Investigar durante la pandemia

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De pronto, la vida cambió por completo. No es la misma y, enfrentémoslo: tal vez jamás vuelva a serlo. La nueva “anormalidad” es una falacia como una casa. Si usted se quiere engañar, adelante, y buena suerte.

Por Carmen González Huguet

Dese terapia, negocie consigo mismo y tal vez se convenza de que dar clases por videollamada es mejor que darlas frente a frente. Pero en el fondo usted sabe que jamás será así. Con todo, esto es lo que hay. También es cierto lo que dicen los refranes: “De perdidos, al río” y “menos da una piedra”.

Si la docencia (y no hablemos de la proyección social) ha sido difícil, ¿cómo nos fue a los que hacemos investigación? Pues, para no abandonar los refranes, lo resumiré con la frase de mi padre: “Nos ha ido como en feria”. Hablaré de mi experiencia, y perdónenme el egocentrismo, porque es la que conozco mejor.

Hay libros que yo no he vuelto a tocar desde el 11 de marzo de 2020, cuando empezó el confinamiento estricto. Y cuando digo “tocar” me refiero a tenerlos en mis manos, a pasar las páginas, a sentir su olor, su peso, y a contemplar y apreciar la tipografía, el diseño y la calidad de impresión. Para alguien como yo, que hace (sobre todo) investigación bibliográfica y documental, supuso un escollo insalvable no poder tener acceso directo (me refiero, claro está, a acceso presencial) a los libros.

En primer lugar, la Biblioteca Nacional, para los efectos prácticos de investigar, dejó de existir. La vieja está siendo demolida y en el mismo predio se construirá la nueva, la de los chinos. No sé, ni me importa, porqué a ninguno de nuestros mileniales e inteligentísimos líderes de hoy (a lo mejor porque tienen el mismo iq, o peor, que los anteriores) se les ocurrió construir la nueva en otro lado. Entre varias otras ventajas, pienso que habría podido ser más grande y ahorrarse los problemas de contaminación ambiental y auditiva que siempre sufrieron los usuarios de la vieja, ubicada enfrente del costado sur de la Plaza Barrios y esquina opuesta al Palacio Nacional. Para mientras, los libros los han ido a depositar a un edificio que no reúne las condiciones mínimas para atender al público investigador.

Con el Archivo General de la Nación y la Biblioteca Especializada del Museo Nacional de Antropología “David Joaquín Guzmán” sucedió algo muy semejante y más simple: sencillamente, no han dado servicio al público desde hace más de dos años. Igual situación afronta, hasta el día de hoy, la Biblioteca de la Casa de las Academias: la de la Lengua y la de la Historia.

Y paro de contar. ¿Qué nos queda? La Biblioteca “Hugo Lindo” de la Universidad “Dr. José Matías Delgado”, que tiene un acervo, para decirlo diplomáticamente, “limitado”. Y, por otro lado, la Biblioteca “Florentino Idoate” de la UCA que, en estos momentos, y sin que mis palabras signifiquen un baldón para las demás, es la mejor y más completa biblioteca del país. Pero desde el comienzo de la pandemia, el acceso a la primera se hizo prácticamente imposible, y a la segunda, se llenó de dificultades. Con la Biblioteca de la UCA había que avisar, por correo electrónico y con anticipación, de la intención de realizar una visita y enviar, también por internet, la lista de los libros que se deseaba prestar. Se llegaba presencialmente, y con todos los protocolos de bioseguridad, a retirar los libros. Las renovaciones de los préstamos podían hacerse en línea, pero para devolverlos, había que volver a hacer el viaje y someterse a los protocolos consabidos: toma de temperatura, presentar el DUI, que lo fotografiaran derecho y revés, etc., todo con mascarilla, alcohol gel y la madre que los parió. Visitar la Biblioteca Especializada, una sección de libros que hay que consultar en sala, quedó estrictamente prohibido. Y ahora más, porque el edificio de la biblioteca y anexos están en proceso de remodelación.

¿Un engorro? Totalmente, pero con estos bueyes había (y hay, aún) que arar. Es lo que hay en bibliotecas y archivos. En cuanto a fuentes vivas, la cosa fue peor. Me cansé de pedir citas para videollamadas. Las personas mayores adujeron ignorancia en temas informáticos, o carecer de equipo adecuado. La brecha digital, si bien se alimenta de factores económicos, es ante todo un fenómeno cultural.

Pero con quienes sí manejan los recursos de la revolución digital, la comunicación no solo ha sido rápida y eficaz, si no inmediata. Sin embargo, voy a decir una perogrullada que conviene recordar, porque se nos olvida con frecuencia: no todo está en internet. Y lo que está en internet, ojo, hay que tomarlo con cuidado, porque no siempre es correcto, ni exacto, ni verificable.

Mucha suerte, investigadores: la van a necesitar.