
Redacción|Alejandro Nerio- Equipo SerHumano|magen: IA Gemini
A raíz de esto, la comida ultra procesada y el fast food se han convertido en parte del día a día, pero su impacto en nuestra salud y en el planeta empieza a hacer más ruido del que queremos escuchar.
Desde los empaques de plástico y desechables que terminan en ríos o playas, hasta la enorme cantidad de energía y agua que requiere su producción, el sistema de comida rápida es una máquina que avanza a costa del medio ambiente. En América Latina, se estima que más del 60 % de los residuos sólidos urbanos provienen de envases desechables y envoltorios de alimentos, según datos de la CEPAL; a eso, le sumamos la contaminación generada por el transporte y la producción masiva de ingredientes procesados, el menú se vuelve aún más difícil de digerir.
El impacto no solo se mide en basura: la salud también paga la factura. El consumo excesivo de ultraprocesados está vinculado con enfermedades como la obesidad, diabetes y problemas cardiovasculares, y al mismo tiempo, la producción industrial de estos alimentos contribuye a la emisión de gases de efecto invernadero, al uso intensivo de suelos y al desperdicio alimentario. Es decir, comemos rápido pero nos enfermamos y contaminamos más rápido aún.
En ese sentido, repensar nuestros hábitos alimenticios ya no es una moda, es una necesidad. Se puede apostar más por lo local, reducir los envases desechables y preferir alimentos frescos y naturales no solo mejora nuestra salud, sino que aligera la carga del planeta. Porque si bien la comida rápida promete hacernos ganar tiempo, al final, ese tiempo lo estamos perdiendo en calidad de vida y recursos.
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