Funerales celestes en el Tíbet

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Durante el ritual, conocido como «funeral celeste», el sacerdote descuartiza el cuerpo delante de sus seres queridos y lo entrega a los buitres. Las aves arrancan grandes pedazos de carne que se llevan hacia el cielo. Cuando quedan los huesos, el sacerdote procede a machacarlos y a mezclarlos con harina para que las aves terminen su trabajo

Por Arantxa Guinea, editado por Carlos Cordero y el equipo de Tu Espacio

La muerte se considera uno de los misterios más grandes de la humanidad. A lo largo de los siglos se han creado diversos rituales que han generado un pensamiento universal: “nosotros rechazamos a la muerte”. Pero, ¿qué pasa realmente después?

Hoskin, también llamado por el seudónimo Lobsang Rampa, describe detalladamente en su libro “El tercer ojo” el largo proceso que implica la muerte para los trappas y los lamas en la región del Tíbet. Para ellos, un cuerpo no es más que una cáscara o caparazón, un contenedor del espíritu inmortal. De acuerdo con los tibetanos, el cuerpo se divide en tres partes: el cuerpo carnal, en el que aprende el espíritu las arduas lecciones de la vida; el cuerpo etéreo o magnético, que se forma con las ambiciones y pasiones en vida; y, por último, un tercer cuerpo, conocido como el “alma inmortal”.

El Honorable Maestro de la Muerte y los lamas auxilian a los trappas —es decir, hombres y mujeres no adeptos— en las diversas etapas para liberar el alma. En el relato, Hoskin describe el proceso. Los “ayudantes” caminaban por largos pasillos y descendían por escalones resbaladizos del hospital de los trappas. Auxiliaron la muerte de un monje anciano. Un lama tomó entre las suyas las manos del monje y le habló cariñosamente. El lama acarició la cabeza del monje agonizante, desde la nuca hasta la coronilla. Al hacer esos movimientos se creía que se liberaba al espíritu sin dolor. Continuó realizándolos hasta que el aura se extinguió del todo.

Una vez el alma estuvo libre, se transportó al cuerpo a la Colonia de los Descuartizadores de los Muertos, situada donde la carretera de Lingkhor entronca con el Dechhen Dzong. El descuartizador movió el cadáver para que quedara en forma de círculo y lo envolvió con un paño blanco. En el relato se describe a la colonia como una desolada extensión de terreno en la que sobresalían enormes “jorobas” y en la que había una gran losa de piedra. Las cuatro esquinas de la losa contaban con unos agujeros abiertos en la piedra y en ellos, clavados, unos postes. El cadáver se colocó sobre la losa. Se ataron las extremidades a los cuatro postes y el jefe de los descuartizadores sacó un cuchillo para “pelar” la carne y desmembrar el cuerpo. A continuación cortó la cabeza y la abrió, sacando el cerebro y dejando que los buitres se comieran el resto de los órganos. Finalmente solo quedaron los huesos, los cuales se machacaron y se convirtieron en polvo.

La manera de deshacerse de los cuerpos en el Tíbet resulta, por lo tanto, algo peculiar. Sin embargo, este proceso no se lleva a cabo en el caso de los lamas de alta categoría. Ellos tampoco son enterrados, sino que conservan sus cuerpos en oro, ya que se considera que el oro es un metal sagrado que simboliza el estado espiritual definitivo del hombre.

Los métodos que utilizan los tibetanos en sus ritos funerarios dicen mucho sobre su cultura. Thomas (1991) asegura que, según las condiciones geográficas, apoyadas —claro está— en las concepciones religiosas y sociales, se escoge un sistema básico para proporcionar el descanso final a persona. En la antigüedad existían cuatro sistemas básicos: inhumación (es decir, entrega a la tierra), cremación, Inmersión (una técnica que entrega el cuerpo al agua) y exposición. Esta última consiste en entregar el cuerpo al aire. Los rituales para los muertos funcionan como una expresión de la muerte. Buscan modificar un hecho físico frente al cual las acciones técnicas no tienen efecto.

Bernal menciona que la muerte, en el sentido semiótico, es un hecho con significado que carece de un significante específico que lo represente, toda vez que sólo se afronta una vez y quien lo hace está imposibilitado para definirla de algún modo. Tomando ese factor en cuenta, las demás personas se convierten en espectadores de la muerte. Ellas no saben qué sucederá ulteriormente y su imaginación y sentimientos buscan una explicación del “¿qué pasará después?”.

En el caso del Tíbet, podemos apreciar que después de cumplir los tres pasos, y luego de tres días, el alma se separa, se despeja el cuerpo y puede ser libre. Para ellos, la muerte es salir del plano, llevarse las enseñanzas en vida y dejar el cuerpo que ya no pudo más, sea por enfermedades o por vejez. Para ellos, cuando una persona  muere debe pasar por tres etapas: la eliminación/separación de su cuerpo físico. Tiene que desprenderse de su doble etéreo y su espíritu ha de ser ayudado para que encuentre el camino que le conducirá al mundo inmaterial. Sin embargo, si el cuerpo tiene poderosas razones para mantenerse en este plano, se intensifica su doble etéreo y se termina convirtiendo en un fantasma, el cual vagará por los sitios que le son familiares.

Aunque los tibetanos consideran al cadáver como un “traje viejo”, él abarca todo lo real que acontece en el cuerpo del ser que yace inerte y los procesos biológicos que comienzan a darse en él a partir de la defunción. Se convierte así en la encarnación de la muerte.

La muerte no solo es un ritual donde las personas nos despedimos del cuerpo, sino que ella da lugar a un ritual de comunicación. Por medio de visitas se mantienen los lazos afectivos con el difunto. Finol considera que la visita a un cementerio implica: a) desplazamiento espacial, b) hacia un lugar especial (la tumba del difunto), c) con la participación de un mínimo de dos actores (destinador y destinatario), d) con el fin de mantener una relación de amistad. Se considera que las visitas a la tumba de los seres queridos ya muertos constituyen el máximo estado de comunicación simbólica con los difuntos después de que se hayan cumplido los ritos funerarios. Por medio de dichas visitas se pretende mantener viva la relación cercana con aquellos que partieron. Para los sobrevivientes, las visitas funcionan como asimilación de la pérdida de un ser querido, ayudan al proceso de duelo y llegan a considerarse como una despedida final.  

El rito de la muerte es un proceso de cierre, tanto para los que quedamos aquí como para los que se van. Por lo tanto, siempre se estarán buscando señales y diversos significados para poder explicar la situación. Al apreciar el proceso en diferentes culturas (en este caso, el Tíbet) se demuestra que cada área cuenta con sus propias costumbres y búsqueda de formas de comunicación con los difuntos.