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La independencia para principiantes

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Introducción. ¿Qué fue la independencia?

El propósito de estas modestas páginas no es escribir un libro de historia. Sencillamente, porque no somos historiadores. Este es solo un humilde intento por entender qué es, o qué fue, la independencia, ese proceso histórico cuyo signo más visible, la firma del acta del 15 de septiembre de 1821, ha cumplido su segundo centenario en 2021.

El Diccionario de la Lengua Española define independencia como: Libertad, especialmente la de un Estado que no es tributario ni depende de otro. La independencia (o descolonización) fue un proceso histórico que tuvo lugar en la mayoría de estados americanos continentales a principios del siglo XIX. Casi todos los territorios latinoamericanos, si no todos, fueron a partir del siglo XVI enclaves coloniales y sufrieron las condiciones de subordinación política a que fueron sometidos durante siglos con respecto a sus distintas metrópolis. Sin embargo, la independencia fue un proceso inexorable que terminó con dicha etapa colonial. Así, las nuevas naciones alcanzaron mayores grados de autonomía. Una autonomía que, conviene no olvidarlo, siempre ha sido relativa. Quien diga que es “total y enteramente autónomo o soberano” miente de la manera más escandalosa, en especial en estos días, cuando entidades como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional se encargan cotidianamente de recordarnos los límites de dicha autonomía y de la referida independencia.

Escribimos estas páginas después de leer muchas de las fuentes bibliográficas disponibles, las que, durante esta pandemia, debemos subrayar, no resultaron nada fáciles de conseguir. Por esto, queremos agradecer efusivamente la colaboración del personal de las bibliotecas de la UCA y de la UJMD, siempre tan servicial y atento, así como de la Academia Salvadoreña de la Lengua y de la Historia, en especial, al señor Riquelmy Colorado Moreno, sin cuya desinteresada y muy diligente ayuda no habríamos podido consultar el tomo del Diccionario de don Miguel Ángel García, publicado en 1940, fuente inestimable de información primaria, ya que contiene los procesos por infidencia a que fueron sometidos los próceres de San Salvador a raíz del intento de insurrección de 1814. En las presentes circunstancias, y sin que sea tomado este aserto como una crítica hacia ninguna institución o persona, deploramos profundamente no haber podido tener acceso a los acervos de la Biblioteca Nacional y de la Biblioteca Especializada del Museo Nacional de Antropología “David Joaquín Guzmán”, así como del Archivo General de la Nación, los cuales permanecieron cerrados al público durante varios meses a partir de marzo de 2020 por razones obvias.

Estamos seguros de que los jóvenes investigadores podrán mejorar nuestro intento en las décadas futuras. Este ha sido un esfuerzo cuya única pretensión es contarles a nuestros estudiantes (ojalá ávidos de conocimiento) “cómo fue la independencia”. Es decir, cómo se gestó este proceso histórico y qué ocurrió en Guatemala aquella lejana mañana del sábado 15 de septiembre de 1821. Nada más. Nuestra crónica está dirigida a personas que no saben nada, o casi nada, sobre la independencia. Es decir: la inmensa mayoría de la población salvadoreña. Este no es un trabajo para especialistas, ni para historiadores. Nuestro objetivo es hablarle a la gente común, de a pie, que acaso cruza la plaza Libertad, en San Salvador, y no tiene idea de los hechos que sucedieron ahí, o muy cerca de esa encrucijada, hace más de doscientos años, en 1811 y 1814. Eso es todo. Si conseguimos, siquiera en parte, este objetivo, podemos sentirnos contentos.

  1.  ¿Qué sucedió en la ciudad de Guatemala el 15 de septiembre de 1821?

Siguiendo a Francisco J. Monterrey[1] y a Carlos Meléndez Chaverri[2], sabemos que el 24 de febrero de 1821 Agustín de Iturbide, que había sido anteriormente general del ejército español, proclamó la independencia de México en la población de Iguala, en el actual estado de Guerrero. Meléndez Chaverri señala que pocos días después se tuvo noticias de la llegada del correo extraordinario de Chiapas, el cual traía el comunicado de haberse proclamado y jurado allí la independencia, “y se excitaba a la ciudad de Guatemala para que hiciera lo mismo. La Diputación Provincial pidió, y Gabino Gainza[3] no pudo oponerse, a la convocatoria de una Junta de todas las autoridades y funcionarios principales de la ciudad”. La misma fuente nos dice que esa fue la junta que se reunió en el Palacio Nacional de Guatemala el sábado 15 de septiembre de 1821, en horas de la mañana. Dicha reunión estuvo presidida por Gabino Gaínza y asistieron las autoridades principales que tenían su sede en la capital regional, tanto civiles como militares y eclesiásticas (no hay que olvidar que la iglesia católica era muy importante dentro de la sociedad en la época de la colonia), incluyendo a los representantes de la Diputación Provincial. La sesión comenzó con la lectura del acta de Chiapas. Después habló el prócer hondureño José Cecilio del Valle. Este intelectual liberal opinaba que no podía proclamarse la independencia hasta no haber oído el voto de las provincias. Estuvieron de acuerdo con Valle el arzobispo de Guatemala, Ramón Casaús, los oidores Miguel Moreno y José Valdez, el comandante del Regimiento del Fijo, Félix

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Lagrava, así como fray Luis Escoto, quien era fraile de Santo Domingo, Juan Bautista Jáuregui, capitán de ingenieros, José Villafañe y otros ciudadanos notables que formaban parte del grupo de los anti-independientes.

Sin embargo, los proindependentistas prevalecieron. Entre ellos se encontraban José María Castilla, Antonio García Redondo, Francisco Bilches, los oidores Miguel Larreinaga y Tomás O’Horan, así como Mariano Gálvez y Serapio Sánchez, diputados por la Universidad, José Francisco Córdova y Santiago Milla por el colegio de abogados, además de Antonio Rivera Cabezas, Mariano Beltranena, José Mariano Calderón, el padre José Matías Delgado, Manuel Antonio de Molina, Mariano Larrave, José Antonio Larrave, Isidoro Castriciones, Pedro Arroyave y Mariano Aycinena, en nombre del Ayuntamiento de la ciudad de Guatemala. Los acompañaban Lorenzo Romaña, secretario del gobierno, y Domingo Diéguez, secretario de la Junta. También asistieron Mariano Pérez, prelado de los Recoletos[1], y José Antonio Taboada, de los Franciscanos, junto con algunos españoles peninsulares.[2] Mientras esto sucedía dentro del Palacio, afuera se había reunido una multitud cuyos rumores manifestaban el entusiasmo popular ante la proximidad de la proclamación de la Independencia.

Afirma Marure al respecto: “Como la mayoría de la junta general había estado porque se declarase la independencia, y los concurrentes la pedían con instancia, la Diputación provincial y el Ayuntamiento que permanecieron reunidos y se consideraron, en este caso, como órganos legítimos de la voluntad pública, acordaron los puntos que contiene la famosa acta de aquel día”.

Meléndez Chaverri también cita como testigo fidedigno de aquella jornada a Pedro Molina[1]. Señala esa fuente que “el pueblo estaba preparado para pedir la independencia; pero al mismo tiempo estaba tímido. Sólo los más atrevidos independientes se asomaban a la sala en que se discutía a puerta abierta tan grave negocio… Entre tanto [al principio] en la plaza había poca gente, para hacer mayor el concurso, animando a los tímidos, don José Basilio Porras y doña María Dolores Bedoya, mujer del arriba mencionado doctor Molina, idearon poner música y quemar muchos cohetes. El artificio fue eficaz, porque incluso los contrarios concurrieron fingiéndose partidarios de la independencia que creyeron ya decretada; y la junta se resolvió más pronto a ello en vista del gran concurso del pueblo. Este se entregó a la alegría más ruidosa, sin que las armas intentasen oponerse”. Varias páginas en internet recogen la participación de doña María Dolores Bedoya en ese día, señalándola como “la única mujer prócer de la independencia” de Centroamérica.[2] Esto en rigor no es cierto, ya que hubo varias mujeres, cuyos nombres han sido recogidos por las fuentes históricas, que en diferentes localidades de la región participaron en los intentos independentistas. Estas mujeres sufrieron cárcel, y en algunos casos tormentos, por haber tomado parte en algunas acciones violentas, como sucedió en Metapán, Santa Ana y Sensuntepeque, entre otras. Tal vez doña María Dolores Bedoya fue “la única” (y esta aseveración conviene tomarla como decían los latinos: “cum grano salis”[3]) participante de los eventos independentistas en la república de Guatemala, cosa que no nos consta y que no

nos atrevemos a afirmar. Es claro que quienes esto osan sostener hacen caso omiso del resto de la región. La tentación de mirarnos sólo el ombligo existe en todo el mundo, al parecer. No vamos a citar el acta firmada el 15 de septiembre de 1821. Quienes deseen tener acceso al texto pueden consultar el sitio web:

https://sajurin.enriquebolanos.org/docs/Acta%20de%20Independencia%201821.pdf.

Este sitio está a cargo de la Biblioteca Enrique Bolaños[1], donde se encuentra una copia facsimilar del documento. Copia del texto en caracteres latinos impresos (no manuscrita en letra de carta) puede consultarse en: https://archivos.juridicas.unam.mx/www/bjv/libros/4/1575/7.pdf.

Por otra parte, la citada obra de Meléndez Chaverri (2000) recoge el texto definitivo del acta de diciembre de 1821, suscrita en San Salvador durante Cabildo Abierto, en su página 338 y siguientes. La misma fuente señala que el texto del acta original, redactado por José Cecilio del Valle, evidencia la timidez y el desgano del redactor, y “carece de contenido profundo”, no encontrándose en dicho documento “los principios de filosofía política y las elevadas ideas de razón que impulsaron a aquellas generaciones a dar tan decisivo paso”. En cambio, Meléndez Chaverri afirma: “Hallamos más, mucha más resolución y afán de conquista inmediata de las libertades, en el acta de San Salvador del 8 de noviembre de 1811. Allí sí están esos principios de filosofía política y esa declaración de derechos que justificaban el paso que se pretendió dar. Allí hay más resolución y menos temor, aunque recurran al nombre de Fernando VII para defenderse de lo que podría ocurrir y en efecto ocurrió”.[2] Esto es: las sospechas y medidas represivas tomadas con posterioridad por las autoridades coloniales.

Foto/ Ministerio de Cultura

Continúa diciendo el mismo autor: “El acta de independencia contiene hasta contradicciones manifiestas. Por un lado, señala que “son públicos e indudables los deseos de independencia del Gobierno español” y se acuerda acuñar una medalla “que perpetúe en los siglos la memoria del 15 de septiembre de 1821, en que Guatemala proclamó su feliz independencia” y por otro queda todo supeditado a “lo que determine sobre ella el Congreso que debe formarse””.[1]

Por lo demás, resulta poco menos que sospechoso el inciso primero, que textualmente dice: “Que siendo la Independencia del Gobierno Español la voluntad general del pueblo de Guatemala, y sin perjuicio de lo que determine sobre ella el Congreso que debe formarse, el señor Jefe Político la mande publicar para prevenir las consecuencias que serían terribles, en el caso de que la proclamase de hecho el mismo pueblo”.[2] El texto da la impresión de que los ilustres próceres no están del todo convencidos de la conveniencia de la proclamación de la independencia y que se ven obligados a sancionarla para adelantarse al supuesto caos que podría producirse si se dejara que el pueblo soberano se apropiara de la dirigencia de este proceso histórico. El significado que tenía en aquel momento lo que sucedió el 15 de septiembre de 1821 en realidad lo señala muy bien Meléndez Chaverri: “Quizás nadie entendió mejor el fondo del texto de la declaración de independencia que el obispo de Nicaragua y Costa Rica, fray Nicolás García Jerez, autor de la célebre declaración de que había que esperar “a que se aclararan los nublados del día”.

Esta expresión es la más lógica reacción ante un texto lleno de timidez, que buscaba eludir serios compromisos y no enfrentarse a grandes responsabilidades. Hasta debe pensarse que muchos de los signatarios del acta, en vista de las experiencias anteriores que habían sufrido, muchos en carne propia, estaban temerosos de alguna reacción de España en el futuro y mucho más de una intervención enérgica de México sobre ellos. Aunque la primera posibilidad era la más remota, la segunda se cernía sobre la región en forma mucho más definida. En efecto: por su situación geográfica y los antecedentes históricos, Guatemala estaba estrechamente vinculada con México y el fuego libertario que arrasaba este país no llegó a estar demasiado lejos de Guatemala. El llamado Plan de Iguala, o de las Tres Garantías: 1) Unión de europeos y americanos, 2) Conservación de la Religión Católica como única del Estado, y 3) Independencia absoluta y organización de un gobierno monárquico constitucional, es la base que sirve de soporte al acta de independencia de la América Central.

Únicamente se destierra en esta la idea de una nueva monarquía, idea que no era posible rechazar de plano por venir de un vecino tan inmediato y peligroso. Por eso surge la fórmula de esperar a que un congreso que se convocaba sería el que en definitiva habría de determinar la decisión que por el momento se posponía”.[1] Y no podía ser de otra manera, porque el documento nos deja la impresión de que en lo único en lo que la mayoría de personajes ahí reunidos estaba de acuerdo era en proclamar la independencia. Todo lo demás: la forma de gobierno, la supeditación al gobierno mexicano o la independencia absoluta, los principios filosóficos y políticos en los que había de basarse la nueva estructura política y gubernamental del Estado, todas estas cosas quedaban por definirse. Y esas definiciones o, mejor dicho: indefiniciones, eran las que, a la postre, iban a costar tantos enfrentamientos y tantos desencuentros en el futuro inmediato.

Por de pronto la independencia de Centroamérica quedó proclamada, por fortuna, en aquel momento sin derramamiento de sangre. Pero no se les olvidaba a muchos de los que lucharon por la libertad de la región las prisiones y demás sufrimientos que habían soportado los partidarios de la independencia en el pasado reciente, sobre todo a raíz de los hechos de 1814. Entre tanto, la noticia y el texto del acta de independencia no fueron conocidos en San Salvador hasta el 21 de septiembre de 1821. Tal vez a algunas personas les llame la atención este hecho rigurosamente histórico. Se les olvida que hace doscientos años no había internet, ni teléfonos, ni faxes.

Las noticias y el correo viajaban a uña de caballo y tardaban casi una semana en ir de Guatemala a la principal ciudad salvadoreña. El correo llegó ese día a las nueve de la noche, y entró por la calle de Mejicanos.[1] En ese momento, afirma la misma fuente, el intendente interino, Pedro Barriere, junto con el alcalde primero, Casimiro García Valdeavellano, convocaron a los miembros del ayuntamiento, los jefes militares, al cura rector y vicario: José Ignacio Saldaña, y a los demás personajes principales de la localidad por medio de repiques, música y fuegos artificiales. Media hora más tarde se leyó el acta y el manifiesto del jefe político, Gabino Gaínza.

Después los asistentes pasaron a la iglesia parroquial, que se levantaba en el predio donde ahora está la Iglesia del Rosario, para celebrar un solemne Te Deum en agradecimiento por tan señalado hito histórico.[2] A continuación, el jefe político recibió del alcalde primero el juramento debido para poder ejercer legalmente sus funciones. Al día siguiente juraron los miembros del ayuntamiento, las corporaciones, empleados y oficinistas, y luego se publicó el acta y el manifiesto de Gaínza por bando público. Dichos documentos fueron publicados el 29 de septiembre. Ese mismo día se procedió a elegir a siete personas para constituir una Junta subalterna económica y consultiva. De inmediato los bandos: el conservador, encabezado por Ignacio Saldaña y Juan Viteri, y el

liberal, al mando de Manuel José Arce, comenzaron a tomar posiciones. La elección se llevó a cabo en la mañana del 4 de octubre. Pero Pedro Barriere (1768-1827),[1] temiendo que resultasen electas personas que no fuesen de su agrado, ordenó la salida de la tropa con armas para dispersar al pueblo. Procedió enseguida a reducir a prisión a Juan Manuel Rodríguez, Manuel José Arce, Domingo Antonio de Lara y a uno de los hermanos del padre José Matías Delgado. Así terminaron las primeras elecciones “libres” en territorio salvadoreño, justo después de proclamada la independencia. Los infortunados presos fueron remitidos rumbo a la ciudad de Guatemala. Sin embargo, a partir del 5 de octubre comenzaron a llegar a aquella capital quejas desde diferentes localidades como San Vicente y San Miguel. Esto llevó a las autoridades guatemaltecas a nombrar en lugar de Barriere a José Matías Delgado como jefe político de San Salvador “para que calmara los ánimos, dándosele para este efecto las más amplias facultades, inclusive de poder asumir “el mando político y obrar en lo militar como exigieran las circunstancias””.[2]

Delgado puso en libertad a los presos que ya habían llegado a Santa Ana en su camino hacia la ciudad de Guatemala. Luego entró triunfalmente en San Salvador junto con los liberados. Pedro Barriere abandonó la intendencia y se dirigió a La Habana. Terminaría muriendo el 18 de mayo de 1827 en la batalla de Milingo, en la jurisdicción del salvadoreño municipio de Suchitoto. Entre tanto, Delgado desarmó y licenció a las tropas de “voluntarios” que se habían opuesto a la independencia, e invitó al pueblo a elegir a los integrantes de la junta provincial. Resultó electo presidente de dicha junta el propio padre Delgado. Los demás integrantes fueron Manuel José Arce, Juan Manuel Rodríguez, Leandro Fagoaga, Miguel José Castro, un ciudadano de apellido Fornos y el cura Basilio Zeceña.[1] Con esto se pacificó la intendencia y esta junta pudo dedicarse a gobernar a partir del 28 de noviembre de 1821.

Sin embargo, en breve la región se vería sacudida por las fuerzas de las transformaciones históricas que darían origen a la Federación Centroamericana. Entre tanto, en Nicaragua y en Honduras las autoridades locales respectivas, encarnadas en Saravia[2] y Tinoco[3], vieron la oportunidad de desligarse de la autoridad de Gaínza. “Reunieron sus diputaciones provinciales respectivas y acordaron en ellas jurar el plan de Iguala, impidiendo a aquellas provincias concurrir al congreso de Guatemala, como que las declaraba incorporadas al imperio mexicano”.[4]

A raíz de estas decisiones, se movilizaron tropas guatemaltecas y salvadoreñas que se dirigieron a Honduras a enfrentarse con las fuerzas de Tinoco. Este eludió el choque y se retiró del mando político. Mientras las autoridades correspondientes en Guatemala se mostraban decididas a unirse al imperio de Iturbide, lo mismo que Comayagua en Honduras, en el resto de Centroamérica San Salvador y Granada se mostraban decididas partidarias de la independencia total y definitiva. El 27 de noviembre se conoció en Guatemala el documento en el que Iturbide se mostraba partidario de “que Guatemala no debía quedar independiente de Méjico (sic), sino formar con aquel Virreinato un grande imperio bajo el plan de Iguala y tratados de Córdoba: que Guatemala se hallaba todavía impotente para gobernarse por sí misma, y que podría ser por lo mismo objeto de la ambición extranjera”.[5]

Entre tanto, procedente de México, un nutrido ejército se dirigía hacia Guatemala con la intención de cumplir los designios del emperador mexicano.[1] Para dilucidar tan urgente cuestión se confiaba en la reunión del congreso, ya convocado, y se verificaron cabildos abiertos en varias localidades. Sin embargo, el enfrentamiento entre los partidarios de la independencia total y los de la anexión a México estaba servido, y no tardaron en caer en las calles de la ciudad de Guatemala los primeros patriotas liberales: Remigio Maida y Mariano Bedoya, hermano de doña María Dolores Bedoya de Molina y, por consecuencia, cuñado del doctor Pedro Molina. Habían padecido ambos fallecidos prisión a raíz de la llamada Conspiración de Belén, en diciembre de 1813.[2]

Así las cosas, sigue diciendo Meléndez Chaverri: “a comienzos de enero de 1822 la Junta Provincial Consultiva practicó el estudio de los votos que se habían recibido de los cabildos y a pesar de atinadas reflexiones de varios prohombres como Valle, Rivera, Cabezas, Calderón y Alvarado, el día 3 de enero de 1822 se decidió la anexión a México al aceptarse el plan de Iguala y los tratados de Córdoba, sin pedir nada en cambio. Dado este paso, se procedió a disolver rápidamente la Junta Consultiva, el día 21 de febrero, la cual quedó suplida con la Diputación Provincial, que se instaló el 29 de marzo”.[3]

Después ocurrieron las luchas contra la anexión a México, a la cual San Salvador se opuso con mucha determinación. Y luego vino la muerte de Iturbide, que dio al traste con su sueño de un imperio en Nueva España. Nació entonces la República Federal de Centroamérica y dieron comienzo las luchas que mancharían de sangre la tierra centroamericana. Pero contar todo eso sería objeto de otra historia y sobrepasa los límites del presente trabajo.

Resumen:

El 24 de febrero de 1821, Agustín de Iturbide proclamó la independencia de México en la localidad de Iguala, actual estado de Guerrero.

La Diputación Provincial convocó a una junta a todas las autoridades y funcionarios principales en Guatemala.

Esa junta se reunió en el Palacio Nacional guatemalteco el 15 de septiembre de 1821 en horas de la mañana. Hay que hacer notar que no era el edificio de color verde que actualmente se levanta en la esquina opuesta a la catedral. El edificio original ya no existe. Cayó víctima de los terremotos. El actual data de noviembre de 1943, época en que Guatemala era gobernada por el dictador Jorge Ubico. Su construcción comenzó en 1929.

La sesión comenzó con la lectura del acta de Chiapas, que había llegado con el correo y había dado lugar a la convocatoria.

José Cecilio del Valle opinó que no podía proclamarse la independencia hasta no haber oído el voto de las provincias.

Los proindependentistas, sin embargo, prevalecieron.

Afuera al principio había poca gente, pero después se reunió una multitud que presionaba por la proclamación de la independencia.

El acta fue redactada por José Cecilio del Valle.

El acta solo proclama la independencia. Deja por definir la forma de gobierno y demás importantes decisiones políticas.

  1. Intentos de sublevación previos:

¿Qué sucedió en San Salvador en 1811?

Para entender con claridad lo que sucedió el 5 de noviembre de 1811 en San Salvador, hemos seguido con especial interés lo que el historiador costarricense Carlos Meléndez Chaverri nos relata en su libro José Matías Delgado, prócer centroamericano[1]. También y, sobre todo, hemos tenido acceso a la fuente primaria en la que Meléndez Chaverri se basa, en bastante medida: los procesos por infidencia que se les siguieron a los próceres, publicados por Miguel Ángel García en su célebre Diccionario.[2] Valga mencionar al margen que son de mucho agradecer la amenidad, claridad y enjundia del libro de Meléndez Chaverri. Es el suyo un texto escrito con un estilo directo y sin las florituras de otros distinguidos eruditos.

Dice el historiador tico: “Para examinar con claridad los fines que se perseguían al declarar el movimiento insurreccional de noviembre de 1811 en San Salvador es de particular interés el estudio del documento fundamental de dicha insurrección, que los propios redactores llamaron con el título de “relación histórica” y que a final de cuentas venía a ser una exposición razonada del movimiento y sus causas”. Se refiere aquí Meléndez Chaverri (2000) a la citada obra de Miguel Ángel García.

Meléndez Chaverri publicó la “Relación histórica” completa en su obra sobre el padre Delgado[3]. En la “relación” se mencionan los graves acontecimientos que precipitaron el estallido de la rebelión pública de 1811: “La prisión del Padre don Manuel Aguilar por sospechas de infidencia indignas a su carácter y circunstancias, el comparendo de su hermano don Nicolás Aguilar, Cura de la Capital y la Provincia que el señor Intendente intentó tomar para que se armasen los europeos con los de su facción, son los tristes motivos que nos prometen poseer la felicidad de rehacernos de los derechos naturales y civiles que ha tres siglos están usurpados”.[1] Otrosí: a continuación, el manuscrito de don Carlos difiere del original cuando el texto de García (1940) afirma: “Parece que al vulgo no le son concedidas las luces suficientes para acertar en materias políticas y es indispensable creer que una mano oculta de absoluto poder regía sus operaciones”. 

Meléndez Chaverri ha escrito aceptar en vez de acertar. Pero aparte de la errata evidente, es clara la intención sarcástica e irónica de la mano que escribió el manuscrito original. No le concede al pueblo llano el crédito de tener la capacidad de autogobernarse. Por decir lo menos, esta es una idea de lo más autocrática, retrógrada y antirrevolucionaria, aunque haya sido expresada encabezándola con el verbo “parece”. El autor de la Relación histórica atribuye este pensamiento a las autoridades coloniales españolas afectas al Antiguo Régimen, y lo hace de esta manera para dejarnos la impresión de que precisamente esto pensaban dichas autoridades. Y no solo eso, sino que los criollos pensaban precisamente de modo opuesto.

Obviamente, les hace un pésimo favor a los peninsulares. Y sigue el razonamiento: “El procedimiento mismo es una prueba que no admite contraste, porque, ¿quién diría al pueblo que se formase en masa por sí, sin cabeza de persona distinguida que aconsejase sus operaciones? Un cuerpo acéfalo es imposible que tenga aciertos, pues un pueblo ¿a qué grado de desaciertos no llegaría? Solo esta consideración presenta el testimonio más auténtico de que el pueblo procedía por una inspiración sabia y superior. La moderación con que llegó a las puertas de su pastor a llorar la desgracia de su conciudadano arrebató nuestros espíritus y nos hizo partes de su ternura…”

En resumidas cuentas: ¿Qué ocurrió el 5 de noviembre de 1811 en San Salvador? Pues pasó que la gente de la ciudad se sintió ofendida porque el padre Manuel Aguilar estaba preso en Guatemala y se ordenaba que a esa ciudad se presentase su hermano Nicolás. Ante las amenazas a sus pastores, la gente comenzó a dar muestras de inquietud. Estos hechos son expresados en las declaraciones incluidas en los procesos por infidencia seguidos contra los próceres después de los hechos de noviembre de 1811.

Según el Diccionario de la Lengua Española, infidencia es “Violación de la confianza y fe debida a alguien”. Es decir, las autoridades de la Corona española asentadas en la ciudad de Guatemala tenían razones para pensar que estos personajes antes mencionados no eran leales súbditos de dicha institución y, por lo tanto, no eran dignos de la confianza de dichos funcionarios. No importaba que en aquel momento no hubiese autoridades legítimas en España. En efecto: no debemos olvidar, lo ocurrido en la ciudad francesa de Bayona los días 5 y 6 de mayo de 1808. Quien ocupaba de facto el trono español en 1811, sostenido por las armas del ejército francés, era el hermano de Napoleón Bonaparte: el rey José I. Este monarca reinó del 6 de junio de 1808 al 11 de diciembre de 1813. Sin embargo, para buena parte del pueblo español, José Bonaparte no era un rey legítimo. Fue ese vacío de poder el que precipitó o posibilitó el nacimiento de los movimientos independentistas en América, así como la conformación de las Cortes de Cádiz que darían a España, y a las incipientes naciones americanas, su primera Constitución el 19 de marzo de 1812.

Temiendo un baño de sangre, puesto que el mayor miedo de las autoridades coloniales era una insurrección popular que acabara con las vidas y haciendas de los peninsulares, dichos funcionarios enviaron desde San Salvador hacia Guatemala el armamento que lograron quitarle a los habitantes de la ciudad.

En 1811, recién tomadas las riendas de la Capitanía General, el Brigadier Bustamante y Guerra pudo percibir, por las informaciones que fue acumulando, que había cierto espíritu de inquietud en el territorio bajo su mando. “Temí sus efectos en la provincia de San Salvador, donde menos los recelaba mi antecesor”, escribe más tarde el Brigadier.[1] Ese antecesor sería Antonio Gutiérrez y Ulloa, quien según la misma fuente era afín a los criollos de San Salvador.

Sigue Meléndez Chaverri (2000): “No sabemos cuáles fueron los informes que llegaron a oídos de Bustamante para afirmar lo anterior, pero no podemos menos que reconocer su acierto en sospecharlo. El grupo sedicente tenía entre sus más fervientes promotores a los presbíteros Nicolás y Vicente Aguilar, quienes en muchos de sus actos mostraban su disgusto y repudio a varias medidas tomadas por las autoridades eclesiásticas de Guatemala”.  Y más adelante concreta Meléndez Chaverri (2000): “La tensión política en San Salvador se llegó a manifestar con la aparición de numerosos pasquines sediciosos y marcadamente anti españolistas, que debieron de haber constituido verdadera llamada de atención a las autoridades gubernativas… el propio Capitán General debió haber dado instrucciones precisas al intendente Gutiérrez y Ulloa para que actuara rápidamente antes de que los insurgentes anularan su autoridad.

Así debió de haber sido, pero el intendente estaba despistado porque creía firmemente en la amistad de un grupo de criollos que eran sedicentes, constituido por don Manuel Morales, don José María Villaseñor, don Manuel Rodríguez, don Mariano Fagoaga y su hermano”.[2] ¿Cuáles eran las peticiones o demandas de los descontentos? Meléndez Chaverri señala: “José Meléndez al preguntársele contestó que lo que se quería era “sacudir el yugo español” y quedar independientes del gobierno monárquico”.[1] Esta será la demanda principal, digamos, estratégica.

Así lo subraya la misma fuente: “Los testimonios todos dan base para afirmar la opinión de que los insurgentes de 1811 en San Salvador buscaban en el fondo la independencia total, pero que, conscientes de sus incapacidades militares y de poder, tuvieron que dejar entreabierta la puerta de la reincorporación a la monarquía, porque de lo contrario su movimiento habría sido una forma de suicidio y era torpe perecer sin la seguridad de que se luchaba por obtener lo que se anhelaba”.[2] Hubo otras demandas más tácticas, concretas e inmediatas que respondían a los intereses de la población, especialmente desde el punto de vista económico, y que significaban conquistas importantes para las clases bajas y garantizaban su apoyo al movimiento independentista, como la supresión o reducción de alcabalas, y de los estancos de aguardiente y de tabaco.

En Usulután, señala el mismo autor, un testigo expresa que “oyó decir que las peticiones que habían hecho eran que se quitara el fondo de cuatro reales anuales que se exige a todo hombre cabeza de familia o casado y que se quitaran también los estancos de aguardiente… y que se rebajaran las alcabalas a la mitad…”. Como bien señala Meléndez Chaverri (2000), citando a García (1940): “es claro que además muchos se sumaron al movimiento para obtener beneficios personales, apoderándose de los bienes de los españoles, lo que a final de cuentas venía a ser una forma degenerada de los verdaderos fines del movimiento. Así, los rebeldes de Usulután lo que gritaron satisfechos fue: “mueran los chapetones y repartamos sus intereses”.[3] La cita es importante porque pone en evidencia, por un lado, los intereses del pueblo llano y de los criollos, y por otro, los temores de los peninsulares, que eran muy concretos y muy reales.

El tema de los diferentes intereses de cada sector lo ha abordado en profundidad Alejandro Dagoberto Marroquín en su muy importante libro Apreciación sociológica de la independencia salvadoreña.[1] Marroquín (1964) analiza los antagonismos entre los diferentes sectores sociales y enfatiza el hecho de que la sociedad colonial no era “coherente y armónica”, ni “ajena a los conflictos”. Por otro lado, el mismo autor señala que la sociedad colonial “presentaba un abigarrado sistema de estratos sociales con tendencia a convertirse en un agregado de castas. Las clases sociales durante la colonia se presentan ocultas bajo las formas de categorías étnicas: el blanco europeo estaba colocado en el estrato superior y el nativo indio era relegado al último escalón social.

Siendo la estructura de la colonia predominantemente feudal, los estratos sociales que se manifestaban en ella correspondían no solamente a las desigualdades de orden económico, sino también a desigualdades originadas por el abolengo y la nacionalidad. Las clases (categorías económicas) y los estamentos (categorías políticas) se entremezclaban en una urdimbre social heterogénea. El español peninsular, por el solo hecho de serlo, tenía un sitio privilegiado en la sociedad colonial; de análoga manera, el hijodalgo tenía derechos y privilegios debidos única y exclusivamente a su ascendencia nobiliaria; pero detrás de estas categorías políticas se encontraba la realidad económica, cuya organización dejaba en manos de los peninsulares y de los nobles los privilegios económicos más importantes”.[2]

Esta realidad nos permite comprender mejor lo que ocurría en San Salvador en particular, y en toda la región centroamericana en general, en las postrimerías de la época colonial, y sobre todo las realidades que empujaban a buena parte de los habitantes de esta zona a buscar la independencia. Pero además pone en evidencia cuáles eran los más grandes temores de los peninsulares y de otros sectores privilegiados, que se oponían al proceso independentista, y por qué razones. Por otra parte, como bien señala Marroquín (1964), la región, y especialmente la provincia de San Salvador, sufría por la crisis de la economía del añil.[1] Por esta razón, el mismo autor señala: “La circunstancia de que en esta provincia fueran los criollos, en su mayoría, grandes propietarios añileros y de ser además el añil el artículo fundamental de exportación, hizo que fuera San Salvador el núcleo central del descontento de la lucha contra las metrópolis, por ser allí, precisamente, donde con más agudeza se sentían los nocivos efectos”.

Para tratar de entender lo sucedido, hagamos el esfuerzo de construir una línea de tiempo: primero, tenemos que uno de los tres hermanos Aguilar, concretamente don Manuel, vivía en Guatemala. Afirma Meléndez Chaverri (2000) que a finales de octubre de 1811 llegó a San Salvador la noticia de que este cura se hallaba preso en aquella ciudad, presuntamente “por estar en correspondencia con un emisario de Nueva España, que estaba dividido en facción, o con uno de los cabecillas del mismo Reino”.[2] Pero, además, circuló la noticia de que a don Nicolás, hermano de don Manuel, se le ordenaba comparecer ante el arzobispo de Guatemala, debido a la sospecha de compartir las ideas de su hermano. Por otra parte, también circulaban rumores que sostenían que se quería matar a

José Matías Delgado.[1] Cierto o falso, el rumor tuvo la virtud de inquietar a los habitantes de San Salvador, que profesaban admiración y cariño al padre Delgado. Por esa razón, tres o cuatro días antes del 5 de noviembre, el alcalde de barrio Bernardo Torres citó a los vecinos de su jurisdicción para que custodiaran al párroco, y estos se fueron relevando en la misión de prestarle seguridad. Tampoco estaban tranquilos los españoles. “Los peninsulares de San Salvador se daban cuenta de que en caso de insurrección serían ellos los primeros en ser las víctimas propiciatorias del movimiento. Por ello empezaron a trasladarse a lugar seguro, preferentemente hacia aquellas otras ciudades donde existía la certeza de que los rebeldes no habrían de someterlas. Eso explica por qué a comienzos de noviembre se hallaban únicamente, aparte de los funcionarios oficiales, los señores Antonio Salazar, don Ventura y Julián Calera, don Gregorio de Castriciones, don Benito Martínez, don Gaspar Novales, don José Calvo, don Juan Natera y don José Camacho”.[2]

Por otra parte, no hay que olvidar que el 30 de julio de 1811 había sido ejecutado en Chihuahua el padre Miguel Hidalgo. Es muy posible que esta noticia ya se supiera en Centroamérica en octubre de ese año. Al examinar los posibles fines del movimiento, Meléndez Chaverri (2000) menciona, basándose en los documentos de la época, “cierto estado de anarquía que hubo de ser orientado”.[3] A ese respecto, García (1940) citó la Relación histórica, fuente documental primaria: “los ánimos indispuestos, el tumulto en movimiento, la potestad dudosa, nadie manda, nadie obedece y solo el desorden reinaba, la confusión se esculpía en los habitantes de San Salvador”.[4]

Meléndez Chaverri también deja claro que la insurrección estaba prevista para enero de 1812[1], como probablemente pensaba el capitán general José de Bustamante y Guerra que había de ocurrir, pero que se adelantó en vista de los alarmantes signos que tomaban los acontecimientos. Así las cosas, “la noche del lunes 4 de noviembre de 1811 el pueblo de San Salvador, convocado por sus cabecillas y jefeado (sic) por los señores Arce, padre e hijo, se dirigieron a casa del intendente Gutiérrez y Ulloa, para solicitar la libertad del presbítero don Manuel Aguilar en Guatemala y anular el comparendo de su hermano don Nicolás a la capital del Reino. Después de varios alegatos con el señor intendente, en los que don Manuel José tuvo activa participación, obtuvieron por respuesta del señor Gutiérrez que nada podía hacer porque el asunto no era de su incumbencia, sino que lo era del propio arzobispo de Guatemala”.[2]

Decepcionados, el pueblo y sus dirigentes decidieron poner preso al hombre que, se presumía, había sido enviado a matar a José Matías Delgado esa misma noche y se retiraron de la casa de Gutiérrez Ulloa. Este ordenó a José Rossi Rubí, comandante del escuadrón de Dragones, que reuniera a estos y tomara las armas. Aunque el intendente le recomendó sigilo, Rossi comunicó esta orden al pueblo que, alarmado, se reunió en grupos esa noche y dio a conocer lo dicho en la visita al intendente Gutiérrez Ulloa.[3]

Esa noche hubo mucha actividad en San Salvador y la casa del padre Delgado permaneció vigilada por sus feligreses, ante el temor de que el vicario fuese atacado.[1] Así las cosas, amaneció el martes 5 de noviembre de 1811 y los conspiradores decidieron apresar a todos los españoles que aún permanecían en San Salvador. Un grupo liderado por Manuel José Arce capturó a Felipe Cerezo. Pero en la esquina de la casa de Gregorio Castriciones, rico peninsular, hubo un desorden para capturar a Braulio Palacios y a un fraile dominico. Ante esto, Cerezo logró escapar y refugiarse en su tienda.[2] Entre tanto, José Matías Delgado se encontraba a las ocho de la mañana en su casa de habitación, donde fue visitado por Pedro Alda y el contador José Mariano Batres[3], quienes querían enterarse de lo que estaba pasando en San Salvador. El padre Delgado estaba reunido con estos visitantes cuando entró su hermano Manuel uniformado y armado, en compañía de varias personas. Manuel Delgado informó que el intendente se resistía a ir preso al cabildo. Pedro Alda dijo: “Sorprendido con tal novedad, le pregunté que quién ordenó su prisión y me contestó que el pueblo. Le repliqué dónde estaba reunido y me dijo que en casa del corregidor Morales[4], añadiéndome que el decreto de prisión se extendía a todos los europeos. Entonces conocí la maldad que envolvía semejante proyecto, e hice ver al Padre Cura y a su hermano delante de Batres, el riesgo que corrían sus vidas, reunidos en un punto, trayéndoles a la memoria los funestos sucesos ocurridos en Nueva España con los europeos presos y haciéndolos responsables de tamaña iniquidad, pues podían evitarla con influjo que era bien notorio, cuya expresión le inclinó llamar a Morales…”.[1]

A la postre, Manuel de Morales y León acudió a la casa del padre Delgado acompañado de los hermanos de este: Miguel, Juan y Francisco, además de Mariano Fagoaga, Manuel José Arce y otros personajes del grupo de los criollos de San Salvador, presumiblemente parte de quienes dirigían el conato de insurrección. Señala Meléndez Chaverri: “Vemos pues al Doctor Delgado interviniendo en los acontecimientos desde su residencia, como si fuera ella el cuartel general. Allí era donde los cabecillas concurrían, y las gentes que deseaban estar bien informadas, como Alda, también llegaban hasta su casa. Se nota la autoridad que tenía sobre los rebeldes…”.[2] El martes 5 de noviembre había mucha actividad popular que presionaba e inquietaba a las autoridades españolas con el fin de que renunciaban a sus cargos. Ese martes era día de reunión ordinaria del Cabildo. Gutiérrez Ulloa ordenó tocar las campanas del cabildo, con lo que reunió una multitud. Aunque no fue una decisión acertada, como señala Meléndez Chaverri, es cierto que el intendente no tenía opción, presionado como estaba, desde el día anterior, por un grupo de unas trescientas o cuatrocientas personas. Insultado por la turba, Gutiérrez Ulloa fue despojado de su cargo y Bernardo Arce, el padre de Manuel José Arce, fue nombrado alcalde de primer voto. El pueblo, a voces, invistió a Manuel José Arce como diputado de la plebe, nombrándolo su representante. No pudieron los peninsulares oponerse, “sin exigir más que la conservación de las vidas y haciendas de los europeos”.[1] Al mediodía se celebró un Te Deum en la Iglesia Parroquial de la ciudad. Manuel José Arce no acudió porque tuvo que reprimir al pueblo que había atacado el estanco de aguardiente y bebía en exceso.[2]

Aunque ya hace tiempo que la leyenda ha sido señalada como ficticia, conviene aclarar que lo de tocar las campanas de la Iglesia de la Merced fue una historia transmitida oralmente por la tradición, pero no tiene ninguna base documental que la respalde. La consagración de dicho “bulo” es atribuida por Meléndez Chaverri a un discurso que el historiador Víctor Jerez pronunció en 1911, con ocasión de la celebración del Primer Centenario del Grito del 5 de noviembre. Pero el mismo orador Jerez señaló, insistimos, que dicha historia no tiene base documental cierta.[3]

3. Sucesos posteriores a 1811 A menudo se nos olvida, insisto, que en 1811 y en los años siguientes no había teléfonos, ni faxes, ni internet, ni siquiera telégrafos y, en el caso de la provincia de San Salvador, por no tener, no tenía ni periódicos, de modo que las noticias tardaban algún tiempo en difundirse, aunque ya dijimos que los rumores eran muy eficientes para conseguir dicho cometido, como siempre ha sido la costumbre. Después de los sucesos del martes 5 de noviembre de 1811, el domingo 17, casi dos semanas después de los acontecimientos de San Salvador, los vecinos del barrio “La Pulga”, en Usulután, unieron fuerzas con los del barrio llamado “Cerro Colorado” y se insurreccionaron contra las autoridades coloniales al grito de: “Mueran los chapetones y repartamos sus intereses”, como así ocurrió.[1] Las mismas fuentes señalan que otro tanto sucedió el día anterior, sábado 16 de noviembre, en la ciudad de Santa Ana.

Es de señalar la participación de Juana Evangelista, Anselma Asencio y Dominga Fabio, esposas de los cabecillas de los sucesos de Santa Ana: Juan de Dios Jaco, sastre, Lucas Morán, hortelero (sic)[2] y Francisco Reina, mulato originario de Comayagua, respectivamente. Además, en el motín de Santa Ana participaron Cirila Regalado, Irene Aragón, Romana Abad Carranza, María Nieves Solórzano y Teodora Marín Quezada.[3] Además, concurrieron a los hechos Inés Anselma Ascencio de Morán y Dominga Fabia Juárez de Reina, quienes eran mulatas.

A estas personas la aventura les costó pasar una temporada en prisión cuando las autoridades recuperaron el control de las poblaciones. No fueron ellas las únicas mujeres involucradas, ni los únicos sucesos relacionados con la fiebre libertaria de la época. En Metapán, a las seis de la tarde del domingo 24 de noviembre, ocurrió un motín similar contra las autoridades locales en el que participaron numerosos indígenas y ladinos dirigidos por Lucas Flores, José Galdámez y Leandro Fajardo, quienes despojaron al alcalde Jorge Guillén de Ubico de la segunda vara de alcalde. Los insurrectos saquearon los estanquillos de aguardiente y ordenaron al receptor de las alcabalas que este impuesto no se cobrase más. También ordenaron al encargado del estanco de tabaco que el precio sería de tres reales, no más. En la cárcel liberaron a los presos. También en el motín de Metapán participaron mujeres: Micaela Arbizú, Sebastiana Martínez, Manuela Marroquín, Úrsula Guzmán, Patricia Recinos, Rosa Ruiz, María Isabel Fajardo, Luciana Vásquez, Juana Vásquez, Juliana Posada, Feliciana Ramírez, Petrona Miranda, Teresa Sánchez, Eusebia Josefa Molina y María Teresa Escobar.

Las personas encarceladas quedaron en libertad mediante el indulto del 3 de marzo de 1812. Meléndez Chaverri menciona: “En Tejutla y Chalatenango se notaron ciertas actividades que parecía tendían a la rebelión, pero no pasaron a más”.[1] El sábado 30 de noviembre, casi un mes después de los sucesos de San Salvador, los indígenas de Cojutepeque iniciaron un motín contra las autoridades coloniales al grito de “mueran los chapetones”. La misma fuente señala: “El 20 de diciembre de 1811 hubo también un movimiento de rebeldía de poca importancia, a no ser porque fue el último, en Sensuntepeque”.[2]  En esta asonada participaron María Feliciana de los Ángeles Miranda y Manuela Miranda. Apresadas y condenadas, fueron recluidas en el convento de San Francisco y debían acudir a la casa del cura párroco de la Iglesia del Pilar, en San Vicente, Antonio de Molina y Cañas, condenadas a servirle sin paga. Antes, habían sido condenadas a la pena de azotes.[3] Así las cosas, el sábado 16 de noviembre de 1811, el capitán general José Bustamante y Guerra ordenó al abogado José María Peinado y Pezonarte y al coronel José Alejandro Aycinena que lo acompañasen a San Salvador con el objetivo de dominar el estado de la localidad. Llegaron ahí el lunes 3 de diciembre de ese año[4], casi un mes después de estallados los acontecimientos, luego de hacer escala en Santa Ana, desde donde intentaron informarse por medio de cartas de cuál era la situación de la provincia. Como intendente interino de San Salvador se desempeñó José Mariano Batres y de las Asturias, el contador[1], hasta la llegada de José Alejandro Aycinena.

En cuanto al exintendente Antonio Gutiérrez y Ulloa, este se había refugiado con su familia en el convento de Santo Domingo, en San Salvador. En aquella época abarcaba dicho convento, junto con su iglesia, el predio donde hoy se levanta la Catedral Metropolitana, además del pequeño parque situado en la manzana al norte, frente al actual Palacio Nacional. En dicha ubicación funcionó, hasta los años cincuenta, la Universidad de El Salvador.[2] Ahí permanecieron hasta la llegada de Aycinena el 3 de diciembre. Posteriormente fueron acompañados por Manuel, y Miguel Delgado, y por Mariano Fagoaga hasta Quezaltepeque, desde donde Leandro Fagoaga los llevó a Santa Ana, y de ahí se dirigieron a Guatemala.[3]

Afirma Cañas Dinarte: “Debido a lo crítico de su situación, Juan Manuel Rodríguez, los Arce, Nicolás Aguilar y otros más realizaron una junta cívica en la parroquia de la cercana población de Mejicanos. Tras el debate suscitado en ella, decidieron recibir en paz a los regidores enviados por las autoridades guatemaltecas, quizá para que la posición negociadora de las familias criollas frenara las voces radicales que hablaban de emboscar a estos altos emisarios y reducirlos a prisión”.[4] Llegaron los funcionarios de Guatemala acompañados de tropa y numerosos frailes, entre ellos Mariano Vidaurre, enviado del arzobispo de Guatemala[5], con la intención de pacificar la ciudad. José Matías Delgado fue a recibir a la comitiva al pueblo de Nejapa.

En Quezaltepeque los esperaba Manuel José Arce. Mediante un bando del 5 de diciembre, “Aycinena planteó a la población que, si se mostraba arrepentimiento y aceptaba al nuevo intendente, no se tomarían represalias, se buscaría un indulto general y se trataría de gobernar en concordancia con los distinguidos vecinos criollos. A cambio, los líderes insurrectos y sus aliados del populacho debían prometer no efectuar juntas clandestinas, alborotos y demás desórdenes que afectaran la paz y la concordia. Fieles a la palabra empeñada, el doctor Delgado y de León y los demás patriotas se adhirieron a las disposiciones pacíficas del nuevo intendente.

De la misma manera, el nuevo ayuntamiento de San Salvador fue encabezado otra vez por Leandro Fagoaga, acompañado como alcalde segundo por José Miguel Bustamante, un funcionario leal a la monarquía española”.[1] Señala también la misma fuente que José Alejandro Aycinena cumplió su palabra en lo que respecta a los insurrectos de San Salvador. Muy distinta fue la suerte que corrieron los amotinados de Metapán y de otras localidades. Por supuesto, hubo después otros intentos de alcanzar la independencia en diferentes lugares de la región, como ocurrió en la ciudad de Guatemala con la conspiración de Belén, en 1813, y antes, con los movimientos insurreccionales de la ciudad de León, en Nicaragua, en diciembre de 1811 y enero de 1812, pero analizar estos hechos históricos excede los límites del presente trabajo.

Resumen: Mucho se ha debatido sobre los acontecimientos de San Salvador en 1811. Se ha llegado a afirmar que el alzamiento del 5 de noviembre, conocido como el Primer Grito de Independencia, fue encabezado por José Matías Delgado, Manuel José Arce y los hermanos Aguilar en San Salvador.

Otras fuentes sostienen, sin embargo, que el motor inicial de la sublevación partió de los habitantes de los barrios populares de San Salvador, y que los próceres, al ver que no podían cancelar la insurrección (después de haberla azuzado), se pusieron al frente del movimiento para manipular su derrotero. Como sea, la “fiebre” insurreccional se extendió en días siguientes a localidades como Santiago Nonualco, Usulután, Chalatenango, Santa Ana, Tejutla y Cojutepeque, lo cual para algunos es signo de que la situación prerrevolucionaria estaba madura para intentar la toma del poder.

Como ya señalamos, hubo dos alzamientos relacionados que adquirieron relevancia: el del 20 de diciembre de 1811, ocurrido en Sensuntepeque, y el del 24 de noviembre de 1811, suscitado en la ciudad de Metapán, vencidos en diciembre de ese año. Los hechos de San Salvador más temprano ese mes son como sigue:

Se supo en San Salvador que en Guatemala el cura Manuel Aguilar había sido puesto en prisión por estar en contacto con un emisario de México, afín al cura Miguel Hidalgo y Costilla. Las autoridades coloniales consideraron este hecho como parte de una conspiración. También fue citado a Guatemala su hermano Nicolás Aguilar.

La gente dio muestras de inquietud.

Temiendo un baño de sangre, las autoridades coloniales enviaron a Guatemala el armamento que lograron confiscar a los sansalvadoreños.

Aparecieron pasquines sediciosos y anticolonialistas.

Demanda estratégica: la independencia.

Demandas tácticas: la reducción de impuestos como la alcabala y los estancos de aguardiente y tabaco.

Hubo rumores de que se quería matar a José Matías Delgado. Sus adeptos en San Salvador se turnaron para protegerlo.

Tres o cuatro días antes del 5 de noviembre, el alcalde Bernardo Torres citó a los vecinos para prestar custodia al párroco.

Los españoles peninsulares comenzaron a salir de San Salvador para buscar seguridad en otra parte.

En México, Miguel Hidalgo había sido ejecutado el 30 de julio de 1811. Es posible que la noticia ya hubiese llegado a San Salvador a fines de octubre.

La noche del 4 de noviembre el pueblo de San Salvador convocado por sus cabecillas y dirigido por Bernardo Arce y su hijo Manuel José acudieron a casa del intendente Gutiérrez y Ulloa a solicitar la libertad del padre Manuel Aguilar en Guatemala y anular la orden de enviar allá a su hermano Nicolás.

Gutiérrez Ulloa respondió que nada podía hacer.

Decepcionado, el pueblo apresó al hombre que supuestamente había llegado para matar a José Matías Delgado.

Gutiérrez Ulloa ordenó a José Rossi Rubí, comandante del escuadrón de Dragones, que reuniera a sus hombres y tomara las armas.

Rossi lo dijo al pueblo. Alarmado, este se reunió en grupos.

Esa noche la casa de Delgado permaneció vigilada por sus feligreses, que temían que lo mataran.

Amaneció el martes 5 de noviembre. Los conspiradores decidieron apresar a los españoles que aún quedaban en San Salvador.

Un grupo liderado por Manuel José Arce capturó a Felipe Cerezo. Pero hubo un desorden para capturar a Braulio Palacios y a un fraile dominico. Cerezo logró escapar y refugiarse en su tienda.

A las ocho de la mañana José Matías Delgado recibió la visita de Pedro Alda y del contador José Mariano Batres, padre del futuro poeta José Batres Montúfar, quienes querían saber qué pasaba en la ciudad.

En ese momento llegó armado Manuel José Arce con un grupo de personas.

Manuel Delgado dijo que Gutiérrez y Ulloa se resistía a ir preso al cabildo (alcaldía).

Pedro Alda y Manuel Delgado dialogaron. El segundo afirmó la intención de aprisionar a todos los europeos. Alda argumentó que las vidas de los europeos corrían riesgo en vista de circunstancias análogas sucedidas en México, donde los europeos fueron presos y luego masacrados.

Manuel Morales, uno de los líderes de los criollos, acudió a casa de José Matías Delgado. Era clara la autoridad que el párroco tenía sobre la gente de San Salvador.

Entre tanto, el pueblo presionaba a las autoridades españolas para que renunciaran. Gutiérrez Ulloa fue despojado de su cargo y Bernardo Arce nombrado alcalde de primer voto. Manuel José fue aclamado por la plebe como diputado, nombrándolo su representante.

A mediodía se celebró un Te Deum en la iglesia parroquial. Manuel José Arce no asistió porque tuvo que reprimir al pueblo, que había atacado el estanco de aguardiente y bebía sin control.

Lo de tocar las campanas de la iglesia de la Merced es una leyenda urbana. No hay ninguna evidencia histórica en fuentes documentales primarias que afirmen que esto en verdad ocurriera.

Las únicas campanas que probablemente sonaron ese día fueron las del cabildo, llamando a reunión, y las de la iglesia parroquial llamando al Te Deum.

Hubo otros conatos de sublevación en diferentes partes de la Intendencia de San Salvador, como en Usulután, Santa Ana, Metapán y Sensuntepeque, entre otros.

Sobre los sucesos del lunes 24 de enero de 1814 en la ciudad de San Salvador nuestras fuentes son García (1940), quien publicó los procesos por infidencia ya mencionados, Meléndez Chaverri (2000): su biografía de José Matías Delgado es una importante fuente de información, y algunas otras obras, como Monterrey (1977-78) y Marroquín (1964). Afirma Meléndez Chaverri (2000): “Se ha dicho que para el domingo 23 de enero de 1814 habían convocado los alcaldes de barrio de Remedios y la Candelaria para una importante reunión, pero que las autoridades, al tener noticias de que [dicha reunión] habría de tener carácter subversivo, habían prendido a ambos [alcaldes] y que después de un día de prisión se había solicitado la liberación de los detenidos, cosa que logró tras mucha perseverancia el asesor teniente letrado.

Como a las siete de la noche del 24 de enero, fueron liberados los alcaldes, pero, al contrario de lo que las autoridades esperaban, el pueblo había llegado a considerar esta libertad como triunfo de su causa y debilidad de las autoridades; de allí que la intranquilidad continuó manifestándose. Los sediciosos convirtieron la sacristía de la Iglesia Parroquial en su cuartel general. Allí se juntaron los jefes del movimiento para dar las órdenes del caso. Un testigo nos informa como a eso de “las nueve de la noche llegó (a la sacristía) don Miguel Delgado con don Manuel José Arce y unos hombres que dijeron ser los presos de la Candelaria y el alcalde de los Remedios. Que en seguida dijo Castillo (don Pedro Pablo): ya ven con qué facilidad han soltado los reos, ahora faltan las armas y mañana se verá eso”.[1] Las cosas no debían marchar enteramente bien, puesto que se notaba una indecisión en algunos y se resentía la falta del doctor Celis, quien se había excusado para asistir, por encontrarse enferma su esposa”.[1]

En efecto, el 14 de enero de 1814, diez días antes del intento de insurrección, Ana Andrade Cañas, esposa de Santiago José Celis, había dado a luz a su segundo hijo, que sería bautizado con los nombres de Leoncio Francisco. Doña Ana era prima de José Simeón Cañas, cura párroco de Zacatecoluca. Sigue Meléndez Chaverri: “Más tarde, en casa de don Manuel Delgado, se discutieron los planes que se proyectaba realizar al siguiente día. Habló don Juan Manuel Rodríguez y dijo: “que tenía dadas órdenes para que a las cinco de la mañana cerraran todas las bocacalles de la República [serían las de la ciudad de San Salvador, en todo caso] para evitar entrasen los víveres de abasto y lograr que los voluntarios largaran las armas por sí solos sin necesidad de pasar a otra cosa, estimulados por el hambre”[2], comentándose además otros aspectos del problema que se había planteado. Calle de por medio con la sacristía se hallaba el portón del patio de la casa de don Manuel José Arce.

Allí se fueron concentrando secretamente algunos de los grupos de revolucionarios, que en esa forma esperaban pasar ignorados y estar cerca del que podía considerarse cuartel general. A eso de la media noche se escucharon desde la sacristía los disparos de fusilería de los Voluntarios. Esto naturalmente causó grande sobresalto, lo que dio motivo para que los alcaldes Rodríguez y Castillo ordenaran tocar las campanas de la iglesia, llamando a somatén.[3] Aunque en aquel momento no se hallaba presente ninguno de los sacerdotes Aguilar, se dijo insistentemente, después, que los sacerdotes habían enviado a un propio a tocar las campanas, aunque no se comprobó nunca con exactitud quién fue el autor de tales campanadas.

El propio intendente[1]”, continúa Meléndez Chaverri (2000), “nos informa con exactitud acerca de la causa de los disparos, en la forma siguiente: “a las doce de la noche (se dirigió) para San Francisco la patrulla comandada por el Ayudante don Benito Martínez. Luego que la vieron los insurgentes, le dieron el quién vive, y contestando que era la patrulla de voluntarios, gritaron todos guerra, guerra. El comandante de la patrulla les gritó que se contuviesen; pero como venían furiosos, tirándole de machetazos y hasta coger la bayoneta al Sargento Paredes; un zambo, gran insurgente, llamado Faustino Anaya, mandó que hiciera fuego la primera fila, con el cual murieron este y otros; y quedaron varios heridos. Esto los contuvo y dio tiempo a que la patrulla se retirara a la plaza, conforme a la orden.

Luego que oyó el fuego el comandante, que se había ido a la guardia de la plaza desde las diez, mandó tocar generala,[2] a que respondieron Argote y mi guardia. Inmediatamente salí a la puerta de la calle; y pareciéndome que habían atacado el cuartel de la Bandera, porque oía un ruido extraordinario en él, mandé mi guardia para allá con orden de atacar a los insurgentes por la espalda, y en seguida me fui con mi criado a la plaza.

Inmediatamente cubrí la Casa Real en que estaba la Sala de Armas, con veinticinco hombres, y dejando en el cuartel de Blanquillos veinte, porque allí había depositado el mayor número de fusiles, me puse a esperar la suerte en la plaza con cincuenta dragones, cuarenta voluntarios, algunos veinticinco blanquillos y los oficiales que por su inmediación pudieron acudir. De este modo pasamos la noche…””[3]. Chaverri nos dice que en el fuego cruzado murieron dos y fueron heridos tres insurgentes. Las bajas desmoralizaron a los rebeldes por completo, pero aun así capturaron a algunos soldados del cuerpo de Voluntarios, que fueron recluidos en la sacristía y liberados a la mañana siguiente. El pueblo, según la misma fuente, fue espectador del enfrentamiento.

El comandante de los Voluntarios era José Rossi Rubí. Según Salvatierra (1939), los insurrectos pedían la cabeza de Peinado y de Rossi. La misma fuente afirma que los rebeldes se retiraron entre cuatro y cinco de la madrugada hacia la casa de Manuel Delgado, ya en franca retirada. El intendente había pedido refuerzos y se aprestaron tropas de San Vicente y de San Miguel, que fueron avisadas de que no marchasen por la misma autoridad.

El 25 de enero las fuerzas colonialistas se dedicaron a buscar a los insurrectos. Fue entonces cuando Pedro Pablo Castillo se vio obligado a escapar a caballo disfrazado con una sotana del padre Nicolás Aguilar. Se dirigió entonces a la costa atlántica de Centroamérica y partió a Jamaica, donde se estableció. Murió ahí el 14 de agosto de 1817. En esa ocasión fue hecho prisionero el doctor Santiago José Celis, quien murió en prisión el 16 de abril de 1814 en circunstancias más que sospechosas. Afirma Meléndez Chaverri siguiendo a Salvatierra y a Gavidia, quienes recogen un relato de Francisco y Manuel Delgado: “Es muy válido que a Celis lo mataron los centinelas porque los que lo vieron y registraron después de muerto le vieron los golpes en el pecho y el estómago; se infiere que tuvo alguna viaraza y que quiso salirse y que le dieron de culatazos, y temerosos de los resultados, o que lo vieran privado por los golpes, lo colgaron con su mismo pañuelo, y para eso no tuvieron la precaución de colgarlo bien, sino de la barba”.[1]

Resumen:

El domingo 23 de enero de 1814 los alcaldes de los barrios de Remedios y Candelaria, en San Salvador, habían convocado a una reunión.

Sospechando que dicha reunión tendría un carácter subversivo, las autoridades coloniales arrestaron a los alcaldes.

Como a las 7 de la noche del lunes 24 de enero fueron liberados.

El pueblo pensó que su libertad era un triunfo para su causa y ponía en evidencia la debilidad de las autoridades.

Los rebeldes convirtieron la sacristía de la iglesia parroquial, ubicada en lo que hoy en día es la manzana de la Iglesia del Rosario, en su cuartel general.

A las 9 de la noche llegaron Miguel Delgado, Manuel José Arce y los presos liberados.

Estuvo ausente el doctor Celis. Su mujer había dado a luz a su segundo hijo diez días antes y estaba indispuesta.

Más tarde, en casa de Manuel Delgado, se discutieron los planes para el día siguiente.

Juan Manuel Rodríguez dijo que las órdenes eran cerrar las salidas de la ciudad a las 5 de la mañana del día siguiente (martes 25 de enero) para evitar la llegada de víveres y lograr que los voluntarios (tropa al mando de autoridades coloniales) depusieran sus armas por hambre.

Muy cerca de la sacristía estaba la casa de Bernardo Arce. Ahí se congregaron los rebeldes.

A medianoche los voluntarios dispararon contra un grupo de insurrectos que no respondieron al “santo y seña”.

Juan Manuel Rodríguez y Pedro Pablo Castillo tocaron las campanas de la iglesia parroquial llamando a las armas.

Los voluntarios tocaron “generala” y acudió la guardia del intendente José María Peinado. Gutiérrez y Ulloa había sido destituido en 1811.

El intendente José María Peinado dividió sus fuerzas en dos grupos: 25 hombres quedaron cuidando la Casa Real, donde estaba la Sala de Armas, y otros 20 en el cuartel de Blanquillos, donde estaba la mayoría de las armas.

Con 50 dragones, 40 voluntarios, 25 “blanquillos” y los oficiales que acudieron, Peinado pasó la noche en la plaza frente a la iglesia parroquial (actual Plaza Libertad).

En el fuego cruzado habían muerto dos hombres y fueron heridos tres insurgentes. Las bajas desmoralizaron a los rebeldes. Aun así, capturaron a algunos voluntarios, puestos presos en la sacristía y liberados a la mañana siguiente.

Los insurrectos pedían la cabeza de Peinado y de José Rossi Rubí, el comandante de la tropa colonialista.

En la madrugada del 25, los rebeldes se retiraron y Pedro Pablo Castillo escapó vestido con la sonata del padre Nicolás Aguilar. Nunca volvió a San Salvador. Murió en Jamaica, en 1817.

5. Algunas causas de la independencia

Factores internacionales principales. Causas externas:

  1. La independencia de los Estados Unidos de América demostró que era posible para una nación americana sustraerse del gobierno de su metrópoli y constituir una forma de gobierno republicana, autónoma y democrática. La constitución de los Estados Unidos de América fue conocida y estudiada por los criollos centroamericanos.
  2. La revolución francesa. El ejemplo de los revolucionarios tuvo un impacto profundo no sólo en Europa, sino también en América. Además, marcó el inicio del fin del llamado “antiguo régimen”, que desde entonces fue desmantelándose, terminando definitivamente con el orden feudal.
  3. La Ilustración, movimiento filosófico y cultural que dio sustento ideológico tanto a la independencia de EUA como a la revolución francesa.
  4. El vacío de poder legítimo en España, provocado por las abdicaciones de Bayona y la usurpación del trono ibérico por parte de José Bonaparte. Muchos criollos latinoamericanos siguieron considerando durante varios años después de 1808 a Fernando VII como el legítimo rey de España.

Causas internas:

  1. Profundas desigualdad y exclusión sociales. La colonia dio lugar a una sociedad estamental basada, sobre todo, en rasgos étnicos. En la cima de la pirámide social estaban los españoles nacidos en la península ibérica. Luego seguían los criollos, descendientes de españoles, pero nacidos en América. Más abajo los mestizos de español e indígena. Después los mulatos, luego los negros y, por último, en la base, los grupos de origen indígena. Eran estos los más explotados, los más excluidos y los más discriminados en razón de su origen. La colonia era una sociedad brutalmente racista, desigual y excluyente.
  2. Rivalidad entre élites. Los criollos de San Salvador, grandes productores de añil, resentían su situación de subordinación y desventaja con respecto a los comercializadores internacionales del añil, quienes fijaban el precio del producto y prestaban dinero a interés a los cultivadores para que pudiesen trabajar. Estos grupos residían en la ciudad de Guatemala. Por dichas razones, las élites salvadoreñas, así como las de otras partes de Centroamérica, veían sus intereses de clase en conflicto con los de la élite guatemalteca.
  3. Crisis económica. Algunos autores han demostrado que la provincia de San Salvador vivía una crisis en las vísperas de la independencia. Entre las fuentes primarias que detallan esta situación tenemos el informe del intendente Antonio Gutiérrez y Ulloa, de 1807, el del otro intendente, José María Peinado, en 1814, y el del diputado José Mariano Méndez con relación a la Capitanía General de Guatemala, de 1821.
  4. La cuestión del obispado. Los criollos de San Salvador siempre desearon que en su provincia se erigiera una sede episcopal independiente de Guatemala. Hasta que este hecho fue sancionado por la Santa Sede, con la creación del obispado de San Salvador el 28 de septiembre de 1842, las limosnas, diezmos y muchos de los aportes económicos de la población salvadoreña iban a parar a las arcas de Guatemala, y no beneficiaban a su lugar de origen.
  5. e) Conciencia emancipadora: las lecturas de los enciclopedistas franceses, y el ejemplo de naciones como EUA y Francia, y el de México, donde el 16 de septiembre de 1810 el cura Miguel Hidalgo se había lanzado a la lucha contra las autoridades coloniales españolas, contribuyeron a la formación de una conciencia emancipadora no solo en las élites, sino bajo su influencia también en los sectores populares, cuyos intereses con relación a la independencia incluían ciertas reivindicaciones económicas, sociales y políticas, así como ganar cuotas de libertad dentro de su situación de subordinación a los criollos de San Salvador.

Bibliografía:

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B) Sitio web

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C) Otras publicaciones:

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Referencias :

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[2] Meléndez Chaverri (2000). Pág. 235. [3] Gabino Gainza (1753-1829) en ese tiempo era Capitán General del llamado Reino de Guatemala, que abarcaba desde Soconusco hasta la frontera sur de Costa Rica.

[4] Los recoletos son los frailes agustinos.

[5] Meléndez Chaverri (2000). Pág. 236. [6] Marure, Alejandro (1877). Bosquejo histórico de las revoluciones de Centro América. Tipografía El Progreso, Guatemala. Tomo I. Sin ISBN. Citado en Meléndez Chaverri (2000), pág. 236. Como en las demás citas, se ha actualizado la ortografía del original.  Se consultó la edición de 1960 de Marure.

[7] Molina, Pedro (1921). Memorias acerca de la revolución de Centro América desde el año de 1820 hasta el de 1840, en Revista Centro América, Órgano de Publicidad de la Oficina Intern  acional Centro-Americana, Vol. XIII, No. 2-3, abril-septiembre, págs. 274-286, citado por Meléndez Chaverri (2000), pág. 236 y ss.

[8] Ver, entre otros sitios: https://aprende.guatemala.com/historia/personajes/biografia-de-dolores-bedoya-de-molina/, https://www.publinews.gt/gt/noticias/2018/09/14/vestido-dona-maria-dolores-bedoya-de-molina-en-museo-de-historia.html, consultados el 31 de agosto de 2021. [9] “Cum grano salis”: literalmente significa “con un grano de sal”. Figuradamente parece significar que uno debe aplicar una capa de sano escepticismo a una determinada afirmación y no darla por certeza absoluta sin haberla contrastado antes debidamente.

[10] Enrique José Bolaños Geyer (1928-2021) fue un ingeniero y empresario nicaragüense. Ocupó el cargo de vicepresidente de su país de 1997 a 2002 y de presidente de 2002 a 2007. [11] Meléndez Chaverri (2000). Pág. 241.

[12] Meléndez Chaverri (2000). Págs. 241 y ss. [13] https://archivos.juridicas.unam.mx/www/bjv/libros/4/1575/7.pdf, consultada el 31 de agosto de 2021. El subrayado es nuestro. [14] Meléndez Chaverri (2000). Pág. 242. [15] Meléndez Chaverri (2000). Pág. 247. [16] Meléndez Chaverri (2000). Pág. 247.

[17] Fuente: https://dbe.rah.es/biografias/34561/pedro-ortiz-de-la-barriere, consultado el 31 de agosto de 2021. [18] Marure (1877) citado por Meléndez Chaverri (2000), pág. 251 y ss.

[19] Alberto Luna (1941), citado por Meléndez Chaverri (2000), pág. 253.

[20] Se refiere a Miguel González Saravia y Colarte. Este político nació el 12 de noviembre de 1788 en Cartagena de Indias y murió en Madrid el 20 de marzo de 1848. Fue presidente de la Audiencia de Guatemala de 1801 a 1811, y en 1817 Fernando VII lo nombró Intendente de Nicaragua. Después se mostró partidario del imperio de Iturbide y años más tarde luchó en las guerras carlistas en España.

[21] José Gregorio Tinoco de Contreras fue intendente de Comayagua (hoy Honduras) de 1818 a 1821.

[22] Montúfar, Manuel (1934) citado por Meléndez Chaverri (2000), pág. 255. [23] Marure, Alejandro (1877) citado por Meléndez Chaverri (2000), pág. 257.

[24] Pedro Molina (1921) citado por Meléndez Chaverri (2000), pág. 258. [25] Meléndez Chaverri (2000), pág. 258. [26] Meléndez Chaverri (2000), pág. 258.

[27] Meléndez Chaverri, Carlos (2000). José Matías Delgado, prócer centroamericano. S. S., DPI. ISBN 99923-0-057-4. Pág. 332 y ss.

[28] García. Miguel Ángel (1940). Diccionario histórico enciclopédico de la república de El Salvador. “Procesos por infidencia contra los próceres salvadoreños de la Independencia de Centroamérica desde 1811 hasta 1818”. Tomo I. Imprenta Nacional. San Salvador. [29] Meléndez Chaverri, Carlos (2000).  José Matías Delgado, prócer centroamericano. San Salvador, DPI. ISBN 99923-0-057-4. Pág. 332 y ss. En el anexo No. 2 de dicho libro cita la Relación histórica de los sucesos de 1811 publicada en 1940 en el Diccionario histórico que Miguel Ángel García. [30] Meléndez Chaverri, Carlos (2000). Pág. 332 y ss. [31] Meléndez Chaverri (2000). Pág. 122. [32] Meléndez Chaverri (2000). Pág. 122. [33] Meléndez Chaverri (2000). Pág. 135 y ss. El autor sigue el citado libro de García (1940). [34] Meléndez Chaverri (2000). Pág. 135. [35] Meléndez Chaverri (2000). Pág. 136. En ella cita a García (1940). Pág. 353.

[36] Marroquín, Alejandro Dagoberto (1964). Apreciación sociológica de la independencia salvadoreña. S. S., Editorial Universitaria “José B. Cisneros”. Sin ISBN. Primera edición. [37] Marroquín (1964). Pág. 9 y ss. [38] Marroquín (1964). Pág. 36 y ss. [39] Meléndez Chaverri (2000). Pág. 123. En esto el historiador costarricense sigue a García (1940).

[40] Meléndez Chaverri (2000). Pág. 123. [41] Meléndez Chaverri (2000). Pág. 124, con información de García (1940). [42] Meléndez Chaverri (2000). Pág. 133. [43] García (1940). Pág. 60. Meléndez Chaverri (2000) incluye una transcripción completa de la Relación histórica al final: pág. 332 y ss.

[44] Meléndez Chaverri (2000). Pág. 137. [45] Meléndez Chaverri (2000). Pág. 137. [46] Rossi y Rubí, José, también escrito Rosi. Nació hacia 1765 y murió en San Juan Opico, hoy municipio de El Salvador, en marzo de 1823. Fue coronel y ejerció el cargo de alcalde ordinario de San Salvador. También ejerció como intendente interino de San Salvador, entre 1802 y 1803, y además fue uno de los firmantes del acta con que la Provincia de San Salvador aceptó la independencia de España, el 21 de septiembre de 1821. No confundir con José Justiniano Rosi y Rubí de Cervera, quien fue alcalde mayor de Suchitepéquez; y quien algunos autores, como Barón Castro, Rubio Sánchez, y Taracena Arriola, han combinado, cuando en realidad son dos personajes distintos.

Ver: file:///C:/Users/DELL_3340/Downloads/Dialnet-CapituloIIIElAporteDeJoseRossiYRubiEnElMercurioPer-3318219.pdf

[47] Meléndez Chaverri (2000). Pág. 137 y s. [48] Meléndez Chaverri (2000). Pág. 139, con datos de García (1940). [49] José Mariano Batres y de las Asturias (1771-1854) durante los sucesos de 1811 se desempeñó como intendente de San Salvador de manera interina, del 6 de noviembre al 3 de diciembre de ese año. Entre otras cosas, este personaje es notable porque fue el padre del poeta José Batres Montúfar (1809-1844).

[50] Manuel de Morales y León (1760?-1812). Fue alcalde primero y corregidor de San Salvador en noviembre de 1811. A partir del 6 de noviembre de ese año fue regidor del Ayuntamiento hasta llegada de José Alejandro de Aycinena desde la ciudad de Guatemala como nuevo intendente de San Salvador. Morales y de León fue alcalde segundo de esa ciudad a partir de 1812. Contraería matrimonio en tres ocasiones, siendo la última con Josefa Wading y Cornejo. Era primo de Bernardo José de Arce, de cuya boda fue testigo. Manuel Morales apadrinó al hijo menor de Bernardo: Pedro José. En 1810 fue propietario de la hacienda San Nicolás (ubicada a tres leguas al nornoroeste de San Salvador, en lo que hoy es el municipio de Apopa), que había estado destruida por mucho tiempo hasta que Morales la compró y la arregló en 1809, y en donde se cultivaba maíz, añil y algunas semillas. Fuente: Gutiérrez y Ulloa, Antonio (1962). Estado General de la Provincia de San Salvador: Reyno de Guatemala, año de 1807. Dirección General de Publicaciones del Ministerio de Educación. Segunda edición. La primera edición fue publicada en 1926 en la Imprenta Nacional, ambas en San Salvador. Sin ISBN.

[51] Meléndez Chaverri (2000). Pág. 139, con datos de García (1940). [52] Meléndez Chaverri (2000). Pág. 139, con datos de García (1940). [53] Meléndez Chaverri (2000). Pág. 141, con datos de García (1940). [54] Meléndez Chaverri (2000). Pág. 141, con datos de García (1940). [55] Meléndez Chaverri (2000). Pág. 145 y ss, con datos de García (1940) y otros.

[56] Meléndez Chaverri (2000). Pág. 159 y ss, con datos de García (1940). [57] La palabra “hortelero” no está en el Diccionario de la Lengua Española. Sí están “hortelano” y “hostelero”.

[58] Cañas Dinarte, Carlos (2010). Historias de mujeres protagonistas de la Independencia (1811-1814): insurgencia, participación y lucha de las mujeres de la Intendencia de San Salvador por lograr la emancipación del Reino de Guatemala. Publicación de ISDEMU. ISBN 9789992373712. Pág. 26.

[59] Meléndez Chaverri (2000). Pág. 162, con datos de García (1940). [60] Meléndez Chaverri (2000). Pág. 162, con datos de Lardé y Larín (1960). El grito de la Merced. Ministerio de Cultura, Departamento Editorial, San Salvador, El Salvador. Sin ISBN. [61] Cañas Dinarte, Carlos (2010). Págs. 27 y ss. [62] Cañas Dinarte, Carlos (2010). Págs. 27 y ss.

[63] Como ya dijimos antes, José Mariano Batres y de las Asturias (1771-1854) fue un contador y tesorero que se desempeñó como intendente interino de la provincia de San Salvador del 6 de noviembre al 3 de diciembre de 1811. Ya mencionamos que fue padre del poeta José Batres Montúfar.

[64] Cañas Dinarte, Carlos (2010). Págs. 32 y ss. [65] Ramírez A, Cesar A (2012). El Salvador insurgente 1811 – 1821 Centroamérica. Universidad Tecnológica. ISBN 978-99923-21-86. [66] Cañas Dinarte, Carlos (2010). Págs. 32 y ss. [67] Meléndez Chaverri (2000). Pág. 164. [68] Cañas Dinarte, Carlos (2010). Págs. 32 y ss. [69] Meléndez Chaverri (2000), pág, 201 cita a García (1940), pág. 37.

[70] Hasta aquí, por el momento, la cita de Meléndez Chaverri (2000), pág. 201. [71] Meléndez Chaverri (2000), pág. 201 y ss. retoma lo que dice García (1940) en la pág. 38. [72] Meléndez Chaverri (2000), pág, 202 cita a García (1940), pág. 205. Somatén significa: “En Cataluña, rebato hecho al vecindario en un peligro. Coloquialmente: bulla, alarma, alboroto”. Fuente: Diccionario de la Lengua Española, consultado el 13 de agosto de 2021.

[73] El intendente de San Salvador en 1814 no era otro que José María Peinado y Pezonarte. Ver: https://dbe.rah.es/biografias/21674/jose-maria-peinado-y-pezonarte, consultado el 31 de diciembre de 2020.

[74] Generala: toque de tambor, corneta o clarín para que las fuerzas de una guarnición o campo se pongan sobre las armas.  Diccionario de la Lengua Española. [75] García (1933) Pág. 412-413, citado por Meléndez Chaverri. Pág. 202. [76] Meléndez Chaverri (2000). Pág. 215.

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