La encuesta de Latinobarómetro de 2018 revela que El Salvador le da menor importancia a la democracia; por consiguiente, es necesario formar, desde las Universidades, ciudadanos democráticos y éticos que rompan los abusos de poder, combatan la desinformación y reconstruyan el tejido social para propiciar espacios de crecimiento social y económico en un mundo pospandemia
Por Kevin Salazar Recinos
En la actualidad, uno puede encontrar en anaqueles físicos y digitales, libros con títulos inquietantes que auguran el mal futuro de la democracia por carecer de principios éticos y de filosofía en los proyectos de nación, que induce a los ciudadanos a no saber responder con virtud a los problemas y los nuevos desafíos que impone el siglo XXI.
Publicaciones de carácter filosófico político como: Contra la democracia (2016), de Jason Brennann; quien señala que el votante suele estar mal informado o ignora la información política básica, lo que provoca que elija a candidatos que proponen medidas que no le benefician, por lo que su participación democrática es irracional y sesgada, carente de los elementos éticos y filosóficos para progresar y encontrar su felicidad.
Asimismo, señalan los politólogos Steven Levitsky y Daniel Ziblatt en su obra: Cómo mueren las democracias (2018), quienes exponen que las democracias de hoy en día mueren por el debilitamiento en las urnas y cuando se fortalece la descalificación hacia el oponente, lo que conlleva a escoger funcionarios públicos leales a un líder populista y descuidan sus deberes constitucionales.
Otro aporte sobre cómo la ausencia de la ética y la filosofía pasa factura a las sociedades contemporáneas es el texto del germano-estadounidense Yascha Mounk, El pueblo contra la democracia (2018), quien indica que los populistas utilizan una retórica cargada de ira contra las élites tecnócratas a través de la alegoría que señalan que ellos son la voz del pueblo oprimido que necesita ser liberado. Estos son algunos ejemplos que describen una posible defunción del sistema democrático vigente en países de primer mundo y en vía de desarrollo.
Tras las dos guerras mundiales, se generó un amplio consenso sobre la superioridad de la democracia en cualquier forma de gobierno, sea que esta tuviese como estandarte al capitalismo, que es capaz de producir riqueza, pero con inequidad. Así como el modelo chino, cuyo dictador de ideología socialista exige usar las herramientas de su némesis para ser un país rico y avanzado. También está la Unión Europea que posee un abanico democrático con un libreto de espectáculo parlamentario para promulgar ideas conflictivas sobre nación, estado de bienestar y la fractura de las funciones de sus instituciones al servicio de la ciudadanía.
Tampoco podemos olvidar que América Latina es otro acordeón de derechas e izquierdas, que están cargadas de corrupción y provocan un despertar violento en sus capitales, gracias a las diversas informaciones que se hacen de dominio público. Lo cierto es que la calidad de la democracia ha bajado. La revista The Economist publicó, en 2018, datos pocos alentadores: de 167 países, 20 son democracias plenas, 55 son imperfectas, 39 son regímenes híbridos y 53 con modelos autoritarios.
Por si fuera poco, la Encuesta Mundial de Valores (2019) hace hincapié que los ciudadanos prefieren tener a un “líder fuerte”, cuyo gobierno sea autoritario o militar, pues quieren que se reduzcan los índices de violencia, debido a su afán de seguridad, que es ansiado en estos tiempos. El éxito de estos gobiernos imperfectos radica en el uso de la mentira para perpetuarse en el poder. Y eso ha hecho que la ciudadanía, de cualquier generación, no cuestione el valor de la democracia como forma política; por consiguiente, el problema es de credibilidad política, más no de la legitimidad del sistema. ¿Entonces, cómo podemos reinventar la democracia?
Con educación en ética y filosófica, solo así tendremos una generación que mejore al mundo, por lo que requerimos de muchos personajes como el destacado filósofo griego Sócrates, quien tiene un método vigente de cómo generar pensamiento crítico y encontrar la verdad, por lo que los ciudadanos de ahora que se encuentran en oficinas, en hospitales, partidos políticos, escuelas, cargos de gobierno, en fin, en cada parte del tejido social tienen que implementar el legado socrático y así poder romper las limitaciones que ha causado el abuso de poder, la mentira y la falsedad en las sociedades y sólo así reinventar la democracia en este nuevo siglo.