
Redacción|Alejandro Nerio- Equipo SerHumano|Imagen: Gemini IA
Cada semana las vitrinas cambian, las redes sociales día con día dictan nuevas tendencias y los armarios se llenan de ropa que apenas usamos un par de veces.
La llamada “moda rápida” se ha vuelto parte del día a día, pero lo que muchos no saben o prefieren ignorar, es que detrás de cada prenda barata y de temporada hay un costo ambiental que pocas veces se ve en la etiqueta y que incluso nosotros como humanos pasamos desapercibido.
La industria textil es una de las más contaminantes del mundo, responsable de cerca del 10 % de las emisiones globales de CO? y de millones de toneladas de desechos al año, según datos de la Organización de las Naciones Unidas.
En América Latina, gran parte de esa ropa termina en vertederos o en mercados informales, generando contaminación en suelos y aguas; además, los tintes y productos químicos usados en su fabricación afectan directamente la salud de los trabajadores y de las comunidades donde se producen.
Estos datos hacen énfasis en que lo preocupante no es solo cuánto compramos, sino qué tan rápido desechamos.
Cada año, una persona promedio puede llegar a tirar hasta 30 kilos de ropa, buena parte en perfecto estado, solo para seguir el ritmo de las “tendencias”; este ciclo de consumo acelerado no solo agota recursos naturales como el agua o el algodón, sino que perpetúa condiciones laborales precarias en países productores y alimenta una cultura del descarte que se normaliza cada vez más.
En ese sentido, vestir con responsabilidad es un acto político y ambiental y nos invita a apostar por marcas sostenibles, a reparar, reutilizar o intercambiar prendas, con el fin de revertir el daño tangible que hemos generado a lo largo de todos estos años.
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