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La escritora de hoy: Pilar Bolaños. Serie de mujeres influyentes en la literatura salvadoreña

Por Carmen González Huguet

Francisco César Bolaños había nacido en la ciudad de Quetzaltenango, Guatemala. Su esposa, María Esquivel Dheming, nació en el salvadoreño puerto de La Unión. Pilar Bolaños estudió en la antigua Escuela Normal “España”, situada entonces en el predio que luego ocuparía la Biblioteca Nacional de El Salvador hasta el 10 de octubre de 1986, día en que un violento sismo dejaría aquel edificio moderno convertido en una estructura inutilizable.

Pero, primero, y muchos años antes, la Normal “España” fue destruida por un incendio, de modo que no contamos con ninguno de sus archivos. El edificio de la Biblioteca Nacional, que en los años sesenta y setenta del siglo XX también albergó las oficinas del Ministerio de Educación, fue demolido. En la Normal “España” recibió Pilar su título de maestra en algún momento entre 1936 y 1943. No podemos saberlo con certeza ya que no sobrevivieron documentos, razón por la cual no hemos encontrado información sobre esta etapa de su vida.

Su hija Sol Carballo Bolaños[1] afirma que su madre se exilió en Costa Rica huyendo de El Salvador, donde un hermano suyo fue fusilado a raíz de su participación en un intento de golpe de estado contra el general Maximiliano Hernández Martínez, militar que llegó a la presidencia de El Salvador en diciembre de 1931 y que se perpetuó en el poder hasta mayo de 1944. Pero no pudo precisar la fecha en que esto ocurrió, ni cuándo exactamente su madre salió al exilio, ya que estos hechos ocurrieron muchos años antes del nacimiento de Sol. Hay evidencia, sin embargo, que hace pensar que la escritora ya se encontraba en Costa Rica en febrero de 1943. En todo caso, María del Pilar Bolaños Esquivel se casó con Luis Carballo Corrales (1909-1991) en mayo de 1945[2]. Ella contaba veintidós años y el novio, treinta y seis. Luis Carballo era miembro fundador del Partido Comunista costarricense.

Aquel fue el segundo matrimonio para Luis Carballo Corrales y el primero para Pilar Bolaños. Luis tenía dos hijos de su matrimonio anterior, Graciela y Luis Carballo Trejos, y la pareja tuvo otros tres hijos propios: Luis Alejandro, Francisco César y Sol, todos de apellidos Carballo Bolaños. Pilar trabajó como maestra y estudió Derecho en la Universidad de Costa Rica, recibiéndose como abogado. De esta época Eduardo Mora Valverde (1922-2013), en su libro 70 años de militancia comunista recuerda “En la Escuela de Derecho, con Joaquín y Carlos Vargas Gené, Edwin Herrera González, Pilar Bolaños y otros estudiantes más, de diversas posiciones políticas, comenzamos a reorganizar la Federación Nacional de Estudiantes”[3].

El matrimonio de Pilar Bolaños y Luis Carballo terminó en divorcio a finales de la década de los cincuenta y los niños se quedaron viviendo con Luis Carballo Corrales en la misma casa de Guadalupe de Goicoechea donde todavía viven, hasta el día de hoy, Sol y Francisco. Su hermano Luis Alejandro murió hace varios años.

Según Alfonso Chase, autor entrevistado para esta investigación[1], Luis Carballo Trejos fue un hombre brillante, que trabajó extensamente en las reformas al Código de Trabajo costarricense y fue uno de los luchadores por el voto para las mujeres. Participó activamente en las luchas de 1948[2].  Por otra parte, en mayo de 1951, Pilar Bolaños presentó una tesis “Sobre investigación de la paternidad”, para graduarse de la licenciatura en Derecho[3] por la Universidad de Costa Rica. Después del divorcio, Pilar Bolaños vivió un tiempo en la casa de un primo hermano de Carlos Luis Sáenz, Fausto Sáenz Salazar, y de la esposa de este, Rosita, según testimonio de Luis Carballo Trejos. Luego, según esta misma fuente, se trasladó a un pequeño apartamento situado en un sótano, cerca del actual Museo Nacional de Costa Rica, apartamento que hoy ya no existe.

Pilar Bolaños murió el 26 de diciembre de 1961, en la ciudad de San José de Costa Rica.

Según su hija Sol Carballo, quien concuerda con lo anotado en la partida de defunción, la causa de su muerte fue, y cito: “una intoxicación accidental”[4]. Al funeral en la capital costarricense asistió su hermano Francisco César Bolaños. Cuenta Sol Carballo que, en el viaje de regreso a El Salvador, ocurrió un accidente automovilístico en el que el hermano de Pilar falleció.

Luis Gallegos Valdés[5] menciona a Pilar Bolaños como integrante del Grupo “Seis”, formado de 1940 a 1941, cuya actividad comprendió de 1941 a 1946, cuyos miembros fueron: “Antonio Gamero, Cristóbal H. Ibarra, Oswaldo Escobar Velado, Alfonso Morales, Manuel Alonso Rodríguez, Pilar Bolaños[6], Margot O’Connor, Rafael Álvarez Mónchez, Matilde Elena López, Elba Cubas, Ricardo Trigueros de León [y] Carlos Lobato”.

En la misma obra[7], Gallegos Valdés afirma: “Pilar Bolaños, tras vivir y casarse y divorciarse en Costa Rica, se suicidó cuando todavía hubiera podido producir más. Deja algunos cuentos y poemas”. Pero ni este autor, ni ningún otro, se ocupó de recopilar sus textos o de incluir algún poema de Pilar Bolaños en la antología Poesía femenina de El Salvador[8], que preparó junto con David Escobar Galindo, o en alguna de las otras muchas antologías de poesía que se han publicado en nuestro país.

Un dato curioso es que Pilar Bolaños es la única escritora (y entre los hombres tampoco hay nadie más) que se refirió en su obra a la lucha por la independencia de Puerto Rico, concretamente en su poema Romance de Olga Viscal.

A continuación, hemos recogido una breve muestra poética de esta escritora, tan injustamente olvidada.


La estancia de la soledad

I

Me he quedado con los brazos vacíos

y la tarde infinita se me ahueca en el pecho.

¡La tarde con los grises profundos que preceden

la noche oscura y triste, final de mi jornada!

Solo tu mano amiga podrá parar mi noche,

en tu palabra grave, mi oración hace nido,

y en tu mirada clara, horizonte de vida.

He saltado los muros y estoy perdida y sola,

hiedra tierna y humilde que abrazarse pretende

adhiriendo a tu tronco su raíz

y beber de la luz de tu vida.

¿Quieres dejar que enrede mi tristeza de siglos

y detenga mi noche que se acerca inclemente?

¿Quieres dejar que guarde al calor de tu alero,

de tu alero seguro y tranquilo

este temblar de alas de pájaro sin rumbo?

Déjame hundir las penas

y este llanto que arde desde mis ojos ciegos

en tus aguas tranquilas, cristalinas y mansas,

que allí penetra el sol y destruye las sombras.

Dime, ¿dónde encontrar la brújula que oriente

en este mar de engaños y mentiras sin cuenta?

Que estoy sola y vacía con los brazos abiertos,

y mi tarde se muere… Y ya viene mi noche…

II

Estoy a solas con mi pensamiento

y estás dentro de mí, llama y aliento,

estás dentro de mí, aun así, eternamente ausente,

estás dentro de mí, ardiéndome en las venas.

¿Qué cosa de la vida por ti no he renunciado?

¿Dónde queda una angustia que yo no haya escanciado?

Te he servido mi vida en copa de ternura,

y en mi sombra presiento el frío de mil rosas degolladas…

va a quebrarse por siempre mi voz en la garganta,

y a pedirte —humilde penitente de rodillas—

la palabra esperada.

¡Pero la vida es ciega cuando un ser se desvive!

¡Pero la vida es sorda cuando una angustia grita!

¡Y la sal en los ojos es salobre y quemante!

¡Dime antes del ocaso la palabra que espero!

¡Yo tenía en mis brazos tres ramas hacia el cielo

y era ley implacable que debía plantarlas en la tierra!

Por amarte, el castigo, soberbio, enfurecido,

las quebró, y hoy se vuelcan en ríos de dolor

las savias derramadas…

Di por fin la palabra esperada,

—brazo y columna de mi cruz agorera—

porque si más te tardas es inútil mi espera,

mi dación, mi renuncia.

¡Dime al fin la palabra!

Di que no espere nada…

III

Carretera morena, carretera polvosa,

triste como mi vida, larga como mi pena,

voy a llenarte toda de lágrimas y rosas,

hundiéndome en tus brazos, vaciándome en tus venas.

Carretera morena por el sol requerida,

permítele a mis penas y a mi angustia abrazarse

a tu tarde de pájaros vestida.

Permítele a mi vida quedarse en tu camino

como un ranchito triste, sin dueño y sin destino.


Romance de las tres niñas

Sobre la tierra tres niñas

mecen su talle de caña,

en las venas, sangre india,

en los ojos, luna clara.

Caracolitos morenos

los cinco dedos del pie,

mariposa en los talones

que vuela, y que no se ve.

Jugando roban del sol

su morena lozanía;

son un tríptico de amor

en diapasón de la vida.

La mano ahuecada es nido

de azucenas engreídas;

y las manzanas son pechos

del cálido mediodía.

Tres inquietudes morenas

que danzan sobre la tierra.

La gracia es como un anillo

besando talle y caderas.

Los pechos tan redonditos

como un cero tornasol.

Tres gracias en carne fina.

Tres niñas de El Salvador.


El pájaro de fuego:

Como la novia sentada en el banco
con la ilusión del primer madrigal,
yo te veo vestida de blanco,
todos los días, en mi Escuela Normal.Rafel Heliodoro Valle.

No sé si fue sueño o realidad, pero tengo aún entre las manos la ardiente sensación del pájaro de fuego que aprisioné un instante en mi juventud.

Golpeaban mis sienes el calor y el bullicio de San Salvador. Atravesé sus calles y llegué al edificio de mi Escuela Normal España. Mi vestido era negro, no el uniforme blanco que recuerdo haber usado durante toda mi niñez y mi adolescencia. Pero si mi vestido era negro. mi espíritu era el mismo espíritu de colegiala alegre con que todas las mañanas se vestía mi alma para ella.

Entré por sus amplios corredores de mosaicos —negros y blancos— relucientes, donde se reflejaba siempre aquella fila de pilares que una y otra y otra vez yo contara en mi vida. Sus aulas abiertas y sus pupitres, para mí tan familiares, proyectaban ángulos de sombras que se extendían para recibirme. La sombra y la paz de sus aulas limpias me envolvieron. En esas aulas hice mis primeras prácticas de maestra. Arribé al salón de actos, y el coro de mil voces abría brecha en el cielo entonando el himno de mi escuela normal. Pero ni el profesor… ni la inspectora… ni las caras de mis compañeras que llevo tan adentro del recuerdo: solamente las voces, como raíces

invisibles de la tierra, llenaban el salón con la potencia de un órgano y atravesaban el espacio como un rayo luminoso, agregando sonido a la armonía celeste.

Por fin llegué a sus jardines. Era la tierra seca sin césped, sedienta. Sus arriates de piedra ponían un ribete grisáceo al café sediento de la tierra. Cuando entré en el jardín ya mis piernas no respondían a la emoción contemplativa que me envolvió al entrar; rápidamente, apresuradamente, con una sed enorme igual a la de aquella tierra atravesé y corrí entre los “crotones”. Esos árboles raros de tallo café con hojas matizadas de amarillo, rojo y verde. Esos árboles que parecen siempre envueltos en el aliento del otoño y cuyas hojas caídas ofrecen la más alegre alfombra a la tierra reseca, después de la lluvia. Y allí estaba el crotón preferido por mí, aquel que siempre amé en mi Escuela Normal, el del segundo arriate, partiendo del pilar de la campana. Estaba enorme y alto, frondoso, más rojo y más atractivo que nunca, más fuerte su tallo, más raro y más extraño. En su rama más alta una hermosísima flor roja se movía. Misteriosamente, ante el deseo de cortarla se alargó mi cuerpo, mis brazos se alargaron, mis manos y mis dedos. Ya la alcanzaba… Ya… por la alcancé.

La más rara flor, roja, roja, como la llama del bosque, y una vez entre mis manos tomó la forma de un pájaro de fuego. La apreté suavemente, quedamente; en mi pecho, otro pájaro de fuego sacudió sus alas. No sé qué rara coincidencia hizo que el viento llegara al jardín, y la flor, como una flecha ardiente escapó de mis manos…

No sé si fue sueño o realidad, pero tengo aún entre las manos, la sensación del pájaro de fuego que aprisioné un instante en mi Escuela Normal.

No sé si fue sueño o realidad, pero desde ese momento comprendí que mi corazón se formó allí, en sus aulas, en su jardín y se lanzó a la vida como el vibrante pájaro de fuego, con el deseo íntimo de comprender el dolor y la alegría humanas.

San José de Costa Rica.
Noviembre 2 de 1949.


Referencias:

[1] Fuente: Entrevistas no estructuradas, la primera en agosto de 2013 y la segunda en agosto de 2014, con Sol Carballo Bolaños y con sus hermanos: Luis Carballo Trejos y Francisco César Carballo Bolaños.

[2] Fuente ambos casos: Pilar Bolaños, una salvadoreña en Costa Rica. Ponencia presentada en el I Coloquio de Cultura Centroamericana “Lilian Serpas”, celebrado en la UNAM, Ciudad de México, en marzo de 2015.

[3] Mora Valverde, Eduardo. 70 años de militancia comunista. San José, Ed. Juricentro, 2000. Pág. 74.

[4] Entrevista realizada en el estudio del maestro Alfonso Chase, San José de Costa Rica, agosto de 2014.

[5] Ver: https://semanariouniversidad.com/opinion/1948-reformas-guerra-y-lucha-social-en-costa-rica/, consultado el 23 de septiembre de 2022.

[6] Generoso aporte del CIICLA, Centro de Investigación en Identidad y Cultura Latinoamericanas, de la Universidad de Costa Rica, agosto 2014.

[7] Partida de defunción recopilada en agosto de 2013, en San José de Costa Rica. También se obtuvo en la misma oportunidad las actas de matrimonio y de divorcio.

[8] Gallegos Valdés, Luis. Panorama de la literatura salvadoreña. San Salvador, UCA Editores, 2005. Es la 4ª. Reimpresión, idéntica a la edición de 1981. Pág. 371. El destacado es nuestro.

[9] El subrayado es nuestro.

[10] Gallegos Valdés, Luis. Op. Cit. Pág. 391.

[11] Escobar Galindo, David y Gallegos Valdés, Luis. Poesía femenina de El Salvador. San Salvador: Dirección de Publicaciones, 1976. [12 Este poema, y otros más, fueron enviados por la autora en diciembre de 1961 a Juan Felipe Toruño, quien los publicó de manera póstuma en Diario Latino a principios del 1962.

[13] Este poema fue publicado primero en el Repertorio americano de don Joaquín García Monge en San José de Costa Rica. Después ha aparecido de manera digital en https://lazebra.net/2018/03/01/pilar-bolanos-recuerdos-descalzos-poesia/, consultados el 23 de septiembre de 2022.

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