecia.

A través del monólogo interior, manifiesto en el diario de la condesa donde quedan registradas su conducta y sus actuaciones, vamos formándonos una idea de su carácter. Es una mujer fría y calculadora, que se ha casado con un marido mucho mayor que ella por puro interés: No solo por el estatus y la holgura económica que su matrimonio le proporcionó, sino sobre todo por la libertad, lejos del yugo de su familia biológica. Además, según las reglas sociales de la época, una mujer casada podía ir y venir con una facilidad que era impensable para una soltera. El marido, que casi no aparece en la obra, y que es criticado sin piedad por su mujer, fue un representante de la nobleza tirolesa ante la Dieta de Innsbruck. Para no profundizar en el detalle, era un simpatizante de la presencia austríaca en la región lombardo-véneta, cosa que los nacionalistas italianos de la época aborrecían. En la novela, Livia conoce primero al personaje masculino principal de lejos, en sus paseos por Venecia. Su nombre es Remigio Ruz. Ella dice:

“Entre ellos conocí a uno que sobresalía del ramillete por dos razones. A su despreocupación disoluta, unía, según afirmaban sus propios amigos, una inmoralidad de principios tan cínica que nada, salvo el código penal y el reglamento militar, le parecía digno de respeto. Por lo demás, era de verdad hermoso y de un vigor extraordinario, una mezcla de Adonis y Alcides. Blanco y sonrosado, con el cabello rubio rizado, el mentón limpio de barba, las orejas tan pequeñas que parecían las de una muchacha, los ojos grandes e inquietos de color azul y en todo el rostro una expresión ora dulce, ora violenta, pero de una violencia y de una dulzura mitigadas por las huellas de una ironía continua, casi cruel. La cabeza soberbiamente plantada sobre el cuello robusto; los hombros, ni cuadrados ni macizos, le descendían con gracia; el cuerpo musculoso, ceñido por el uniforme blanco del oficial austriaco, se adivinaba por completo y recordaba las estatuas romanas de los gladiadores…”.[2]

En la novela, el primer encuentro a solas entre los futuros amantes tiene lugar en una “sirena”: una pileta privada, para mujeres, con espacio suficiente para nadar un poco, pero a salvo de miradas indiscretas. Así describe la condesa el lugar del encuentro, que tiene lugar a las siete de la mañana:

“La pileta, cerrada todo alrededor por paredes de madera y cubierta por una lona cenicienta con anchas franjas rojas, tenía el fondo de tablas a una profundidad que permitía sacar la cabeza a las señoras de poca estatura. A mí, me sobresalían por completo los hombros”.[3]

El apuesto teniente austríaco se cuela al interior del lugar por uno de los sitios que permiten la entrada del agua, y así empieza la relación de los dos jóvenes: ella de veintidós y él de veinticuatro años. ¿Por qué lo destaco? Porque en la película el primer encuentro y las presentaciones tendrán lugar en un escenario enteramente distinto. Pero me estoy adelantando. Pronto se hace evidente la motivación principal que lleva a Remigio a acercarse a la hermosa Livia. No es el placer sexual (bueno, no es tan solo, el placer sexual), sino el dinero. En la tercera “estancia” (no están numeradas, pero el texto está claramente dividido) Livia lo deja bien claro: “De vez en cuando, Remigio me pedía dinero”[4]. Pero también a los lectores nos deja claro que se está burlando de ella. Luego de que la condesa le entregara una fuerte suma, al día siguiente el apuesto teniente falta a la cita y su enamorada cree volverse loca de desesperación. Estamos ya ante los efectos devastadores de la pasión, espectáculo cuyos síntomas Camillo Boito despliega ante nuestros ojos, y más que describir, nos muestra sus efectos.

Crece la perfidia de Remigio y crece la degradación de Livia. La villanía del teniente se evidencia del modo más claro en esa estancia cuando, estando en peligro la vida de un niño que ha caído a las aguas del canal y que en ese instante se está ahogando, Remigio con indiferencia aduce que no sabe nadar para no lanzarse a salvarlo. Es otro personaje el que rescata al niño, pero a nosotros nos queda retratado el canalla de cuerpo entero que es el amante de Livia, porque lo que ha dicho es una vulgar mentira. Remigio sí sabe nadar, como lo demostró en la escena del primer encuentro con la condesa. Y, más adelante, retado a duelo, el personaje termina siendo trasladado a Trento para evadir el peligro de muerte gracias a la intervención de la condesa, quien mueve las influencias de su marido para forzar el traslado.

Además, Trento es la ciudad a donde el conde y su esposa van a viajar.[5] Y es en la quinta estancia, la más larga y la última, donde quedan al desnudo toda la bajeza y la cobardía de Remigio. Este pide a Livia una fuerte suma de dinero para que un grupo de médicos lo declare “no apto” para el servicio, eludiendo así su participación en la próxima batalla.

Livia le ayuda, pero luego, desesperada por verlo, hace el viaje en carroza de Trento a Verona, donde se encuentra destacado el teniente: es una distancia de unos cien kilómetros, en medio de un territorio movilizado por la guerra. En Verona la protagonista es testigo de la traición de su amante, al que no solo ve con otra mujer, sino que, frente a ella, Remigio rompe los retratos que ha conservado de la condesa. Esa noche Livia sufre una profunda crisis emocional, pero de ella resurge, a la mañana siguiente, galvanizada por el rencor y decidida a vengarse de quien jugó con sus sentimientos. Con la carta en la que Remigio confesaba su farsa y el soborno a los médicos, la condesa se presenta ante el general austríaco Hauptmann, jefe de la plaza de Verona, y denuncia el engaño. Remigio es fusilado al amanecer del día siguiente.

A los contemporáneos de la primera edición de la novela, y tal vez también a los nuestros, las cosas que nos resultan más estremecedoras son, sin duda alguna, la frialdad y la falta de escrúpulos tanto del amante como de la condesa. Y, siendo una mujer adúltera en medio de una sociedad machista, la repulsa que ella ocasiona es mayor. Nada qué ver con las adúlteras debidamente castigadas en otras novelas decimonónicas, como Ana Karenina (1878)[6] o Madame Bovary (1857)[7].

Cumplida la venganza, no hay en Livia asomo alguno de arrepentimiento, ni de pesar, ni de tristeza, ni siquiera cuando un soldado, que se ha dado cuenta de todo lo sucedido, la escupe en la cara. Más que inmoral, Livia es un ser amoral. Vive solo para la satisfacción de sus deseos. Y es claro que su deseo de venganza era demasiado fuerte como para dejarlo pasar.

Pero lo peor es que, a pesar de que todo el episodio se ha saldado con la muerte de un hombre, aunque este también era culpable de doble traición: a su patria y a su amante, en Livia no hay el más mínimo cambio de conducta. Su comportamiento es completamente frío. Pasada la venganza, vuelve a su misma vida parasitaria e inútil, sin asomo de ninguna sacudida emocional. Por el lado político, tanto Livia como su marido y su amante están del lado de los invasores austríacos, motivo más que suficiente para hacerse odiosos ante los sentimientos nacionalistas italianos. Por el lado social, pertenecen a una clase privilegiada.

Camillo Boito nos presenta a la aristocracia como un grupo de personas indolentes, parasitarias, que disfrutan de privilegios y de riqueza, cosas que acaso no merecen, y a las que no les importan los demás, sobre todo las personas menos favorecidas, en lo más mínimo. Tanto a nivel individual como colectivo, Livia y sus allegados son de un egoísmo perfecto. No aportan nada a su sociedad. Al contrario, se nutren de ella y lo único que les importa es la satisfacción de sus placeres y caprichos. La guerra en la novela es apenas un incidente que se toca de modo tangencial, y solo en lo que atañe a la separación de los amantes y al desenlace de la trama. No es un tema central o, al menos, importante, como sí lo fueron las campañas de Napoleón Bonaparte en la novela Guerra y paz de León Tolstoi, por ejemplo.[8]

Senso (1954), la película

Luchino Visconti di Modrone, el director de Senso, fue un ser brillante y contradictorio. Nació el 2 de noviembre de 1906, en Milán, en el seno de una familia de la más rancia aristocracia lombarda, cuyo linaje se remontaba a la Edad Media. El futuro director de cine fue hijo del duque Giuseppe Visconti de Modrone y de su legítima esposa, Carla Erba, hija de un poderoso industrial farmacéutico. La familia Visconti estuvo muy ligada al teatro La Scala de Milán, ya que tanto su abuelo, el duque Guido, como su tío Huberto, fueron superintendentes de dicho teatro. Luchino Visconti recibió una esmerada educación, pero, sobre todo, creció empapado de todo el refinamiento, las costumbres y la cultura de su clase social. No obstante, con los años se convertiría en un marxista convencido.

En 1935, cuando aún no cumplía treinta años, el futuro director de cine viajó a París donde, a través de la diseñadora de modas Coco Chanel, conoció al cineasta Jean Renoir (1894-1979), hijo del célebre pintor impresionista Pierre-Auguste Renoir (1841-1919). Visconti trabajó como asistente al lado de Jean Renoir en la película Los bajos fondos (1936). Posteriormente, en 1943, el cineasta italiano filmó su primera película como director: Obsesión, basada en la novela El cartero siempre llama dos veces, de James M. Cain. Esta fue considerada la primera cinta del movimiento cinematográfico nombrado Neorrealismo, al que pertenecerían otros directores italianos como Roberto Rossellini (Roma, ciudad abierta, 1945) y Vittorio De Sica (Ladrón de bicicletas, 1948).

Posteriormente, Visconti filmó La tierra tiembla, en 1948, otra película destacada dentro de la corriente del neorrealismo, y Bellísima (1951), con la gran actriz Anna Magnani. Fue entonces cuando decidió abordar el tema del Risorgimento, es decir, de la unidad italiana, proceso histórico que había tenido lugar en el siglo XIX y que culminó hacia 1870, cuando el 20 de septiembre las tropas del rey Víctor Manuel II entraron en Roma. El monarca tomó posesión, entonces, del Palacio del Quirinal, sede de la autoridad romana, que hasta entonces había detentado el Papa. A partir de entonces el pontífice quedó relegado al Vaticano, y treinta años más tarde, los Estados Pontificios fueron oficialmente disueltos.

La película Senso, a diferencia del libro, comienza en el teatro veneciano de La Fenice, durante una representación de la ópera Il trovatore, de Giuseppe Verdi. Esta ópera, una de las más populares del músico parmesano junto con Rigoletto y La traviata, había sido estrenada en 1853 en el teatro Apollo de Roma. Por su parte, el teatro La Fenice es el más famoso teatro de ópera de Venecia. Construido originalmente en 1792, ha resurgido de dos incendios, uno en 1836 y otro en 1996. Como su nombre lo indica (el fénix) ha renacido a partir de 2003. Algunos fotogramas de la película Senso ayudaron en la reconstrucción de la estructura. En la secuencia inicial de la cinta somos testigos del apasionado rechazo de los venecianos hacia los invasores austríacos. Un grupo de nacionalistas lanzan hojas volantes y ramilletes de flores de papel con los colores verde, rojo y blanco, los de la futura bandera de la nación italiana. El organizador de aquella manifestación nacionalista es Roberto Ussoni, primo de la condesa Livia Serpieri, noble italiana casada con un funcionario austríaco. En un altercado, Roberto insulta a un oficial extranjero: el teniente Franz Mahler, versión viscontina del personaje de Remigio Ruz (en la novela), y lo reta a duelo. Pero el austríaco se limita a hacerlo arrestar. Luego Livia, que desde el palco ha visto el incidente completo, decide interceder ante el teniente y pide que se lo presenten.

Luego de una corta charla, Livia pretexta sentirse mal y logra convencer a su marido para marchar a casa. Tiempo después, en su casa, ella se despide de los amigos de Roberto, diciéndoles que se encargará del problema de su primo. Pero no consigue evitar que la condena a destierro se cumpla. Dice adiós a Ussoni y vuelve a cruzarse con Mahler. Esa noche, deambulando por Venecia, se encuentra otra vez con Franz. Juntos descubren el cadáver de un soldado austríaco, presumiblemente asesinado. Luego caminan toda la noche por la ciudad desierta, donde son identificables las vistas del Campo di Ghetto Nuovo, en Cannareggio, así como la Fondamenta di Cannareggio cuando ya está próximo el amanecer.

Es obvio que los dos jóvenes se enamoran o, más bien, se enamora Livia, quien lo busca y terminan convirtiéndose en amantes. Livia le deja a Franz un mechón de su cabello en un medallón. La relación continúa. El teniente austríaco le pide dinero y ella se lo da, pero la guerra estalla y un día Livia busca a Franz en la pensión donde se reúnen, pero no lo encuentra. Desesperada, lo busca en la Porta Magna del Arsenale, donde están destacados los oficiales austríacos, pero es inútil: no está. Entonces va al alojamiento del oficial, donde soporta las miradas y actitudes burlonas de los compañeros de Franz. Ahí encuentra dos fragmentos del medallón y su mechón de cabellos. Es claro que Mahler ha vendido o empeñado las partes más valiosas de la joya.

Las hostilidades crecen y Livia sigue buscando infructuosamente a Franz por toda la ciudad. Regresa a casa derrotada y la doncella le dice que un hombre ha llegado a buscarla y dejó una dirección. Pensando que es Franz, Livia se marcha. Su marido se da cuenta y la sigue. Los espectadores suponemos que el marido engañado va a encontrar a los amantes in fraganti, pero con quien Livia se topa, sorprendida, es su primo Roberto, que ha regresado clandestinamente del exilio y es parte de un grupo de conspiradores. El conde Serpieri comprende que los austríacos serán derrotados y expulsados de Italia, como ocurre eventualmente en la vida real. Su olfato político lo lleva a tratar de salvar lo que se pueda de aquel naufragio y pide a Roberto que interceda ante los nacionalistas para que le garanticen aunque sea conservar su patrimonio intacto. Ussoni no se compromete a nada. Es este episodio el que nos retrata al conde Serpieri de cuerpo entero: materialista, egocéntrico y despreocupado por completo de la suerte de otros.

Roberto entrega a Livia un dinero destinado a financiar la insurrección en el norte. El matrimonio se marcha a sus propiedades de la villa de Aldeno, cerca de Trento. Es allí donde Franz aparece de nuevo y convence a Livia de que le entregue dinero para sobornar a los médicos y eludir el servicio militar. Livia accede y le da el dinero que su primo le ha confiado, sellando así su traición y sacrificando en aras de su pasión no solo su honor de esposa (que ya había traicionado antes), sino también su honor de patriota.

Tiene lugar entonces la batalla de Custoza, el 24 de junio de 1866. Los italianos son derrotados, a pesar de su superioridad numérica, por los austríacos. La reconstrucción de algunas de las acciones bélicas constituye, en mi opinión, la serie de los mejores cuadros de la película. Esta batalla formó parte de un conflicto mayor: Prusia había declarado la guerra a Austria y, en un ejercicio del más grande realismo político, el gobierno de Italia se alió con el de Prusia. “El enemigo de mi enemigo es mi amigo”. La guerra culminó con la batalla de Sadowa (también conocida como batalla de Koniggrätz) donde los prusianos derrotaron a los austríacos, lo que llevó a la guerra a su rápido final. En la Paz de Praga, acuerdo firmado ese mismo año, Italia obtuvo algunos territorios en el norte, sobre todo de la región del Véneto, lo que contribuyó al proceso de reunificación italiana.

Sin noticias de Franz, Livia lo busca en Verona, adonde el desenlace es muy semejante al de la novela, aunque en la novela Livia no habla con Franz. Solo toma consciencia del engaño en que él la ha tenido. En cambio, en la película hay una escena bastante tormentosa entre un teniente Mahler obviamente ebrio, su nueva amante: una joven llamada Clara, y la condesa. Esta, en crisis, huye del lugar, y luego de atravesar una Verona ocupada por el ejército enemigo, lo denuncia a las autoridades militares austríacas, quienes posteriormente lo fusilan.

Entre los actores destacan Alida Valli, actriz nacida en Pula, Istria, el 31 de mayo de 1921. En esa época, Pula era parte de Italia. Hoy es parte de Croacia. La actuación de esta hermosa diva del cine italiano es una de las mejores partes de la película. Valli era, como Visconti, de origen noble. Tenía el título de baronesa y formaba parte de la noble familia Altenburger von Marckenstein-Frauenberg del antiguo Sacro Imperio Romano Germánico. Por otra parte, era dueña de una belleza singular: de tez blanca, expresivos ojos verdes y una cabellera castaña clara que fue destacada en la película gracias a un experto uso de la peluquería. Su talento como sólida actriz fue aprovechado por otros directores como Alfred Hitchcock (El proceso Paradine, 1947), Carol Reed (El tercer hombre, 1949, con Orson Welles, entre otros), Michelangelo Antonioni (El grito, 1957), Pier Paolo Pasolini (Edipo rey, 1967) y Bernardo Bertolucci (Novecento, 1976). A pesar de ser involucrada indirectamente en el escándalo que rodeó a la muerte de Wilma Montesi (9 de abril de 1953)[9], Valli continuó hacienda películas. Murió en Roma el 22 de abril de 2006.

En cuanto a Farley Granger, este actor estadounidense ya había filmado con Alfred Hitchcock dos de sus mejores películas, y acaso, junto con Senso, las tres que han cimentado su fama a través del tiempo: La soga (1948) y Extraños en un tren (1951). En realidad, Visconti habría preferido a Marlon Brando para el papel de Franz Mahler, y a Ingrid Bergman para el rol de la condesa Livia Serpieri. Pero Brando no estaba disponible, y a Bergman su marido en esa época, Roberto Rosellini, le prohibió trabajar con otros directores, excepto con él. Aparte de numerosas intervenciones en el cine, Granger concentró su carrera en el teatro en la década de los sesenta. En los setenta filmó películas en Italia y participó en series de televisión.  En los noventa apareció en documentales sobre la época de oro de Hollywood. A mi juicio, su actuación es solvente, pero no constituye lo mejor de la película.

Más importantes me parecen los actores de reparto: Massimo Girotti hace una labor importante en el papel de Roberto Ussoni. El actor ya había filmado con Visconti Obsesión, en 1943, en el papel protagónico, al lado de Clara Calamai. Rina Morelli también desempeña un papel, pequeño pero eficaz: encarna a la doncella de la condesa. Esta actriz napolitana volvería a trabajar con Visconti en El gatopardo (1963) y en El inocente (1976), pero sobre todo se desempeñó a las órdenes del director milanés en el teatro. Además, fue destacada actriz de doblaje. Por su parte, el actor alemán Heinz Moog encarnó al conde Serpieri en una corta pero, igualmente, eficaz interpretación.

El libreto de Senso (1954) fue obra del propio Visconti y de Suso Cecchi D’Amico (Giovanna Cecchi, 1914-2010), muy importante guionista italiana autora, junto con el célebre libretista Cesare Zavattini, el director Vittorio De Sica y otros miembros de su equipo, del libreto de Ladrón de bicicletas (1948). Esta obra maestra de la cinematografía mundial, y hoy en día considerada un clásico, ganó el Óscar a la mejor película en lengua extranjera en 1950. Por su parte, el guion de Senso (1954) contó con la colaboración de los escritores Tennessee Williams y Paul Bowles en los diálogos.[10]

Especial mención merece la fotografía, a cargo de Aldo Graziati y Robert Krasker. El primero, por desgracia, se mató en un accidente automovilístico a media filmación y fue el segundo quien debió terminar la película. Graziati ya había filmado con Visconti La tierra tiembla (1948). También fotografió las películas Milagro en Milán y Umberto D. (1951)de Vittorio De Sica, y ese mismo año, Otelo, de Orson Welles. En cuanto a Krasker, participó en El tercer hombre (Carol Reed, 1949), y después de trabajar con Visconti, filmaría El Cid, con Anthony Mann, en 1961.

Muy destacables, además de la fotografía, son el exquisito vestuario a cargo de Marcel Escoffier y Piero Tosi, el maquillaje de Alberto De Rossi, y la escenografía de Ottavio Scotti y Filippo Scicchitano. Las locaciones son notables. Además de Venecia, la película está ambientada en paisajes italianos de Valeggio sul Mincio y San Giorgio in Salici, localidades de la provincia de Verona. Para la casa veneciana de Livia se usaron vistas del Palazzo Muti Baglioni. Para la villa en Aldeno se usó la Villa Godi Malinverni, en Lugo di Vicenza, diseñada por Andrea Palladio en 1537. Hay diferentes escenarios filmados en Verona, y también en el Castel Sant’Angelo, en Roma.

Conclusiones

Si bien es cierto que la novela y la película son dos obras distintas y, por lo tanto, incomparables, las estructuras narrativas nos presentan semejanzas y diferencias importantes. Su contraste puede resultar útil, a menos a beneficio de inventario, para dejarnos lecciones sobre el arte de narrar.

En la novela, el personaje de la condesa Livia Serpieri me parece mucho más unidimensional y vano que el de la película. Por supuesto, en la película contamos con la interpretación de Alida Valli, quien nos entrega a una mujer con una personalidad mucho más compleja y rica que la Livia de Camillo Boito. Las expresiones faciales, los gestos y, sobre todo, los ojos de la gran actriz dicen mucho más que las palabras.

Bastante más débil me parece el personaje de Remigio-Franz. Aparte de un guapo sinvergüenza que al final recibe el castigo de sus muchas fechorías (no voy a discutir la justicia o desproporción del dicho castigo), la verdad es que en ambas tramas al personaje le falta hondura y complejidad. Es un ser superficial, más que la condesa, porque al menos ella puede justificarse por la pasión que el atractivo teniente le inspira. Pero este sólo actúa guiado por la satisfacción de deseos inmediatos y, ¿qué duda cabe?, muy básicos.

La ubicación de la trama en el contexto de la reunificación italiana me parece todo un acierto tanto de la dirección de Visconti como del guion de Suso Cecchi D’Amico. Y aquí dicho contexto no es un mero escenario, sino que empuja las acciones de los personajes con una fuerza mucho más decisiva que en la novela. Además, director y guionista introducen personajes secundarios que enriquecen la acción y le dan mayor peso a la traición de los protagonistas: traición a la patria, nada menos. Y para algunos esta es peor que la forma en que se traicionan uno a otra.

Creo que tanto leer la novela como ver la película han sido experiencias muy educativas. Solo lamento haber tenido que disfrutar la cinta sin subtítulos ni doblaje, en su italiano original, con lo que perdí bastante del significado de los diálogos. Lo único bueno es que tengo la esperanza de que me haya obligado a aprender algunas palabras de la lengua de Dante que yo desconocía.

Este es mi homenaje personal a una película que este año, en septiembre, cumplirá setenta años de haberse estrenado, precisamente en el Festival Internacional de Cine de Venecia. Pero el chatGPT ha metido otra vez las extremidades inferiores, y esta vez, hasta el fondo: la película no ganó en ese evento el León de Plata, que es el premio al mejor director. Ese galardón lo obtuvo, entre otros, el director japonés Akira Kurosawa por la película Los siete samuráis, un indudable clásico del cine mundial. Visconti no recibió ese honor. Al menos, no ese año.

No se confíen, consulten fuentes fiables y crucen sus datos. Por cierto, ese año de 1954 también se estrenó otra película clásica italiana: La Strada (La calle) de Federico Fellini, la cual participó, igualmente, en el Festival de Venecia. Y Fellini sí recibió un León de Plata, que conste. Pero de eso, si quieren, hablaremos otro día.

Senso (L. Visconti 1954) – dailymotion

Bibliografía:

Boito, Camillo (2010). Senso. Madrid, Trama Editorial. ISBN 9788492755325.

Visconti, Luchino (1954). Senso. DVD. Criterion Colection.


[1] La novela de Murger dio origen a una obra teatral y a dos óperas: una compuesta por Giacomo Puccini y otra debida a la pluma de Ruggiero Leoncavallo, ambas tituladas La Boheme, además de otras obras que no detallaré, incluyendo al musical de Broadway titulado Rent. Aunque alcanzó la fama, Murger murió de tuberculosis en 1861.

[2] Boito, C. Senso (2010). Pág. 16.

[3] Boito, C. Senso (2010). Pág. 19.

[4] Boito, C. Senso (2010). Pág. 25.

[5] Boito, C. Senso (2010). Pág. 30.

[6] Ana Karenina es una novela de León Tolstoi publicada como libro en 1878.

[7] Madame Bovary, de Gustave Flaubert, se publicó por entregas en 1856, y como libro apareció al año siguiente.

[8] Guerra y paz, de León Tolstoi, es una novela publicada primero por entregas, entre 1865 y 1869, y después como libro en ese mismo año.

[9] Ver: https://www.pagina12.com.ar/400150-la-dolce-vita-garcia-marquez-y-la-misteriosa-muerte-de-una-j, consultado el 21 de enero de 2024.

[10] El guion original en inglés puede consultarse aquí: https://www.scripts.com/script/senso_17787, consultado el 21 de enero de 2024.